Vulnerables
Quedan cada vez menos países invictos, con gobiernos sin pecado concebidos. En los otros, curiosamente desarrollados muchos de ellos, la gente se siente defraudada. O robada. O estafada. O, a lo sumo, decepcionada. No por la democracia (lo mejor que supimos conseguir), sino por sus bronces. En vida o post mortem. Lo cual corre por líneas separadas de la bonanza económica, caso Estados Unidos, o de la consolidación política, caso Alemania. El caso Helmut Kohl, cual súbito piedrazo después de haber sido el canciller que más hizo por Alemania desde Konrad Adenauer, desnuda una cruda realidad: la necesidad de fondos frescos de los partidos políticos con tal de permanecer en el poder. Necesidad de un mundo competitivo con leyes propias del mercado, incorporadas a la política, que, en su afán ciego, derivó en corrupción en las elecciones de 1994 en Alemania y arrastró, en su derrotero caudaloso, la imagen patriarcal de Kohl y, en complicidad, la memoria de François Mitterand (ya jaqueado en 1988, en Francia, por financiar su campaña con facturas falsas). Son otros (leer más)