El experimento de Italia

La coalición de ultraderecha triunfante en Italia, como otras de países vecinos, ya no quiere abandonar la Unión Europea, sino cambiarle el decorado




Georgia Meloni: la heredera de Mussolini
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Después de 67 gobiernos en 76 años y de 11 en las últimas dos décadas, Italia se apresta a renovar la estantería con un nuevo gobierno centrado en una figura en ascenso de la ultraderecha, Giorgia Meloni, la primera mujer en la historia al frente del gobierno. La secundan Matteo Salvini, líder de la Liga, formación que aspira controlar la inmigración irregular y no apoya las sanciones contra Rusia, y el inoxidable Silvio Berlusconi, de 85 años, cabeza de Forza Italia, socio menor del bloque que apuró la caída del primer ministro anterior, Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo.

El hombre que salvó el euro no pudo salvar a su propio país del marasmo político. ¿Es un mal endémico o un cambio de época? El euroescepticismo, aplacado por la crisis derivada de la guerra en Ucrania, alteró su libreto. Aborrece a la Unión Europea, pero no quiere sacar los pies del plato. Prefiere modificar el decorado con la recuperación de la soberanía. Esa postura edulcorada le dio crédito electoral a Marine Le Pen, codo a codo en las presidenciales de Francia contra Emmanuel Macron, y a los Demócratas de Suecia, cuya victoria con una coalición de derecha apuró la renuncia de la primera ministra, Magdalena Andersson, mientras el país se apresta a sumarse a la OTAN y presidir el Consejo Europeo desde el 1 de enero.

La expansión del conservadurismo de derecha duro en Italia, tras los avances de sus mutualistas en Francia y en Suecia, zigzaguea entre la simpatía de Meloni hacia el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, siempre al filo de las normas comunitarias, y la amistad de Berlusconi, cuatro veces primer ministro, con Vladimir Putin. Curiosamente, el más moderado del trío mientras Salvini, exministro del Interior recordado por haber bloqueado el arribo de barcos con inmigrantes por el Mediterráneo, condenó primero la invasión rusa, pero después se mostró contrario a las medidas adoptadas por Occidente contra Rusia.

El partido de Meloni, romano como ella, fue creado en 2013 con la consigna “Dios, patria y familia”

El giro de tuerca en Italia, donde como en otros confines el nacionalismo goza de buena salud, se resume en una inestabilidad política que se codea con una inflación galopante y la amenaza de apagones debido a la escasez de energía en invierno. Berlusconi, sobre el cual pesan las acusaciones de abuso y prostitución de menores, se convirtió acaso sin proponérselo en el padrino de la diputada Meloni, al frente de Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), heredero de la Alianza Nacional de Gianfranco Fini en los años noventa que, a su vez, recogió las cenizas del Movimiento Social Italiano, creado en 1947 con los restos del fascismo de Benito Mussolini.

Meloni fue ministra de la Juventud de Berlusconi. Su partido, romano como ella, creado en 2013 con la consigna “Dios, patria y familia”, obtuvo el cuatro por ciento de los votos en 2018. En estos años se mantuvo al margen de todos los gobiernos, incluido el de Draghi; apoyó un bloqueo naval contra los inmigrantes en el Mediterráneo; protegió a las empresas italianas, y rechaza de plano la diversidad sexual. Esta vez, la bendijo más del 23 por ciento, como predijeron las encuestas, en un país que, desde el referéndum constitucional de 2020, redujo el número de parlamentarios de 945 a 600 (400 diputados y 200 senadores).

En Italia votaron por primera vez los mayores de 18 años, terreno habilitado antes a los de 25. En la tercera economía de la zona euro, marcada por la histórica desigualdad entre el norte rico y el sur pobre, pesa el lento crecimiento de la economía desde las crisis de 2008, así como los estragos provocados por la pandemia, la guerra en Ucrania y su propia deuda, una de las más grandes del mundo. La participación en los comicios alcanzó el 64 por ciento, el peor dato desde 1948. El hartazgo fraguó el gobierno más radical desde la Segunda Guerra Mundial. Un experimento de desenlace incierto más asociado con el fracaso político que con el mérito de Meloni.

Jorge Elías

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