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Francisco habló de “un cambio de época, no de una época de cambio”. Su sucesor, León XIV, empuña ahora el timón de la barca de la Iglesia. Una barca que navega en un mar encrespado por profundas desigualdades sociales entre olas de migrantes, refugiados y desplazados mientras acechan los nubarrones de la mayor cantidad de conflictos armados desde el final de la Segunda Guerra Mundial. A 80 años de su desenlace, la humanidad enfrenta aquello que el papa argentino o “del fin del mundo”, como se hizo llamar en su primera aparición en la Basílica de San Pedro, denominó “Tercera Guerra Mundial por partes”.
León XIV, nacido en Chicago, coincide con Donald Trump en la nacionalidad. Nada más. Robert Francis Prevost, como su antecesor, aboga por la paz. “Una paz desarmada, desarmante” por la cual abogó desde el balcón. Trump insiste en terminar la guerra de su alter ego Vladimir Putin a cambio de la cesión a Rusia del territorio usurpado en Ucrania y de obtener un beneficio económico merced al acceso a los minerales raros de ese país. En la otra guerra de magnitud, la de la Franja de Gaza, el proyecto inmobiliario de crear la Riviera de Medio Oriente sin palestinos avanza rápidamente con el guiño del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu.

Esas posiciones encontradas no son menores. El primer papa norteamericano, cara y ceca con otro compatriota, el cardenal conservador Timothy Dolan, de Nueva York, candidato de Trump, pasó un tercio de su vida fuera de Estados Unidos. En 2015 obtuvo la nacionalidad de Perú, donde su nombramiento fue festejado como si el seleccionado de fútbol hubiera alzado la Copa Mundial. Especialmente en su «querida diócesis de Chiclayo«, donde arribó en 1984 en medio del conflicto armado entre las fuerzas armadas y el grupo terrorista Sendero Luminoso. No por nada lo llaman “el papa peruano”.
Un papa que, por haber vivido gran parte de su vida en América Latina como misionero agustino antes de partir como obispo rumbo al Vaticano, conoce los pesares de los migrantes que buscan una vida mejor en su país de nacimiento, Estados Unidos, maltratados y repelidos como delincuentes por el gobierno de Trump. León XIV toma el relevo de un pontificado que se destacó por el interés en los más vulnerables, más allá de la discusión de asuntos controvertidos para la Iglesia, como los abusos sexuales o las finanzas internas.
Horas antes de su muerte, Francisco recibió al vicepresidente norteamericano, J. D. Vance, que profesa la fe católica. ¿Fue casualidad que haya sido la última visita? En términos políticos, la casualidad no existe, así como tampoco fue casualidad que, en las exequias del Sumo Pontífice, Trump se reuniera frente a frente en dos sillas austeras con Volodimir Zelenski, después de haberlo humillado en Washington, en un sitio apartado de la Basílica de San Pedro. Dos imágenes icónicas y, quizá, premonitorias de la fumata blanca en este “cambio de época”.
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