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Política

En el nombre del hijo

EN una honda depresión cayó el dictador sirio Hafez al Assad cuando murió su hijo favorito, Basel. Fue, en cierto modo, el comienzo de su propia muerte. De la muerte de una ilusión: que el mayor de sus cachorros se afilara las garras como un león. Como él, en realidad. Pero la ilusión descarriló en un accidente de tránsito, cerca del aeropuerto de Damasco. Convocó entonces, en 1994, a otro hijo, Bashar, estudiante de oftalmología en Londres, más identificado con las melodías de Phil Collins que con las trompetas del Palacio del Pueblo. Es más difícil asumir la muerte ajena que la propia. Sobre todo, si altera los planes de los deudos. Assad murió dos veces, en verdad, pero, aunque ya no esté, continúa rigiendo los destinos de Siria: el parlamento reformó a imagen y semejanza de Bashar la letra constitucional de modo de que, a los 34 años,  pueda asumir el poder, vedado antes hasta los 40. Se hizo la voluntad de Assad, en definitiva, acechado en vida, y post mórtem, por su hermano (leer más)

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Política

Desaforados

Finalmente, la Organización de los Estados Americanos (OEA) demostró que podría pagar parte de sus deudas, originadas por mora de los países miembros, si se abstiene de mandar observadores a los procesos electorales. Es más barato confiar en la palabra de los ganadores, como Fujimori, que gastar dinero y tiempo, o viceversa, en levantar campamento por sospechas de fraude, dejando todo a la buena de Dios, para convalidar, después, las trampas advertidas entre bambalinas. O los observadores observaron mal, o los observados observaron mejor. Es un dilema. Quizás otro habría sido el desenlace en el Perú si los Estados Unidos no hubieran metido sus narices. La amenaza unilateral de sanciones, rechazada por la mayoría en la OEA, sólo despertó nacionalismos. O reparos. Esos que dictan, tanto en México como en Venezuela en vísperas de sus elecciones, que cada uno debe resolver sus asuntos en casa. Sin participación extranjera. Menos aún de los primos del Norte, imperialistas durante las dictaduras, intervencionistas desde Kosovo. Y, sin embargo, admirados por todos. Vaya contradicción. ¿Que podría haber hecho la (leer más)

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Durmiendo con el enemigo

Supongamos que un vecino del edificio golpea a la mujer frente a los hijos. Nos consta por el escándalo, en su departamento, y por el carácter de él. Agresivo, generalmente. ¿Qué podemos hacer? Ignorarlo, llamar a la policía o, armados de valor, tocar el timbre. Si vamos solos, quizá todo siga igual y nos ganemos, de puro comedidos, un enemigo que usa el mismo ascensor que nosotros. Si vamos acompañados (por los miembros del consorcio, digamos), quizás el hombre acepte razones y empiece a respetar las normas más elementales de la convivencia. Todo sea con tal de que ella, la mujer, no resulte herida. O más herida aún. Supongamos ahora que el vecino es Fujimori, que el edificio es América latina y que la mujer es la democracia. La mujer puede ser bonita o no tanto, pero no deja de ser mujer. A secas. Así como la democracia, fuerte o no tanto, no deja de ser democracia. A secas, también. En este caso, la mujer, o la democracia, es víctima de los arrebatos de un (leer más)