El momento de la reconciliación




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Nada une más que las alegrías y las desgracias. Es parte del comportamiento humano. El cardenal Jorge Bergoglio no contaba con “la bendición” del gobierno argentino. Eran públicos y notorios sus desencuentros con Néstor y Cristina Kirchner desde 2003. Siempre pareció caminar por la acera opuesta, así como la Iglesia Católica en general, por su rechazo a la corrupción, la pobreza, el matrimonio entre personas del mismo sexo y, puntualmente, su posición a favor del campo cuando quisieron imponerle mayores retenciones a las exportaciones y sus advertencias sobre la creciente crispación de una sociedad polarizada por diferencias políticas.

La alegría por la elección del primer papa argentino y latinoamericano, de formación jesuita, pareció sepultar aquellos reveses y las versiones sobre su presunta complicidad con jerarcas de la dictadura militar en los años setenta. La presidenta Cristina Kirchner saludó de inmediato «a su Santidad Francisco I» desde su cuenta de Twitter. Le envió una carta y, al rato, dejó trascender que viajará al Vaticano, deseándole “toda la suerte del mundo en esta misión pastoral». Era un día histórico. El ex arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina había recibido 40 de los 77 votos cuando resultó elegido su antecesor, el papa emérito Benedicto XVI, en 2005.

Esta vez, no era favorito. Quizá Francisco I recoja ahora aquello que sembró frente a la desgracia. Había muerto Néstor Kirchner en octubre de 2007. Les dijo a los fieles en que iba a ser “una ingratitud muy grande que ese pueblo, esté de acuerdo o no esté de acuerdo con él, olvidara que este hombre fue ungido por la voluntad popular. Este hombre cargó sobre su corazón, sobre sus hombros y sobre su conciencia la conducción de un pueblo. Las banderías claudican frente a la muerte y dejan su lugar a las manos misericordiosas del Padre”. Le pidió a la viuda que fuera fuerte y que promoviera la paz.

La decisión de los Kirchner de trasladar el tedeum oficial del 25 de mayo (Día de la Revolución) a diócesis menos conflictivas, de modo de evitar sus críticas la Catedral de Buenos Aires, fue una clara señal de la escasa sintonía con Bergoglio, cuya vida modesta, en un departamento del edificio de la Curia, frente a la Casa de Gobierno, contrastaba con la codicia habitual en la política. Viajaba en metro y en autobús, prescindiendo de los coches oficiales, y no ocultaba su simpatía por un club de fútbol, San Lorenzo de Almagro, algo que lo humanizaba en medio de la pompa y ceremonia de la vida sacerdotal.

Sus mensajes no eran del agrado de Néstor Kirchner. La ruptura quedó en evidencia en 2005, cuando el presidente decidió no acudir al tedeum y la Iglesia dejó en claro que la relación con el gobierno atravesaba un período crítico. En Bergoglio, como en tantos otros que no coincidían con su proceder, el ex presidente intuía una presunta oposición a su gobierno que podía ser perniciosa. La Argentina, distinta de aquella en la cual las autoridades eclesiásticas tenían mayor injerencia en los asuntos públicos, había cambiado tanto que no veía peligro alguno en esa aparente discordia.

Con Cristina Kirchner, tras ser investida presidenta, mejoró el diálogo, pero la natural inclinación de Bergoglio hacia el diálogo con la oposición en medio de la crisis del gobierno con el campo llevó a muchos a confundirlo con un actor político. Resultó crucial que se hubiera reunido con el vicepresidente Julio Cobos, presidente del Senado, cuyo voto definitivo sobre las retenciones terminó siendo demoledor para las ambiciones del gobierno. Esa tirantez duró hasta que Cristina Kirchner aceptó una invitación suya a una misa en Luján, donde se erige la Catedral más emblemática de la Argentina.

Palabras como “crispación social”, advertencias sobre el riesgo de “homogeneizar el pensamiento”, los descalabros provocado por la pobreza y la defensa del “bien inalterable del matrimonio y la familia” en desmedro del matrimonio igualitario, aprobado por el Congreso, volvieron a tensar la delicada cuerda de la relación ríspida con un gobierno no acostumbrado a los reproches. Le puso la fresa a la torta con “los delirios de grandeza de los gobernantes”, basados en su lejanía de los intereses reales de la sociedad. Su elección como primer papa argentino en la historia ha precipitado la reconciliación. El motivo, como la alegría y la desgracia, también es parte del comportamiento humano.



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