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Al-Qaeda se atribuyó la masacre, pero nada indica que haya sido la misma que actuó en los Estados Unidos y en España
En medio del caos, un intérprete del canal de televisión norteamericano MSNBC notó un error en uno de los versos coránicos citados por los presuntos autores. Esta vez, la Organización Secreta de la Guerra Santa de Al-Qaeda en Europa. Una nueva marca, acaso una nueva sucursal, dentro de las diversas denominaciones que ha ido adquiriendo la red (la Base, su nombre original) desde que el 11 de septiembre de 2001 se convirtió en sinónimo de terrorismo y, cual correlato de ello, terrorismo se convirtió en sinónimo de Al-Qaeda.
El error, sin embargo, pasó inadvertido. O no fue tenido en cuenta, excepto por el canal de televisión qatarí Al-Jazeera, vehículo frecuente de los mensajes, de las amenazas y de las ejecuciones de Al-Qaeda, Osama ben Laden y Abu Musab Al-Zarqawi. En su lugar, la revista alemana Der Spiegel difundió por Internet el comunicado en el cual los mentores aparentes de la masacre en Londres recriminaron a Gran Bretaña su participación en las campañas militares lideradas por los Estados Unidos, e insinuaron que Italia y Dinamarca iban a correr idéntica suerte si no retiraban sus tropas de Irak.
Hasta ese momento, lo más parecido a la Organización Secreta de la Guerra Santa de Al-Qaeda en Europa era la Organización Secreta de la Guerra Santa de Al-Qaeda en el País de la Mesopotamia (es decir, Irak), antes llamada Unión y Guerra Santa.
La banda de Al-Zarqawi, en realidad, orgullosa ese mismo día, el jueves, de haber ejecutado al embajador de Egipto en Irak, Ihab al-Sharif, secuestrado el sábado anterior en el centro de Bagdad. En su última súplica apareció frente a las cámaras con los ojos vendados, bien cerrados. Por él, como si de otro planeta fuera, no hubo duelo ni reacción en Occidente. Sólo el estupor que cierra cada jornada de sangre en donde la guerra nunca terminó.
¿Pertenecía a otro bando? Era árabe a secas. Diferente, quizá, pero no por ello adversario ni inferior: su presidente, Hosni Mubarak, decidió ser más conciliador con los gobiernos de George W. Bush y Tony Blair que con la resistencia de Al-Zarqawi. O, en su fuero íntimo, más realista que otros pares suyos del mundo islámico después de haber terciado en varias ocasiones en el conflicto de Medio Oriente.
Más que el error en los versos coránicos de la nueva marca o sucursal de Al-Qaeda, Mubarak advirtió un cambio de mayor relevancia. ¿Qué cambio? Antes de la voladura de las Torres Gemelas, Bush quiso trazar una raya con la política exterior de Bill Clinton y, también, quiso fortalecer tanto la preeminencia norteamericana como su poderío militar. En especial, frente a China. Los atentados precipitaron la ruptura con todo intento de promover por las buenas la democracia y el libre comercio. En beneficio propio, desde luego, pero con mejores artes que las guerras preventivas.
La invasión de Irak, con la mentira como falla de fábrica, creó en sí misma un paradigma: los atentados contra los llamados cruzados (España y Gran Bretaña, acompañantes de los Estados Unidos) con armas tan sutiles como bombas de peso escaso en los transportes públicos. La marca de Al-Qaeda en Londres, no obstante ello, pudo no ser la marca de Al-Qaeda en Madrid. ¿Y si Al-Qaeda no fuera más que eso, una marca?
En Londres, provocó conmoción un documental de la BBC que insinuaba que Al-Qaeda era algo así como un invento de los gobiernos de los Estados Unidos y de Gran Bretaña. Tanta conmoción provocó desde su proyección, en enero, que, como la división entre el bien y el mal que fijó Bush para inaugurar la era de las guerras preventivas contra los Estados canallas (cultores del terrorismo), dejó fuera de toda discusión, como parias, a aquellos que desconfiaban de la palabra gubernamental. Palabra gubernamental no honrada por Blair, precisamente.
Uno, como periodista, debe ser esencialmente escéptico frente a la palabra gubernamental, según el consejo de Ben Bradlee, editor de The Washington Post durante el caso Watergate.
El documental británico, al igual que las películas del cineasta norteamericano Michael Moore antes de la reelección de Bush en 2004, se refiere a una fantasía exagerada y deformada por los políticos. Tiene un título provocador: The Power of Nightmares: The Rise of the Politics of Fear (El poder de las pesadillas: el auge de la política del miedo). Y plantea, más que todo, dudas. Esas dudas por las cuales quien incurre en ellas queda a un milímetro de ser tildado de partidario del terrorismo o, si lo hay, de algo peor.
Un ejemplo: ¿por qué ninguno de los sospechosos del régimen talibán detenidos en Afganistán e interrogados en Guantánamo señaló a Ben Laden ni dio indicios sobre su paradero o, al menos, pruebas de su existencia? Gran Bretaña, por sí misma, tiene un curioso récord: desde 2001, todos los arrestos de supuestos miembros de Al-Qaeda arrojaron cero como resultado. Cero filiación, cero explosivos, cero peligro, en definitiva.
Acerca de las teorías del complot, uno podría deducir fácilmente que la imagen del hombre de las cavernas, con su cuerpo desgarbado, su barba entrecana y su mirada ladina, vino a suceder a la Unión Soviética en un mundo que, por mucho que se precie de unipolar, no puede bailar a solas el tango. ¿Es posible, entonces, que no existan Al-Qaeda, ni Ben Laden, ni Al-Zarqawi? Un secreto de ese tipo no hubiera durado tanto tiempo.
En principio, Al-Qaeda y sus células durmientes (aquellas que esperan órdenes) y activas (aquellas que ejecutaron atentados) forman parte de una red cuyo fin consiste en reconstituir los tejidos del califato. Algunas de sus filiales, empero, no responden a un mando central; actúan más por convicción que por obediencia.
De ahí, los sucesivos nombres y, a su vez, la virtual disputa por el liderazgo entre Ben Laden (primero, al margen de los atentados de los Estados Unidos; luego, orgulloso de ellos) y Al-Zarqawi (el despiadado verdugo de infieles en Irak).
En su lógica, al parecer, no priman los números, más allá de las coincidencias entre los dos primeros grandes atentados en el mundo occidental en días 11 de meses diferentes. En el día siete del mes siete, con menos víctimas que en Nueva York y en Madrid, la mera alarma desatada en la mayoría de las ciudades del mundo, así como la inclusión en la agenda del G-8, reunido en Escocia por la pobreza y el medio ambiente, significó que la marca o la sucursal era poco importante mientras fuera de Al-Qaeda.
Del sinónimo de terrorismo, por más que uno deba ser esencialmente escéptico frente a la palabra gubernamental. Tal vez, como el intérprete que notó el error en los versos coránicos, pilares de Al-Qaeda, pero, curiosamente, no tuvo más eco que en un canal de televisión de lengua árabe. O de otro planeta.
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