Getting your Trinity Audio player ready...
|
Dilma Rousseff y Marina Silva, a pesar de su condición femenina, rehúyen debatir temas tan sensibles como el aborto y la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo
En Brasil está prohibido el topless. Más que prohibido, prohibidísimo. En la playa de la garota de Ipanema, así como en las de Buzios, Florianópolis y otras también conocidas, la mera exhibición del torso desnudo puede costarles a las mujeres una multa por “gesto obsceno” y, según una ley de la década del cuarenta nunca derogada, una pena de entre tres meses y un año de prisión. Es un “atentado al pudor”. En los carnavales, curiosamente, van por el Sambódromo del Marquês de Sapucaí como Dios las trajo al mundo. Corresponde. El desparpajo es parte de la fiesta, quizá la más famosa del planeta.
¿Quién entiende el recato, por un lado, y la desenvoltura, por el otro? Van de la mano. El 75 por ciento de los 202 millones de brasileños profesa la fe católica. Es el país con la mayor cantidad de católicos del mundo, como constató el papa Francisco mientras oficiaba misa a la vera del Cristo Redentor. En ese país, la candidata presidencial socialista Marina Silva debió deshacerse de un asesor de su campaña, el activista gay Luciano Freitas, tras borrar del programa de gobierno su apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo. Lo hizo un día después de presentarlo. No intervino el Vaticano, sino la iglesia evangélica, a la cual pertenece.
En el segundo debate entre Marina, Dilma Rousseff, Aécio Neves y los otros candidatos, que presenciamos en Buenos Aires por gentileza del embajador brasileño, Everton Vargas, la campaña se centró en la economía. “¿Cómo se las va a arreglar para conseguir todo el dinero que necesita para cumplir con las promesas que está haciendo?”, increpó la presidenta Rousseff, candidata a la reelección, a Marina. “Haremos las elecciones debidas”, dijo, dubitativa. “Usted habla y habla, pero no responde”, obtuvo como réplica. En la carrera hacia el crucial 5 de octubre, como en cualquier carrera presidencial, todo el mundo habla y habla, pero nadie responde.
En Brasil, más allá del brío que cobró Marina al suceder al fallecido Eduardo Campos, de ciertos temas parece mejor no hablar. O no hablar de más. Esos temas espantan al electorado. Más de la mitad de los brasileños rechaza el matrimonio entre personas del mismo sexo, según un sondeo del Instituto Ibope. Una proporción mayor, ocho de cada diez, se opone a la legalización de la marihuana y del aborto. Cada año, una de cada cinco mujeres interrumpe su embarazo. El aborto está autorizado en casos de violación o de malformación del feto o si existe algún riesgo para la salud de la mujer. Las prácticas son inseguras. Muere una mujer cada dos días por esa causa.
Es llamativo que dos candidatas mujeres procuren esquivarlo como si fuera arena movediza. Lo es, en realidad. Es un tema tabú. Con el matrimonio entre personas del mismo sexo ocurre algo parecido. Está permitido desde 2013 por el Consejo Nacional de Justicia de Brasil, institución que vela por la autonomía del Poder Judicial, pero no ha sido tratado por el Congreso. Al presentar su programa, Marina no chocó sólo con los pastores evangélicos. Chocó, también, con grupos de presión que predican contra las libertades individuales, la salud reproductiva y los derechos de la mujer y de los homosexuales. Tienen mucho poder. Prefieren no innovar. Amén.
You completed a few fine points there. I did a search on the matter and found nearly all persons will agree with your blog.
Everything is very open with a very clear description of the challenges. It was truly informative. Your website is very helpful. Thanks for sharing!