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Política

Pasado de revoluciones

Estaba persuadido. Iba a mirarse en un espejo incómodo: los ojos de Vladimir Putin. Y se vio a sí mismo, cuestionado por la caza de terroristas más allá de sus fronteras y por el afán de controlar medios de comunicación dentro de ellas (el afán, o la tentación, de todo presidente, sea democrático o no). Eran tal para cual, impedidos de críticas mutuas por las políticas que  emprendieron en sus respectivos dominios, más allá de sus usanzas y de sus modales. Con su par ruso, sin embargo, George W. Bush debía ser cauto: codo a codo con la Unión Europea, los norteamericanos habían tallado en la crisis de Ucrania a favor de Viktor Yuschenko, blanco de un intento de envenenamiento en el que estuvo involucrada la policía secreta para favorecer al candidato del Kremlin, Viktor Yanukovich. Una burda maniobra. En la reunión que mantuvieron Putin y Bush en Bratislava, Eslovaquia, había mar de fondo, pues. Mar de fondo que iba a agitarse poco después, como las olas de un tsunami, con la revuelta desatada en (leer más)

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La manzana de Evo

El limbo político en el que se halla el país plantea la disyuntiva entre dos concepciones de poder difícilmente conciliables A 14 meses de haber asumido el gobierno, Gonzalo Sánchez de Lozada estaba solo. Más solo que nunca, en realidad. Como todo presidente a punto de caer en un pozo, el más profundo dentro sus depresiones frecuentes. Le sobraban culpas y le faltaban respuestas en octubre de 2003. En la calle, frente al Palacio Quemado, la protesta cobraba muertos. Cobraba muertos y resucitaba rencores por las privatizaciones realizadas durante su primera gestión, entre 1993 y 1997, y por la mera posibilidad de que Chile, identificado como el enemigo implacable desde las aulas primarias por la Guerra del Pacífico, en 1879, obtuviera algún rédito de las exportaciones de gas. En los 17 meses siguientes, el hasta entonces vicepresidente Carlos Mesa debió enfrentar, como presidente, 820 conflictos sociales. O, traducidos en reclamos, 12.000, diferentes todos ellos. Resolvió 4250. Poco más de un tercio, apenas, frente a un promedio de dos huelgas, bloqueos o amenazas por día. En (leer más)

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Mar adentro

Cada vez más, los conflictos sociales son propios de los países en los que se producen en lugar de representar un drama regional COQUIMBO, Chile.– Sobre el Desierto de Atacama, a bordo del avión presidencial, Ricardo Lagos debió interrumpir un animado diálogo con ministros, parlamentarios e invitados. «Me llama Chávez», se excusó. Y al tiro, como dicen los chilenos, partió hacia su despacho, una cabina modesta con un escritorio y tres butacas. Después abordó con la comitiva un Hércules C130, de la Fuerza Aérea, rumbo a El Salado, pueblo terroso y aislado en el que iba a inaugurar una planta de tratamiento de cobre. Fue el jueves, un día antes de su quinto aniversario en La Moneda (sede del gobierno) y un día después de la resolución de la crisis de Bolivia. Al teléfono, Chávez era un peligro. No por el motivo del llamado, sino, amante de los monólogos, por la temible duración del diálogo a pocos minutos del aterrizaje. Desde París, empero, sólo le agradeció la gestión conciliadora del canciller chileno, Ignacio Walker, ante (leer más)

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Se presume culpable

Con órdenes de control, el gobierno británico pretende restringir los derechos de los sospechosos de terrorismo LONDRES.– Engels, socio de Marx en el socialismo científico, juzgaba absurdo el socialismo utópico de Owen, Saint-Simon y Fourier. Utópico pasó a ser desde entonces, mediados del siglo XIX, sinónimo de proyecto o sueño irrealizable. En especial, si de política se trataba. Utópico, por negativo que fuere, era el mundo de The Big Brother (El Gran Hermano), descripto por George Orwell en su novela 1984, editada en 1949. Cinco décadas después, su homónimo Tony Blair (homónimo por el apellido: Orwell se llamaba Eric Arthur Blair) planteó el dilema moral entre la libertad y la seguridad. Lo planteó a la luz de atentados frustrados por Scotland Yard en Londres, uno de ellos de la magnitud de Atocha. La libertad, según Blair, implica establecer un delicado equilibrio entre su ejercicio y la protección de la ciudadanía frente a eventuales atentados. De ahí, la necesidad aparente, y controvertida, de mantener bajo la tutela del gobierno a los sospechosos que no puedan ser (leer más)

