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Política

Otro ladrillo en la pared

Todos los caminos conducen a Al-Qaeda, mientras el padre de todos los atentados, Ben Laden, sigue siendo una incógnita Entre el martillo norteamericano y el yunque islámico, la realidad fragua, golpe a golpe, la silueta del nuevo mundo. Menos seguro, como auguró Bush. Más dañino, como convino Blair. Más o menos parecido al conocido antes del fatídico 11 de septiembre. Cada vez más familiarizado, empero, con las paradojas: un general de apellido Sánchez (no Motors), y nombre Ricardo (no Richard), comandante de las tropas de ocupación en Irak, promete mano blanda, o advierte la inutilidad de la mano dura, en coincidencia con el coche bomba que detonó en la embajada de Jordania en Bagdad y, cual broche, con la invasión de gente de a pie, o no tanto, que terminó el trabajo sucio, destrozando los retratos del rey Abdallah II y de su finado padre, Hussein. Tan visceral es el odio entre árabes por haber apoyado al Gran Satán en la segunda Guerra del Golfo, en el caso de Jordania, que ni el refugio concedido (leer más)

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Verdades en huelga

Más allá de la falta de pruebas sobre las armas, Bush ha replanteado la disyuntiva entre el imperio y el imperialismo Por formación, o por deformación, algunos de los inspiradores de la guerra contra Irak creen que la gente necesita mentiras reconfortantes. O, invirtiendo el foco, verdades ocultas. Que, administradas con prudencia extrema, aquilatan el capital intelectual de una elite. De eso, dicen, se trata el poder. Esa clase política, identificada con el movimiento ultraconservador norteamericano de mediados del siglo XX, ha emergido de golpe. Por un golpe: la voladura de las Torres Gemelas. Y, consustanciada con la decisión de George W. Bush de no dejar piedra sobre piedra en parajes remotos en tanto persista la amenaza terrorista contra el interés nacional, no ha reparado en las formas ni en los modales. De ahí que Richard Perle, director del Consejo de Defensa de los Estados Unidos, haya afirmado, y firmado, el acta de defunción de las Naciones Unidas. Con desparpajo y arrogancia, agradeciéndole a Dios su muerte. Que cuadra, a su vez, con otra muerte (leer más)

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Seamos idealistas: hagamos lo posible

El tercer mundo demostró que está lejos de aceptar el «intervencionismo benévolo» que plantean Blair, Clinton y compañía Promesas, no realidades, invocaba un graffiti latinoamericano. Las mismas, quizá, que han procurado evitar Lula, Ricardo Lagos y Néstor Kirchner. Marcados, más que todo, por realidades, no por promesas, en un contexto pendiente en forma casi exclusiva de la seguridad, o del interés nacional, de los Estados Unidos (están con nosotros o están contra nosotros, versión George W. Bush) en el cual lejos, lejísimo, parece haber quedado aquella cosa llamada utopía que Eduardo Galeno supo definir como una excusa para caminar: “Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá”. Después de tanto caminar, Lula, así como sus pares de la región, no llegó al poder, sino al gobierno. Y no armó una revolución; ganó una elección. ¿Dónde ha quedado la utopía, entonces? El realismo político no significa abandonar nuestros sueños, esgrimió en Gran Bretaña. Había estado poco antes con Bush en la Casa Blanca, (leer más)

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El paradigma del miedo

Bush y Blair enfrentan cuestionamientos por haberse dejado llevar por informes que no condujeron al arsenal de Saddam En el comienzo de todo, George W. Bush creó el miedo y la sospecha. E invocó la libertad en sendas operaciones, o guerras, antiterroristas: Libertad Duradera, o Perdurable, en Afganistán, y Libertad Iraquí, de modo de que, más allá del miedo y de la sospecha como correlatos de la voladura de las Torres Gemelas, prevaleciera la libertad como uno de los valores más caros a Occidente. La libertad, sin embargo, ha mellado otro valor. Tan caro, quizá, como ella: la verdad. Deshonrada, finalmente, en donde iban a aparecer armas de destrucción masiva, arsenales nucleares, misiles Scud capaces de pulverizar Israel, fanáticos decididos a morir matando y pruebas implacables de los vínculos de un dictador impiadoso como Saddam Hussein con un asesino confeso como Osama Ben Laden. Deshonrada, también, la verdad, en los vanos argumentos de Bush ante el Capitolio, de Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de Tony Blair ante la Cámara (leer más)

