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Uno de cada cuatro habitantes de China tiene menos de 20 años y uno de cada tres es hijo único. El país más poblado del planeta es, también, el de los niños escasos, como tituló su último libro la investigadora y sinóloga francesa Isabelle Attané, especialista en demografía. La cantidad de jóvenes chinos, unos 350 millones, supera a la población de los Estados Unidos. Sólo los hijos únicos chinos representan dos veces y media la población de Francia. La ley de planificación familiar que establece que cada familia puede tener sólo “un pequeño emperador” data de 1979, un año después del estreno del período de reforma y apertura encarado por Deng Xiaoping.
Esa ley arbitraria, con letra y música por el Partido Comunista Chino, rige en las ciudades. En 1984, cinco años después de haber sido impuesta, quedaron exceptuadas las poblaciones rurales. En ellas, según Attané, “la necesidad de tener niños es apremiante para asegurarse una vejez decente, pues no existe ningún sistema de retiro oficial”. Los niños “son siempre, a corto plazo, una fuente de ingresos indispensable de la cual pocas familias pueden privarse”. En las provincias chinas, las familias tienen un segundo hijo y, en algunas minorías étnicas, hasta un tercero.
Esta rareza coincide con otra: como en Europa, en los Estados Unidos y ahora en América latina, las familias chinas que residen en las ciudades tienden cada vez más a aplicar el sistema “ding ke”, adaptación de la norma anglosajona de los “dinkies” (double income, no kids; doble ingreso, sin hijos). Unos pocos pueden violar la ley. Kong Dongmei, nieta del líder comunista Mao Tse-tung, mentor de la revolución cultural de 1949, vive en Pekín y, a falta de un hijo, tiene tres. Figura en la lista de multimillonarios de la revista china New Fortune y, con un patrimonio estimado en 620 millones de dólares, reivindica el ideario de su abuelo. ¿Quién no lo haría en su lugar?
La excepción a la regla guarda relación con el linaje familiar y, sobre todo, con la fortuna personal en el país que alberga la mayor cantidad de multimillonarios del mundo. Si antes preocupaba el envejecimiento de la población en Europa y los Estados Unidos, ahora ocurre lo mismo en Chile, Cuba, Brasil, y Costa Rica, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). La tasa de fecundidad en Chile cayó de 2,1 hijos por mujer en edad fértil a 1,8. En su última rendición de cuentas, el presidente chileno Sebastián Piñera anunció un intento de revertir por ley la abrupta caída de la natalidad.
Es más fácil el estímulo que la prohibición. Aquello que antes era propio de los países desarrollados se traslada ahora a los subdesarrollados, entre los cuales China se cuenta a sí misma. ¿Cuál es el problema de una merma en la natalidad? Que en el futuro, al igual que en Europa y los Estados Unidos, los aportes de la masa laboral al fisco no alcanzarán para cubrir las necesidades de aquellos que viven del régimen de jubilaciones y pensiones. Esta es una interpretación. La otra, alentada desde Harvard por David Bloom con la teoría del demographic dividend (bono demográfico), dice que en ese déficit hay un buen filón económico.
La tasa promedio de fecundidad de América latina, de 2,1 hijos por mujer en edad fértil, declina en forma peligrosa por varias razones. Entre otras, como en China, por el fenómeno de los “dinkies”, cuestionado por el papa argentino Francisco, de gran predicamento en una región con mayoría de católicos. La considera una treta para “no renunciar a la comodidad”, seguir “yéndose de vacaciones” o “comprarse una casa”. El llamado de atención del Sumo Pontífice coincide, a su vez, con un profundo debate sobre la legalización del aborto en todo el mundo.
¿Cómo se revierte desde el Estado la baja de la natalidad? El presidente chileno Piñera propone estímulos a la procreación, ofreciendo a las familias el equivalente a 200 dólares por cada tercer hijo y hasta 400 a partir del quinto. Lo curioso es que, como ocurre en Japón y en otras latitudes, las mujeres con hijos, más allá de estar a veces mejor preparadas que los hombres, enfrentan severas dificultades para conseguir buenos puestos de trabajo o aumentos salariales y, por ser madres, temen quedarse fuera del mercado laboral.
En Suecia, Dinamarca y los Estados Unidos, las tasas de empleo femenino son tan altas como las de natalidad. Ocurre lo contrario en Italia, Corea del Sur y Japón. En el país más pobre de América latina, Haití, el índice de natalidad supera ampliamente el promedio regional: 3,1 hijos por mujer en edad fértil sobre 2,1. No todas en este mundo pueden jactarse de ser la nieta de Mao y, de ese modo, burlar una ley tan intrusiva como inhumana que le impide a una pareja formar una familia numerosa.
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