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La gira de Fox por el Cono Sur coincidió con el desafuero de Pinochet y con elecciones en el único país del Mercosur que no visitó
ASUNCIÓN.– No sólo por la boca muere el pez. También muere por el puño. O por la letra: “En la vida militar se vive quizá con mayor claridad formal que en otra parte en la permanente dinámica de mandar y obedecer. En la organización militar quien no sepa mandar, no sirve. Y quien no sepa obedecer, tampoco sirve. Por lo demás, y aunque resulta un tanto drástico decirlo así, en la vida la persona que resulta más inútil es aquella que no sabe mandar ni obedecer”.
¿Napoleón? Frío. ¿Maquiavelo? Frío. ¿Bolívar? Más frío aún. Es una perla del pensamiento vivo de Pinochet. De su libro Política, politiquería y demagogia, editado en 1983. Párrafo, frío a secas, trascripto en el veredicto de la Corte de Apelaciones de Santiago por el cual, después de 10 años de impunidad como correlato de 17 de dictadura, ha sido despojado de sus fueros de senador vitalicio.
Pinochet ha quedado expuesto, pues, a la sospecha de haber impartido la orden de ejecutar a más de 70 presos políticos en la llamada Caravana de la Muerte. Por la boca, por el puño y por la letra. Por la actitud, en definitiva. Aunque sólo por 19 desaparecidos deba responder, amparado por la ley de amnistía que dictó él mismo, cual seguro de vida, en 1978.
Es un fallo histórico, igualmente. Que, en una transición que lleva dos períodos democráticos, puso al tercer presidente por la Concertación, Ricardo Lagos, socialista, en la disyuntiva de enfrentar con mayor firmeza que sus antecesores, Patricio Aylwin y Eduardo Frei, democristianos, las réplicas de la cúpula militar. Disgustada con la presunta falta de reconocimiento histórico de la obra de Pinochet. Un disparate.
Disparate del que ha sido testigo ocasional el presidente electo de México, Vicente Fox, embarcado en una gira por Chile, la Argentina, el Brasil y el Uruguay con el propósito de estrechar lazos entre el Mercosur y su país. País que, favorecido por la vecindad incómoda de los Estados Unidos, no tuvo gobiernos militares, pero sufrió, a su modo, otro tipo de dictadura: la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante 71 años.
De la gira de Fox por tres países que son socios activos del Mercosur (la Argentina, el Brasil y el Uruguay) quedó fuera el cuarto, el Paraguay. El vecino pobre, digamos. Que celebra hoy elecciones para vicepresidente de la república, cargo vacante desde el asesinato de Luis María Argaña, en marzo de 1999. No para presidente: Luis González Macchi, confirmado por la Corte Suprema hasta el 2003 a raíz de la acefalía que provocó el magnicidio y el asilo en el Brasil de su antecesor, Raúl Cubas, prefirió llenar el espacio vacío antes que someterse él mismo a la voluntad popular.
Son varios mensajes en una sola botella. O, si se quiere, varias realidades embotelladas. Un puente hacia el siglo XXI, versión México. Un pasado irrresuelto que insiste en prevalecer, versión Chile. Y un grupo de poder (el Partido Colorado, en el gobierno desde 1947) que teme perder el poder, versión Paraguay. Puestos a elegir, entonces, casémonos vía México, Chile o Paraguay. O con todos ellos en forma simultánea.
Así como con el nacionalismo populista como consecuencia del despilfarro de los partidos tradicionales, versión Chávez, en buenas migas con Saddam Hussein para disgusto de Bill Clinton. O con el prototipo del caudilllo latinoamericano, versión Fujimori. O con el caos colombiano de guerrillas, paramilitares y narcotráfico. O con la crisis institucional ecuatoriana. O con la dictadura perfecta que encarnó el PRI, manchada, a su vez, por su propio crimen político: el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato a la presidencia en 1994.
¿De qué hablamos, entonces, cuando hablamos de América latina? De todos en general, o de uno o dos en particular. Y si hablamos de uno o dos en particular, de cuál o de cuáles hablamos. Es la misma pregunta que se habrá formulado Fox en su derrotero por el Cono Sur, aunque haya pasado por alto el Paraguay y haya tomado respetuosa distancia, en compañía de Fernando de la Rúa, de la decisión de la justicia chilena. Impensable hasta hace poco.
A diferencia de Europa, con sus matices, América latina vive una transición despareja. Chile pudo ser el puntal de la economía en los 80, por ejemplo, pero progresó menos que la Argentina en derechos humanos. En el Uruguay, sin ir más lejos, los desaparecidos eran una suerte de tabú hasta que el presidente Jorge Batlle develó en marzo el paradero de la nieta de Juan Gelman, nacida durante el cautiverio de la madre.
Un bloque regional como el Mercosur, con el cual Fox quiere que México ate lazos comerciales, junta. No necesariamente une. Gatilló la cláusula democrática no bien murió Argaña, en el Paraguay, pero no alcanzó a prevenir la inestabilidad que provocó el asilo de Oviedo en la Argentina, luego burlado, y un conato de golpe de Estado en mayo. En vísperas de las elecciones para vicepresidente. Que no prometen resolver el meollo del asunto.
Hasta que no tocamos fondo no alzamos los brazos. Ni pedimos auxilio. Compartimos una idea fuerza: la democracia. Enhorabuena. Y una desgracia: la corrupción. Maldita sea. Y algunas otras cosas, o síntomas, como el malhumor por la economía (por la insatisfacción, en verdad) y la distancia, cada vez más notoria, entre la gente y los partidos políticos.
En América latina, francamente, somos hijos del rigor. Pinochet tuvo que pasar 503 noches en Londres, por un pedido de extradición del juez español Baltasar Garzón, para que Chile se comprometiera a procurar sentarlo en el banquillo. Punta del iceberg por el cual cayó ahora el mayor argentino Jorge Olivera, arrestado en Roma por instancias de la justicia francesa.
El gobierno de Frei esgrimió entonces el principio de territorialidad (el derecho de juzgarlo en casa), nulo desde el momento en que suscribió, como la Argentina y otros países, una convención internacional contra la tortura que está por encima de las constituciones nacionales. Consiguió el retorno de Pinochet, o su devolución, gracias a un gesto piadoso, no al perdón de sus pecados.
Pecados por los cuales está dividida la sociedad entre quienes piensan que ha sido un salvador y quienes piensan que ha sido un verdugo. Quizá Pinochet, de 84 años, no vaya a juicio. Pero los tribunales chilenos, después de tanto andar y penar, han sentado un precedente insoslayable: es la primera vez que admiten que hubo crímenes durante la dictadura.
Por la boca, por el puño y por la letra mordió el pez su propio anzuelo: “Creo que para ejecutar bien el mando es imprescindible haber aprendido a obedecer –dice otro párrafo del libro de Pinochet, citado en el veredicto–. Y obedecer en plenitud, en forma comprometida, sin vacilaciones. Es mal jefe, por lo tanto, quien haya sido mal subalterno».
Nadie se atrevería a desdecir al general. Un dinosaurio, como el PRI, frente a los ojos de Fox.
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