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El arte de la imprudencia

Resucitó rencores personales, relegando con ellos el replanteo entre la vieja Europa y la nueva Europa en un momento decisivo Más allá de las dudas, y de las críticas, por su autoridad moral para presidir la Unión Europea (UE), Silvio Berlusconi tenía una oportunidad, acaso única, de dejar de lado las rencillas personales (problemas legales irresueltos y conflictos de intereses también irresueltos) y encarar una agenda por sí misma ambiciosa: firma de la primera Constitución Europea, impulso de la red de transportes transeuropeos, finalización de las negociaciones de ampliación, endurecimiento de la política de inmigración y reconciliación con los Estados Unidos después de las rajaduras que produjeron las diferencias por la guerra contra Irak. Su debut en el cargo rotativo, sin embargo, no pudo ser peor: comparó en el Parlamento Europeo al eurodiputado alemán Martin Schulz, de filiación socialdemócrata como el canciller Gerhard Schröder, con un esbirro de las SS, recomendándole que desempeñe el papel de guardia, o de capo, de un campo de concentración en una película. Réplica absurda, resucitando estereotipos odiosos, frente a (leer más)

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La vergüenza de haber sido o el favor de ya no ser

Mientras Lula y Bush renuevan su agenda, la Argentina vislumbra su espacio en un escenario cada vez más complejo Si de piel se trata, nada más autóctono que Hugo Chávez, Alejandro Toledo y Lucio Gutiérrez. Si de cambios se trata, nada más radical que Vicente Fox, después de las siete décadas del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México, o Ricardo Lagos, después de los horrores de Pinochet en Chile. Si de perseverancia se trata, nada más monótono que Fidel Castro, en Cuba, o el Partido Colorado, en Paraguay. Si de excentricidades se trata, nada más elocuente que Abdalá Bucaram. Si de corrupción se trata, nada más emblemático que Alberto Fujimori (etcétera, etcétera, etcétera). Si de pragmatismo se trata, nada más flexible que el peronismo: de Carlos Menem a Néstor Kirchner. Hasta un presidente que habla mejor inglés que español tenemos, Gonzalo Sánchez de Lozada. Si de milagros se trata, sin embargo, nada más parecido a las mieles prodigadas por Bush a Lula. Recibido en la Casa Blanca, el viernes, con los honores de una reunión (leer más)

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La ignorancia es la fuerza

El pretexto de la coalición para atacar a Irak es una incógnita en medio de signos de realidad virtual cercanos a Matrix Cada tanto falla el sistema. Por un error del programa, tal vez. O algo así. Y tambalean todas las estanterías: en 2003 no hay Ministerio de la Verdad, como en el 1984 de George Orwell, pero un tocayo de él, de inicial intermedia W, da crédito a informes secretos, alentados por impaciencia propia o por avidez ajena, y declara una guerra cuasi unilateral contra un ser brutal (símil del renegado Emmanuel Goldstein, enemigo del pueblo y del Gran Hermano) que, en las pantallas contemporáneas, acecha con sus bigotazos espesos y su mirada ladina. Es la cara del mal. Realidad virtual o no, Bush dice en su ultimátum, 48 horas antes de los bombardeos, que el régimen de Irak posee, y esconde, algunas de las armas más letales jamás antes creadas. Asienten Tony Blair y José María Aznar, socios, y pioneros, en la recopilación de los informes secretos por medio de sus servicios secretos. (leer más)

