
En el nombre del hijo
EN una honda depresión cayó el dictador sirio Hafez al Assad cuando murió su hijo favorito, Basel. Fue, en cierto modo, el comienzo de su propia muerte. De la muerte de una ilusión: que el mayor de sus cachorros se afilara las garras como un león. Como él, en realidad. Pero la ilusión descarriló en un accidente de tránsito, cerca del aeropuerto de Damasco. Convocó entonces, en 1994, a otro hijo, Bashar, estudiante de oftalmología en Londres, más identificado con las melodías de Phil Collins que con las trompetas del Palacio del Pueblo. Es más difícil asumir la muerte ajena que la propia. Sobre todo, si altera los planes de los deudos. Assad murió dos veces, en verdad, pero, aunque ya no esté, continúa rigiendo los destinos de Siria: el parlamento reformó a imagen y semejanza de Bashar la letra constitucional de modo de que, a los 34 años, pueda asumir el poder, vedado antes hasta los 40. Se hizo la voluntad de Assad, en definitiva, acechado en vida, y post mórtem, por su hermano (leer más)