
México insurgente
CIUDAD DE MÉXICO.– Afirmaba en 1909 el diario El Imparcial: «Una revolución en México es imposible». Lo suscribía un empresario norteamericano vinculado con la industria del acero: «En todos los rincones de la república reina una paz envidiable». Y lo confirmaba, cual pronóstico meteorológico, el poeta español Julio Sesto: «Ninguna nube negra hay en el horizonte». Fallaron. A caballo venía marchando un hacendado poderoso e inquieto, Francisco I. Madero, que amenazaba con una protesta masiva contra el régimen del general Porfirio Díaz, vitalicio en el poder durante más de tres décadas, si había indicios de fraude en las elecciones de 1910. Era la mecha que iba encender la revolución. Revolución que, después de ensayos vanos, quedó plasmada en la identidad mexicana, con calles y con paseos que invocan su nombre. Y que, a su vez, fraguó las dos versiones previas del Partido Revolucionario Institucional (PRI): el Partido Nacional Revolucionario y el Partido de la Revolución Mexicana. Señala el historiador Enrique Krauze que Vicente Fox, el candidato opositor que pretende poner hoy una lápida sobre los (leer más)