Políticamente incorrecto




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ASUNCIÓN.– Fue Peter Romero, cabeza de América latina en el Departamento de Estado, quien definió con mayor crudeza, y certeza, el dilema del Paraguay: comparó al Estado con un buque y al gobierno con un capitán. Y dijo, sin rodeos, que el mejor capitán no puede con el peor buque. Ergo, el mejor gobierno no puede con el peor Estado.

Estado que acusó otro golpe, por más que no haya acertado en el mentón, en medio del acoso al que se ve sometido el gobierno de Luis González Macchi por un fantasma como Lino Oviedo que, desde las sombras, mueve a su antojo los hilos del país. Al extremo de llevarlo al borde del caos, como sucedió ahora, entre gallos y medianoche, con un cañonazo perdido que provocó más daños colaterales que un misil teledirigido. No dio en cualquier edificio, sino en el Congreso. Símbolo de un sistema. Del mejor que supimos conseguir.

Vapuleado en el Paraguay con rumores frecuentes de golpes y otras desgracias. El gobierno, de hecho, sabía que algo iba a pasar. Pudo dejar que todo siguiera su curso, de modo de recibir un espaldarazo de la comunidad internacional en un momento crítico en la faz doméstica. O pudo dejarse sorprender por un movimiento de tropas desleales, políticamente incorrecto, que tenía como objetivo remoto la toma del poder.

En el Paraguay cayó en 1989 la dictadura vitalicia de Stroessner, no el autoritarismo. Poco ha cambiado. Sigue siendo la democracia de un solo hombre. Del supremo, según Roa Bastos. Con un déficit fenomenal: falta el hombre. Los líderes, en realidad. Oviedo, si se quiere, es el único en carrera. Los otros están muertos o exiliados.

La democracia de un solo hombre se nutre, asimismo, de la olla de un solo partido, el colorado, con más de cinco décadas de hegemonía en el poder en las cuales ha empotrado a su clientela política en la administración pública. Caso único en el Cono Sur, sólo comparable con las siete décadas del Partido de la Revolución Institucional (PRI) en México. Son partidos que, como el peronismo tradicional en la Argentina, no han sido concebidos para estar en el llano.

El problema, en el Paraguay en especial, es que no hay diferencia entre el partido, el gobierno, las fuerzas armadas y el Estado. Se retroalimentan. Los unos a los otros. De ahí, la resistencia a los cambios. Y de ahí, también, el dilema que planteó Romero: quiso decir con tono diplomático que el buque está hundiéndose.

Con reclamos sociales que van más allá del valor de la democracia, como ocurre en casi toda América latina. En donde las reformas no han satisfecho las expectativas de la gente. No por nada sus inspiradores, como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), advierten ahora que es la región con peor distribución del ingreso y con el índice más alto de criminalidad.

Criminalidad que metió su cola endemoniada, por primera vez en el Paraguay, con el brutal asesinato del vicepresidente Luis María Argaña, el 23 de marzo de 1999. Causa del desbande por el cual el entonces presidente, Raúl Cubas, halló refugio en el Brasil, como Stroessner, y Oviedo, asilado en la Argentina de Menem, invirtió parte de su fortuna en liftings y en entretejidos.

¿Justicia? Es otro déficit del Paraguay en particular y de América latina en general. El crimen de Argaña, del cual Oviedo es sospechoso de la autoría intelectual, así como de la muerte de siete jóvenes que reclamaban por la democracia en una plaza de Asunción, está en vías de quedar impune, como el de Luis Donaldo Colosio, candidato a la presidencia de México por el PRI en 1994.

A Oviedo, sin embargo, no lo buscan por la muerte de Argaña, sino por una condena pendiente, de 10 años de prisión, a raíz de un conato de golpe contra el ex presidente Juan Carlos Wasmosy, en abril de 1996. Es, curiosamente, el prófugo más visible y más mediático del mundo, con teléfonos satelitales y demás, desde que, el 9 de diciembre de 1999, en la víspera del cambio de gobierno en la Argentina, burló el asilo, poniendo en ridículo la seguridad nuestra de cada día, ya no la paraguaya. Terminamos siendo cómplices, en forma gratuita, de una causa ajena que derivó en un cortocircuito absurdo en la relación bilateral con un país amigo, ahora recompuesta, que carga, de por sí, con su propia crisis política. Cual cruz.

Toda crisis política, traducida en insatisfacción por falta de justicia (a secas, no sólo social), influye en forma dramática en el estado de ánimo de la gente, golpeada por los problemas económicos. Lo cual repercute de inmediato en el valor que pueda darle a su sistema de gobierno. De vida, en definitiva. Revelador es un sondeo de Latinobarómetro 2000, realizado en 17 países entre enero y marzo: el 60 por ciento de los latinoamericanos apoya la democracia, pero apenas el 37 por ciento está conforme con ella.

¡Epa! Algo no funciona, entonces. Un médico, por ahí. Un psicólogo, mejor. O un mago. Señala Samuel Huntington, autor de The Clash of Civilizations (El Choque de Civilizaciones) y de The Remaking of the World Order (La Reconstrucción del Orden Mundial), que la modernización, el desarrollo económico, la urbanización y la globalización han originado una virtual disminución de las señas de identidad: «En la actualidad, las personas se identifican con quienes más se les parecen, con aquellos que hablan su mismo idioma, que comparten su religión, tradiciones o historia».

Es algo así como una renovación de los nacionalismos. Por algo el campesino paraguayo se siente más identificado con Oviedo, capaz de hablar un guaraní fluido y de compartir una empanada en el desayuno, que con González Macchi, poco carismático y encerrado en sus asuntos.

Casi 220 millones de personas viven en la pobreza en el continente, según la Comisión Económica para América latina (Cepal). Es un 36 por ciento de la población. Carne de cañón de experimentos populistas, sean las empanadas de Oviedo en el Paraguay, la arepa de Chávez en Venezuela, la seguridad que promete la guerrilla en Colombia o la mano dura de la cual se vale Fujimori en el Perú.

Huntington sostiene que, a pesar de las reformas, los Estados seguirán siendo los protagonistas principales de esta era. En un país en que el Estado y el gobierno son la misma cosa, como el Paraguay, un presidente sólo confirmado por la Corte Suprema, no elegido por el pueblo, convoca a elecciones para vicepresidente en lugar de procurar validarse a sí mismo. Y otro hijo de Argaña estará en el gobierno; Félix, en este caso, hermano de Nelson, ministro de Defensa, y de Jesús, secretario privado de González Macchi. El déficit, entonces, es también del sistema en sí.

Lo cual habla de la democracia de un hombre solo. Que, como no existe por la orfandad de líderes, es de unos pocos. De un puñado de capitanes, según la metáfora de Romero, que intenta aferrarse al timón como sea, sorteando motines a bordo, mientras el buque ve venir el iceberg. O va hacia él. Como el Titanic.



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