Pasado de revoluciones
Estaba persuadido. Iba a mirarse en un espejo incómodo: los ojos de Vladimir Putin. Y se vio a sí mismo, cuestionado por la caza de terroristas más allá de sus fronteras y por el afán de controlar medios de comunicación dentro de ellas (el afán, o la tentación, de todo presidente, sea democrático o no). Eran tal para cual, impedidos de críticas mutuas por las políticas que emprendieron en sus respectivos dominios, más allá de sus usanzas y de sus modales. Con su par ruso, sin embargo, George W. Bush debía ser cauto: codo a codo con la Unión Europea, los norteamericanos habían tallado en la crisis de Ucrania a favor de Viktor Yuschenko, blanco de un intento de envenenamiento en el que estuvo involucrada la policía secreta para favorecer al candidato del Kremlin, Viktor Yanukovich. Una burda maniobra. En la reunión que mantuvieron Putin y Bush en Bratislava, Eslovaquia, había mar de fondo, pues. Mar de fondo que iba a agitarse poco después, como las olas de un tsunami, con la revuelta desatada en (leer más)