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Hipótesis de conflicto

Siria e Irán se resisten al plan de largo aliento que ha emprendido Bush en Medio Oriente desde la invasión a Irak En su segundo mandato, George W. Bush no ha movido nada de su lugar. En su escritorio continúa, impertérrito, el busto de Winston Churchill. En su cabeza continúa, remozado, el ideario de Ronald Reagan. Y en su norte continúa, impertérrito y remozado, el legado de ambos: desplegar una estrategia de cambio en sociedades no democráticas en un plazo no acotado por su gestión, por más que ello implique la hipótesis de conflicto como rutina. O como latiguillo permanente en su discurso. Ese discurso no refiere años, sino décadas en las cuales el poder norteamericano, sea republicano, sea demócrata, se dispone a promover en Medio Oriente, en su caso, algo parecido a la liquidación de saldos de la Unión Soviética, en el caso de Reagan, mientras, más allá de la Cortina de Hierro, germinaba la semilla de un bloque político, económico, militar y cultural apadrinado por los Estados Unidos. Germinaba la semilla de la (leer más)

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Mano a mano hemos quedado

Sharon y Abbas se comprometieron a aplicar la hoja de ruta, pero Hamas cumplió con su amenaza de patear el tablero Entre Ariel Sharon y Mahmoud Abbas no iba a haber papeles, sino un apretón de manos. No iba a haber papeles, como en la mayoría de las cumbres anteriores entre israelíes y palestinos, por una razón: sobraban. Ambos debían transmitir un mensaje político. Un gesto de buena voluntad. Nada más. La supervisión de la hoja de ruta (plan de paz trazado por el gobierno de George W. Bush y respaldado por la Unión Europea, las Naciones Unidas y Rusia) iba a ser tarea de un militar norteamericano sin experiencia diplomática, el teniente general William Ward. Señal de la magnitud de la intifada (sublevación palestina), antes más librada a la esperanza del diálogo que a la posibilidad de la cerrazón. En ello terció la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, presente en las vísperas de la cumbre realizada en Sharm el Sheij, Egipto, en donde el presidente anfitrión, Hosni Mubarak, y el rey Abdalá II (leer más)

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Segundo mandamiento: no desconfiarás de mí

La alta participación de los iraquíes en las elecciones sirvió para que Bush elevara la apuesta por la democracia en Medio Oriente Prudente nunca ha sido. Menos iba a serlo ahora, reconciliado en parte con el espejo y, sobre todo, con aquellos que no toleraron sus arrebatos después de la guerra en Afganistán. En Irak, George W. Bush recreó uno de los estigmas de Vietnam: “Tenemos que destruir la villa para poder salvarla”, de modo de “ganar los corazones y las mentes”. ¿Era el deseo de los iraquíes, por más valentía que hayan demostrado con su elevada participación en las primeras elecciones después de la era Saddam Hussein? Querían deshacerse de él, desde luego, pero ignoraban el precio. Es decir, la transición de una dictadura a un lío. De ese lío no sólo pretenden salir ellos, incómodos con la ocupación extranjera y con la irrupción terrorista, sino, más que nadie, los norteamericanos. Pero Bush, entonado con la reelección en casa y con la elección fuera de ella, ha seguido adelante con sus planes: extender la (leer más)

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Heredarás la guerra

Ben Laden proclamó el liderazgo de Al-Zarqawi en Irak e instó a boicotear las próximas elecciones de ese país y de Palestina En enero de 2004, los kurdos interceptaron una carta de Abu Mussab al-Zarqawi; estaba dirigida a Osama ben Laden. Le proponía expandir la red Al-Qaeda en Irak, fomentado una guerra sectaria entre sunnitas y chiítas. El caos, digamos. No obtuvo respuesta inmediata. Su devoción por la jihad (guerra santa) se vio premiada casi un año después: el mentor de la voladura de las Torres Gemelas exaltó su valor en la cruzada contra los infieles. Entre ellos, el contratista norteamericano Nicholas Berg, decapitado por él mismo frente a las cámaras en mayo de 2004. Iba a ser el primero de una serie de secuestros, torturas y asesinatos después de haberse atribuido en agosto de 2003 el atentado contra la sede de las Naciones Unidas, en Bagdad, en el que murió Sergio Vieira de Mello, enviado especial de Kofi Annan. En aquella carta, en la cual consignó 25 atentados suicidas en Irak, confesaba Zarqawi, de (leer más)