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En China terminó el 1 de enero de 2016 la política del hijo único, pero existe un enclave en el cual nunca se aplicó porque las mujeres son las que mandan
Por Jorge Elías
Desde antes de que el mundo fuera este mundo, los mosuo no están obligados a casarse ni a vivir en pareja. La etnia, de 50.000 personas, desciende de tibetanos nómades. Habita desde hace dos milenios las provincias chinas de Yunnan y Sichuan. Entre las montañas, coronadas por el lago Lugu, las mujeres llevan quimonos de seda, sombreros y collares. Viven con sus hijos sin certeza sobre la identidad de los padres biológicos.
A los 13 años de edad, ellas participan de la ceremonia “cámara de flor”. Disponen de un dormitorio para recibir a sus amantes. Pueden aceptarlos o rechazarlos. A la misma edad, los chicos son habilitados para el “tisese”: cada uno escoge a una mujer y, si cuadra, mantiene relaciones con ella o, de ser conveniente, con varias a la vez.
En este otro mundo, el matrimonio está en crisis. Los divorcios prosperan. Las religiones suelen acusar injustamente a la mujer. La sharia (ley islámica) permite hasta la flagelación y la lapidación de la presunta adúltera. En los Estados Unidos, una infausta seguidilla de políticos dimitió a sus cargos por situaciones tan embarazosas como el vulgar intercambio de fotos en calzoncillos con amantes virtuales. Pagó el precio de la infidelidad real el golfista Tiger Woods por haber tenido un harén secreto, así como el actor y político, o viceversa, Arnold Schwarzenegger por ser el padre del hijo de la niñera de sus otros cuatro hijos, los reconocidos.
Acaso para paliar la crisis o reflejarla, dos diputados de la ciudad de México propusieron reformar el Código Civil capitalino para permitirles a los cónyuges renovar sus votos cada dos años. De no hacerlo, ambos podrían separarse bajo los términos del divorcio. A esa dolorosa instancia no siempre se llega por infidelidad. Entre los británicos ha dejado de ser la primera causa de las separaciones. Prevalece ahora un motivo antes desoído: el desamor. Otro tanto sucede con la conducta irrazonable de uno de ellos, la comezón del séptimo año y las infaltables penurias económicas.
El Reino Unido, avanzado en estos asuntos, ha sido el primero en hacer respetar los acuerdos prenupciales. La Corte Suprema impidió que el ex marido de Katrin Radmacher, heredera de un imperio estimado en 160 millones de dólares, se quedara con la mitad de los bienes conyugales tras el divorcio. En los Estados Unidos, algunos acuerdos parecen reglamentos aprobados por comunidades de vecinos: prevén multas si uno descubre que el otro ha consumido drogas tras un examen mensual obligatorio, un bono de 100.000 dólares si uno de los dos es infiel y otro bono, de igual monto, si la mujer pesa más de 54 kilos.
Nada de eso ocurre en la etnia mosuo. En ella nunca existió la política del hijo único, abolida desde el 1 de enero de 2016 por la Asamblea Nacional Popular de China. Prevalece el matriarcado. Las mujeres, libres en su elección, llaman «axia» a sus amantes y «azhu» a los demás amigos. Les dan el apellido a sus hijos. Los celos son casi desconocidos. En caso de ruptura, uno abandona al otro sin causar molestias.
En plan de conquista, las mujeres cosquillean discretamente a los hombres en las palmas de las manos para que vayan esa noche a sus dormitorios. Al amanecer, los hombres regresan a la casa de su madre. Existen parejas monógamas, pero, al no haber matrimonio ni concubinato, tampoco hay solteras ni casadas ni divorciadas ni viudas. Algo de otro mundo.
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