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Política

Hipótesis de conflicto

Siria e Irán se resisten al plan de largo aliento que ha emprendido Bush en Medio Oriente desde la invasión a Irak En su segundo mandato, George W. Bush no ha movido nada de su lugar. En su escritorio continúa, impertérrito, el busto de Winston Churchill. En su cabeza continúa, remozado, el ideario de Ronald Reagan. Y en su norte continúa, impertérrito y remozado, el legado de ambos: desplegar una estrategia de cambio en sociedades no democráticas en un plazo no acotado por su gestión, por más que ello implique la hipótesis de conflicto como rutina. O como latiguillo permanente en su discurso. Ese discurso no refiere años, sino décadas en las cuales el poder norteamericano, sea republicano, sea demócrata, se dispone a promover en Medio Oriente, en su caso, algo parecido a la liquidación de saldos de la Unión Soviética, en el caso de Reagan, mientras, más allá de la Cortina de Hierro, germinaba la semilla de un bloque político, económico, militar y cultural apadrinado por los Estados Unidos. Germinaba la semilla de la (leer más)

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Mano a mano hemos quedado

Sharon y Abbas se comprometieron a aplicar la hoja de ruta, pero Hamas cumplió con su amenaza de patear el tablero Entre Ariel Sharon y Mahmoud Abbas no iba a haber papeles, sino un apretón de manos. No iba a haber papeles, como en la mayoría de las cumbres anteriores entre israelíes y palestinos, por una razón: sobraban. Ambos debían transmitir un mensaje político. Un gesto de buena voluntad. Nada más. La supervisión de la hoja de ruta (plan de paz trazado por el gobierno de George W. Bush y respaldado por la Unión Europea, las Naciones Unidas y Rusia) iba a ser tarea de un militar norteamericano sin experiencia diplomática, el teniente general William Ward. Señal de la magnitud de la intifada (sublevación palestina), antes más librada a la esperanza del diálogo que a la posibilidad de la cerrazón. En ello terció la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, presente en las vísperas de la cumbre realizada en Sharm el Sheij, Egipto, en donde el presidente anfitrión, Hosni Mubarak, y el rey Abdalá II (leer más)

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Segundo mandamiento: no desconfiarás de mí

La alta participación de los iraquíes en las elecciones sirvió para que Bush elevara la apuesta por la democracia en Medio Oriente Prudente nunca ha sido. Menos iba a serlo ahora, reconciliado en parte con el espejo y, sobre todo, con aquellos que no toleraron sus arrebatos después de la guerra en Afganistán. En Irak, George W. Bush recreó uno de los estigmas de Vietnam: “Tenemos que destruir la villa para poder salvarla”, de modo de “ganar los corazones y las mentes”. ¿Era el deseo de los iraquíes, por más valentía que hayan demostrado con su elevada participación en las primeras elecciones después de la era Saddam Hussein? Querían deshacerse de él, desde luego, pero ignoraban el precio. Es decir, la transición de una dictadura a un lío. De ese lío no sólo pretenden salir ellos, incómodos con la ocupación extranjera y con la irrupción terrorista, sino, más que nadie, los norteamericanos. Pero Bush, entonado con la reelección en casa y con la elección fuera de ella, ha seguido adelante con sus planes: extender la (leer más)