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Política

Cuarteto para trío y orquesta

Sharon y Abbas, alentados por Bush, acordaron transitar la hoja de ruta, mientras Arafat, desplazado, ponía reparos Algo demorado, George W. Bush tendió la hoja de ruta sobre la mesa. Hasta el 24 de junio de 2002, a cinco meses de los comicios en los cuales los republicanos iban a alzarse con la mayoría de número en ambas cámaras del Capitolio, no quiso saber nada de Medio Oriente. O, acaso, inmerso en la campaña electoral y en las guerras preventivas, o viceversa, confió en que los asesinatos selectivos ordenados por Ariel Sharon, en respuesta a la intifada (sublevación palestina), podían recortar en forma drástica el poder de Yasser Arafat. Un escollo, o palo en la rueda, tildado de terrorista por Bush. Relegado en una curva, o en la banquina, de la hoja de ruta por ser sospechoso de apañar a los cabecillas de Hamas, la Jihad Islámica y otras facciones. Responsables de los atentados suicidas contra israelíes desde septiembre de 2000. Responsables, por ello, del pozo profundo (tranquilos, folks, no es de petróleo) en el (leer más)

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Los tuyos, los míos, los nuestros

En coincidencia con la asunción de Kirchner se ha planteado la necesidad de fortalecer la democracia en América latina De regreso a Lima, después de haber asistido a la asunción de Néstor Kirchner, Alejandro Toledo dio de bruces contra la realidad. La cruel realidad, digamos: por huelgas, disturbios y carreteras bloqueadas debió apelar por segunda vez en su presidencia, iniciada en julio de 2001, al estado de emergencia. La primera había sido por las protestas, o los cortocircuitos, de mediados del año pasado contra la privatización del sector eléctrico en el sur de Perú. En mente tenía Toledo el estado de emergencia desde el lunes, al parecer, mientras apuraba el desayuno, temprano y rápido, casi en silencio, con el canciller Allan Wagner en el bar del hotel de Buenos Aires en el que estaban alojados. Mejor no le había ido con la privatización del sector eléctrico al presidente de México, Vicente Fox, convengamos. Con reacciones, también. O neoparlamentarismo, según el presidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez de Lozada. Con la sangre en el ojo, en su (leer más)

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Rutas palestinas

La violencia desatada en los países árabes llevó a Bush a advertir que la guerra contra el terrorismo continúa Indicios, o sospechas, había. Colin Powell, empero, decidió seguir viaje. O la hoja de ruta, otro ensayo de paz para Medio Oriente. En Riad, Arabia Saudita, estallaron las bombas. No de estruendo. Ni de bienvenida. De terror: en el filo entre el lunes y el martes dejó huella Al-Qaeda de su supervivencia a los bombardeos en Afganistán. Siete muertos, sobre un saldo lamentable de más de 30 en tres atentados simultáneos contra barrios residenciales, eran norteamericanos. Otros 40 muertos, o más, iban a cobrar, cuatro días después, ataques simultáneos de igual estofa contra blancos occidentales en Casablanca, Marruecos, firme aliado de la coalición que derrocó a Saddam. Entre los escombros quedaban los mensajes. O las advertencias: rechazo a la guerra, y la posguerra, en Irak; oposición a la política de doble rasero (de contentar a unos y otros) de la casa real saudita, en particular, y de los gobiernos árabes, en general, y reivindicación de la (leer más)

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Política

El porvenir de mi pasado

Bush no disimula su disposición con los que apoyaron a la coalición y su malestar con los que reprobaron la guerra En ese momento, dramático, la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, recordó que los hombres del viejo Bush habían resuelto con excesiva rapidez la guerra de 1991. Entre ellos, el vicepresidente Dick Cheney, entonces secretario de Defensa, y el secretario de Estado, Colin Powell, entonces jefe del Estado Mayor Conjunto, empeñados en cumplir con la resolución de las Naciones Unidas: expulsar a las tropas iraquíes de Kuwait. Y ya. Sobre todo, en vísperas de elecciones. Nada de ir detrás de un ejército destrozado ni de destrozar a un gobierno extranjero. Que, según los partes de inteligencia, iba a caer por su propio peso. Como Galtieri después de Malvinas, llegaron a pensar. El primer Bush no resultó reelegido en 1992, empero. Y el rais, con sus cuatro dobles y sus siete vidas, superó los dos períodos de Clinton. Incluidos 650 bombardeos, y otros tantos misiles, como consecuencia de haber echado a los inspectores de armas (leer más)

