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En coincidencia con la asunción de Kirchner se ha planteado la necesidad de fortalecer la democracia en América latina

De regreso a Lima, después de haber asistido a la asunción de Néstor Kirchner, Alejandro Toledo dio de bruces contra la realidad. La cruel realidad, digamos: por huelgas, disturbios y carreteras bloqueadas debió apelar por segunda vez en su presidencia, iniciada en julio de 2001, al estado de emergencia. La primera había sido por las protestas, o los cortocircuitos, de mediados del año pasado contra la privatización del sector eléctrico en el sur de Perú.

En mente tenía Toledo el estado de emergencia desde el lunes, al parecer, mientras apuraba el desayuno, temprano y rápido, casi en silencio, con el canciller Allan Wagner en el bar del hotel de Buenos Aires en el que estaban alojados. Mejor no le había ido con la privatización del sector eléctrico al presidente de México, Vicente Fox, convengamos.

Con reacciones, también. O neoparlamentarismo, según el presidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez de Lozada. Con la sangre en el ojo, en su caso, por haberse visto obligado a ceder parte del poder a la oposición, encabezada por el ex presidente Jaime Paz Zamora, creando una suerte de coalición de facto con tal de preservar la gobernabilidad después de las movilizaciones organizadas por el dirigente cocalero Evo Morales, su rival en las elecciones.

En el bien más perecedero y, a la vez, más caro de América latina se ha convertido la gobernabilidad. Es decir, el consenso interno. Previo, en teoría, al consenso externo. Por más que en Cuzco, Perú, en vísperas de la asunción de Kirchner, la cumbre de presidentes del Grupo de Río haya concluido que la agudización de la pobreza, agravada por el estancamiento económico, constituye una amenaza para la democracia.

Tenemos que unirnos, pues; no sea que nos pase como a Fernando de la Rúa, advirtieron. Sobre todo porque, según Ricardo Lagos, no figuramos en la agenda de los Estados Unidos. Más pendientes de la seguridad, y del terrorismo, que del presupuesto de democracia, libre comercio y privatizaciones dictado para la región por el Consenso de Washington. Patente en los ochenta y en los noventa. Agotado ya, para muchos, por su propio déficit: la exclusión social.

De ahí, el Consenso de Cuzco, cual réplica, galvanizada en el pedido de intervención en Colombia del secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, como mediador entre el gobierno y la guerrilla, reflotándolo después del fiasco por Irak, antes de que Álvaro Uribe cumpla con su palabra: dialogamos o peleamos.

Sinónimo de guerra en un momento decisivo en el cual la mera asociación de la guerrilla con el narcotráfico y, a su vez, con el terrorismo depararía el respaldo norteamericano con la condición aparente, o implícita, de que Uribe obtenga apoyo militar entre sus vecinos. En especial, entre aquellos que se ven afectados por la expansión del fenómeno, como Bolivia, Perú, Ecuador y Venezuela.

La respuesta de sus pares, sin embargo, ha sido vaga: apoyo político, desde luego; apoyo militar, luego. ¿La unión hace la fuerza? El eje desentona. Kirchner ha atado la política exterior de su gobierno a Lula, augurando un polo de centro izquierda en el cual confluirían Lagos y, si gana en Uruguay, Tabaré Vázquez.

Lejos de Fox, más vigoroso en el tramo Puebla-Panamá, con su acuerdo de libre comercio, que en las espesuras del Amazonas y de la Patagonia. Y de Uribe, en principio, garante de los Estados Unidos en Irak al igual que sus pares de América Central mientras espera la mediación de Annan y, al mismo tiempo, una respuesta a la idea de formar la fuerza multilateral de paz. Que, advertido, no se atrevió a plantear en su primera reunión con Kirchner.

Por más que sea más flexible que Andrés Pastrana, su antecesor, ante la posibilidad de que la guerrilla acepte el diálogo fuera de Colombia. En Ecuador, por ejemplo, con cuyo presidente, Lucio Gutiérrez, surgido curiosamente de una revuelta indígena y militar, o de la falta de gobernabilidad, ha trotado en las alturas de Cuzco.

En las cuales afloraron las diferencias entre Brasil y México, expuestas recientemente en un artículo de Andrés Oppenheimer, columnista del Miami Herald. No hay roces, sino competencia por el liderazgo, definió Sánchez de Lozada. Suscribió el presidente de Guatemala, Alfonso Portillo: la globalización plantea bloques, no hegemonías, esgrimió en una charla reservada después de haber recibido el doctorado honoris causa de la Universidad de Tres de Febrero.

Moraleja: más allá de que los problemas sean parecidos, comenzando por la falta de gobernabilidad, las realidades, y las necesidades, no dejan de ser diferentes. Al tanto de ello, Fernando Henrique Cardoso lanzó en septiembre de 2000, un día después de la firma del Plan Colombia con la presencia de Bill Clinton en Cartagena de Indias, la primera cumbre de presidentes de América del Sur. Sólo de América del Sur, línea que prosigue Lula, vedada la presencia de Fox, entre otros, por más que su meta inicial haya sido acercarse al Mercosur.

Meta, también, de Hugo Chávez, sorteada la pueblada en Venezuela, con golpe de Estado incluido, merced a la gestión del secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), César Gaviria, tras el acuerdo con la Coordinadora Democrática de convocar a un referéndum. Otra señal de debilidad institucional. O de falta de gobernabilidad.

En Fox, seamos francos, muchos presidentes latinoamericanos vieron el nexo con George W. Bush. La demora indefinida de los acuerdos migratorios de los mexicanos radicados en forma ilegal en los Estados Unidos, en parte por los atentados del 11 de septiembre, y los desencuentros posteriores entre ambos, en particular por Irak, han bajado su cotización.

En la otra punta, Lagos paga las consecuencias de haber rechazado la guerra, pendiente de la traducción del inglés al español del acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos, mientras los consensos, más allá de sus buenas intenciones, no alcanzan a paliar el déficit: la falta de gobernabilidad, correlato de la exclusión social, que llevó a Toledo a declararse en emergencia frente a la cruel realidad.



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