
Dime que no
Francia y Holanda, más allá de las banderías políticas, coincidieron en emitir un poderoso mensaje a sus dirigentes Tomen nota, muchachos: la gente habla un idioma y ustedes hablan otro. O un dialecto. Si no, el proceso de ratificación de la Constitución europea hubiera sido un aburrido trámite administrativo de compilación de tratados en lugar de la sangría, y la jauría, en la cual terminó en dos de los seis países fundadores de la Unión: Francia y Holanda. En ambos casos, los costos políticos excedieron ampliamente los beneficios de inventario. Detrás del non francés y del nee holandés afloraron los miedos (en especial, el miedo a la virtual incorporación de un país tan extraño a Europa como Turquía) y, con ellos, los discursos xenófobos de una dirigencia rancia que, en su afán de asustar a la gente con la pérdida de la identidad y de la soberanía, no ha reparado en el presupuesto de violencia. Sobre todo, en un continente marcado desde los atentados de Atocha. En medio siglo de integración, la Unión Europea sufrió (leer más)