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Política

Por un puñado de votos

Tanto se tensó la cuerda que la decisión está en manos de la instancia que Gore quiso evitar y que Bush supo forzar: los tribunales WEST PALM BEACH, Florida.– John Kennedy llevaba en el bolsillo un número mágico: 118.574, según el biógrafo Richard Reeves. Era la diferencia escasa, anotada en un trozo de papel, con la cual había superado a Richard Nixon en las elecciones de 1960. La primera vez que se vieron, después de haber sofocado sospechas de votos hasta en los cementerios, el presidente electo admitió: “Es difícil saber quién ganó”. Su rival, luego presidente, asintió con la cabeza. Ninguno de ellos completó su mandato. Uno terminó asesinado; el otro terminó corrido por el escándalo Watergate. ¿Sabrán alguna vez Al Gore y George W. Bush quién ganó las últimas elecciones? Nixon entendió  en su momento que los recuentos y las demandas podrían causarle un gran daño al país. “El país no puede permitirse la agonía de una crisis constitucional y, por supuesto, yo no voy a participar en crear una simplemente para convertirme (leer más)

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Presidente por un rato

Haya ganado Bush o haya ganado Gore, el próximo gobierno estará signado por la falta de legitimidad WEST PALM BEACH, Florida.– Pálpitos, o justificaciones, hay por doquier. Hasta en los Estados Unidos. Dicen en Washington, por ejemplo, que el resultado de las elecciones presidenciales suele estar sujeto al último partido de los Redskins, crédito local de fútbol americano. Si ganan el domingo previo, gana el martes el candidato por la Casa Blanca; si pierden, paciencia, gana el candidato por la oposición. Es una leyenda urbana a la cual prestan especial atención los apostadores. ¿Qué pasó el domingo? Perdieron los Redskins por margen escaso: 16-15 contra los Cardinals, de Arizona. ¿Qué pasó el martes? George W. Bush, el candidato por la oposición, habría ganado por margen escaso el voto electoral (es decir, tendría la mayoría de los delegados en el Colegio Electoral si redondea, finalmente, su victoria en Florida), y Al Gore, el candidato por la Casa Blanca, habría ganado, también por margen escaso, el voto popular (es decir, tendría la mayoría de los votos, pero, (leer más)

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Tu pasado me condena

No flirtean con mujeres ni cometen excesos, pero, con una economía robusta, no saben cómo eludir la sombra de Clinton ATLANTA, Georgia.– Comparten algo así como un complejo de inferioridad. Y, a la vez, un orgullo inquebrantable. Quizá más Al Gore que George W. Bush, dispuesto a perder las elecciones, si fuera necesario, con tal de no permitir que Bill Clinton se atribuya la victoria. Fue claro en eso: que haya sido el vicepresidente en los últimos ocho años, y que haya sido leal en los momentos más difíciles, no significa que pretenda vivir bajo la sombra de la bonanza económica. Que considera ajena. Tan ajena, tal vez, como Bush considera la gestión de su padre, derrotado por Clinton en su intento de ser reelegido en 1992. Y como considera, asimismo, la actitud de los congresistas que, sin medir consecuencias, cavaron la fosa más honda en la cual han caído los republicanos desde la renuncia de Richard Nixon. Desprestigiados, ignorados, concentrados en sí mismos mientras la gente, descreída de ellos, veía otro canal durante el (leer más)