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Política

El tiempo ya no está a favor de los pequeños

Powell hizo una distinción poco sutil entre los países de América latina que apoyaron la guerra y los que la rechazaron Alguno que otro espíritu sensible, o nostálgico, habrá advertido la magra mención de la Argentina en el discurso del secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, durante la conferencia anual del Consejo de las Américas. Salvo para referirse a «las dificultades diarias de los argentinos». O para abogar, el día después de las elecciones, por «la esperanza de que el nuevo gobierno, cuando sea elegido e instalado, pueda llevar adelante a esa gran nación». Mensajes de circunstancia, no más. Coincidentes con los buenos augurios para Paraguay, recurrente en elegir, y en reelegir, también en la víspera, al Partido Colorado. Una rutina desde 1947. No entró esta vez la Argentina, o su gobierno, en el reparto de agradecimientos «por su valiente postura en pro de lo que es correcto, lo que es necesario y lo que es justo». Música para oídos menemistas hubiera sido. Lo correcto, lo necesario y lo justo, según Powell, era apoyar a (leer más)

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Sociedad

Relato de un náufrago

La decisión de Duhalde de abstenerse, después de haber condenado a Castro, es otro valioso aporte a la confusión general Tres náufragos habían decidido la suerte de otro náufrago en una isla del Atlántico. La canciller española, Ana Palacio, desgranaba con su par argentino, Carlos Ruckauf, en Nueva York, aspectos de la cumbre entre Bush, Blair y Aznar en las Azores mientras, en Buenos Aires, el embajador británico, Robin Christopher, sondeaba al subsecretario de Política Exterior, Fernando Petrella, sobre el virtual apoyo político del gobierno de Duhalde a la coalición. El fracaso del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas era tan inminente como el comienzo de la guerra. En el revuelo, o aprovechándose de él, otro náufrago, Fidel Castro, decidía la suerte de 75 náufragos (disidentes y defensores de los derechos humanos) en otra isla del Atlántico, imponiéndoles penas de hasta 28 años de prisión por conspirar con el jefe de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, James Cason. Era la guerra dentro de la guerra mientras Bush estaba (leer más)

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Política

Otro día para morir

Con la guerra contra Irak, Bush ha consumado el paradigma de la seguridad preventiva en desmedro del viejo orden Apenas 24 horas después de la voladura de las Torres Gemelas surgió, en el círculo íntimo de Bush, la segunda fase de la réplica. Le atribuyen a Rumsfeld haber planteado: «¿Por qué no vamos por Irak, además de ir por Al-Qaeda?» Tenía cierta lógica: era más fácil concentrarse en una guerra convencional que podían ganar que en otra, no convencional, que debían ganar. Ganaron, finalmente, la guerra que podían ganar. La convencional. La otra, la no convencional, debía esperar. O, como Ben Laden, Saddam, el cielo y el infierno, podía esperar. La persecución del régimen talibán, en Afganistán, iba a ser la primera fase del plan que llamó Bush la causa más noble y la tarea más difícil: superar la maldad. Con ese sesgo religioso, al cual debe su adiós al Jack Daniels y su bienvenida a Cristo en sus tempranos 40, encaró, promediando los 56, la cruzada que procuró no llamar cruzada, así como la (leer más)

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Política

La abuela de todas las batallas

Los países árabes se bambolean entre preservar las buenas relaciones con Bush y, a la vez, oponerse a la guerra Saddam estaba muerto, o andaba de parranda, el primer día. Las tropas anglo-norteamericanas eran recibidas con entusiasmo en las ciudades liberadas del oprobio del tirano (símil imperfecto del Big Brother de Orwell, con sus bigotazos negros y su mirada ladina), el segundo día. Ya caía Bagdad, el tercer día, blanco de misiles teledirigidos (perdón, bombas inteligentes) que, según los estrategos del Pentágono, eran capaces de acertar en el tejado de un cuartel sin provocar víctimas civiles (daños colaterales, digo). Iba a ser una guerra preventiva y, a la vez, quirúrgica o higiénica, como Kosovo. Hasta que, en medio de tanto neologismo, corrió como la pólvora, el cuarto día, el video del canal qatarí Al-Jazeera con los cuerpos despanzurrados de siete soldados norteamericanos y los rostros demudados de otros cinco, prisioneros. Un sudor frío recorrió las cervicales de Bush y de Blair: no tenían previsto que, a diferencia de la primera campaña del Golfo, Saddam tuviera (leer más)