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La felicidad depende de pequeñas cosas: una pequeña mansión, un pequeño coche deportivo, un pequeño yate, una pequeña cuenta bancaria… O, en el caso de Silvio Berlusconi, de otras pequeñeces, “mujeres jóvenes y bonitas. Las viejas y feas, por favor, apoyen a la oposición». Después de todo, según un sondeo revelado por él mismo, “el 33 por ciento de las jóvenes italianas se acostaría conmigo. El resto ha contestado: ¿otra vez?”. La brutal franqueza del ex primer ministro italiano refleja su esmerada humildad: «Tenía once en fila en la puerta y me he tirado a ocho».
En carrera por la candidatura presidencial republicana en los Estados Unidos, Donald Trump, también multimillonario, maduro, xenófobo y fanfarrón, dijo que pudo acostarse con Lady Di y, de inmediato, desglosó la lista de las mujeres con las cuales no dudaría en tirarse una canita al aire. Una canita teñida, como las de Berlusconi. En primer lugar puso a su esposa, la modelo eslovaca Melania Knauss. Luego a su ex, Ivana, y a la difunta Diana. Y siguió: las actrices Michelle Pfeiffer, Cameron Diaz y Julia Roberts; la modelo Cindy Crawford; la cantante Mariah Carey; la actriz Gwyneth Paltrow, y la periodista Diane Sawyer. En ese orden.
Berlusconi, como Trump, se ve a sí mismo como un seductor y pretende ser visto del mismo modo. “Prefiero que me gusten las mujeres hermosas antes que ser maricón”, dijo una vez. El exacerbado e insultante machismo, muy italiano según él, aunque Trump también lo predique, le ha valido tantas críticas como su irreverente insensibilidad frente a situaciones penosas, como el desempleo femenino: “Como padre el consejo que les doy es casarse con el hijo de Berlusconi o con algún otro que no tenga esos problemas”. En vísperas de su adiós de la política, enfrentó otro dilema: “La oposición dice que me vaya a mi casa. ¿A cuál? Tengo veinte”.
¿Qué llevó a los italianos a casi perpetuar en el poder a un narcisista como Berlusconi, demandante de una admiración excesiva, incapaz de reconocer e identificarse con los sentimientos y con las necesidades de los demás, centrado en sus fantasías de éxito? Quizá lo mismo que lleva a miles de norteamericanos a votar por Trump, tan ajeno a la política como Il Cavaliere. La frustración, sobrina del resentimiento, suele meter la cola en la política. La crisis de la clase media de los Estados Unidos se traduce en miedo por la economía, la estabilidad laboral, la seguridad social, la violencia e inclusive el terrorismo.
Trump ve enemigos donde otros procuran mostrarse tolerantes. El sueño americano se ha devaluado por el deterioro del sistema educativo público y la carestía del privado. Blancos de las clases media y baja votan por Trump entre los republicanos, así como, entre los demócratas, por el precandidato socialista Bernie Sanders, enemigo de Wall Street y de los banqueros. Trump recoge el enfado de miles de personas con el Estado federal (Washington, en la jerga política) por los gastos que insume. Entre ellos, a tono con el Tea Party, el plan de cobertura sanitaria conocido como Obamacare.
Berlusconi llegó a decir: “Desempolvé todas mis artes de playboy para ejercer una serie de presiones amorosas” con la presidenta de Finlandia, Tarja Halonen, y convertir a Parma en la sede de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria. Casi rompieron relaciones. En una cumbre de la Unión Europea, aprovechó un breve saludo con la primera ministra de Dinamarca, Helle Thorning-Schmidt, para mirarle el trasero. En el G20 le echó un vistazo, también, a la “bronceada” Michelle Obama, acompañada por su marido. Menos elegante ha sido con Angela Merkel: la tildó de «culazo mantecoso incogible».
El arsenal de comentarios sexistas y racistas también se instaló en la campaña norteamericana, al punto que Hillary Clinton exclamó: “¡Basta!”, en castellano e inglés. Trump se sintió en su salsa cada vez que se burló de ella por los amoríos de su marido con Monica Lewinsky y de la nacionalidad mexicana de la esposa de Jeb Bush, ahora fuera de carrera. El insulto fácil, reproducido al unísono por los medios periodísticos y las redes sociales, resultó efectivo para ahorrarse unos cuantos dólares durante la campaña. Los mensajes contra los inmigrantes, los mexicanos, los musulmanes y los ricos, aunque él también lo sea, atraen al votante blanco sin estudios universitarios que, agarrado de los flecos de la clase media, también busca una sola cosa: la felicidad.
Twitter @JorgeEliasInter y @elinterin
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