El espejo empañado




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De España parten grandes contingentes de desempleados en busca de futuro. En el primer semestre de este año emigraron 40.625 personas, un 44,2 por ciento más que en 2011. Como los Estados Unidos y Canadá imponen un contrato de trabajo previo por las limitaciones de los visados, la mira apunta hacia América latina, pero entre los países existen diferencias. Es más fácil radicarse en la Argentina, México y Perú que en Brasil y Chile porque permiten cambiar el estatus de turista a residente sin necesidad de retornar para realizar esos trámites una vez que se obtiene el empleo. Es cuestión de buscarse la vida, soslayando los discursos nacionalistas de los gobiernos.

Esos discursos suelen dividir a sus sociedades en beneficio propio. De 2003 a 2007, el promedio de crecimiento regional ha superado al de los años noventa. Lo ha desacelerado la crisis global iniciada en 2008. Antes se creía que la unión hacía la fuerza. La Unión Europea parecía inexpugnable. No lo es. Tampoco lo es el Mercosur, ahora con un miembro suspendido, Paraguay, por la destitución exprés del ex presidente Fernando Lugo. En el Mercosur como tal nunca pensó ningún gobierno, excepto que fuera funcional a sus gobiernos la pertenencia a un bloque regional.

La Unión Europea era el modelo más eficaz y prometedor del planeta por haber repelido el nacionalismo y las guerras hasta que la membresía del eslabón más débil, Grecia, comenzó a ser cuestionada por el más fuerte, Alemania, y sus vecinos del Norte. Sin ese ejemplo, ¿qué tipo de alianzas pueden pactarse en otras latitudes? Detrás de todo, incluso de la debacle, prevalecen las instituciones. En ellas no han invertido algunos gobiernos de América latina, sino en la burocracia y el clientelismo que vinieron a remplazar, al cobijo del Estado, el rol de los desgastados partidos políticos. Por eso, de enfermarse el líder, surge la incertidumbre, como en Venezuela.

Todo parte de un error conceptual: creer que la Unión Europea es un tratado de libre comercio con una moneda común. Es soberanía compartida, algo que no cuaja entre los presidentes latinoamericanos. ¿Qué significa soberanía compartida? Que Hugo Chávez promocione el trigo argentino, que Cristina Kirchner promocione el café brasileño, que Dilma Rousseff promocione el cobre chileno, que Sebastián Piñera promocione los claveles colombianos, que Juan Manuel Santos promocione el petróleo venezolano y así sucesivamente. El presidencialismo, atado al personalismo, siempre pudo más, así como la coyuntura y los problemas domésticos.

En Europa, lejos de cerrarse, las heridas continúan abiertas y, cada tanto, escuecen. La guerra de los Balcanes de 1999 llevó al abismo a la extinta Yugoslavia. Fue el último coletazo del nacionalismo, cáncer contra el cual la Unión Europea resultó ser el mejor antídoto o, como señaló el escritor español Javier Cercas, “la única utopía razonable que hemos inventado los europeos”. El bloque, acuciado por las crisis de España, Grecia, Islandia, Portugal y otros países, amenaza con desintegrarse al acecho del mal que provocó las dos grandes guerras mundiales y otras tantas calamidades. Sería el fracaso de un sueño, más allá de los errores cometidos.

América latina y otras regiones muchas veces intentaron seguir el ejemplo de un continente que, a partir de la difícil fusión del acero y el carbón en la posguerra, logró amalgamar seis voluntades (Francia, Alemania Occidental, Italia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos) y sumar otras para prevenir la metástasis de nacionalismo, traducida en guerras. La patria grande de Bolívar, San Martín, Artigas y otros también quiso ser realidad en varias ocasiones, pero se topó con escollos insalvables, como el caudillismo político y la miseria económica.

En momentos en que América latina se ve bendecida por la prosperidad, poco ayudan los discursos agoreros de algunos presidentes sobre la desintegración de la Unión Europea. Con esa actitud, acaso oportunista, soslayan haber proyectado el Mercosur a imagen y semejanza de la Unión Europea sin haber podido dirimir aún las asimetrías entre los países grandes (Brasil y la Argentina) y los pequeños (Uruguay y Paraguay) o la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) como un polo de consenso ampliado en América del Sur.

A América latina, en términos económicos, le va mejor que a Europa y los Estados Unidos, pero no puede ser engreída. Un millonario sabe cómo administrar, conservar y multiplicar su patrimonio; un nuevo rico puede imitarlo o, si se deja llevar por el entusiasmo, puede dilapidarlo en un santiamén. Es el riesgo en un mundo cambiante en el cual nadie puede golpearse el pecho con la satisfacción del deber cumplido. La fortuna, como las olas de inmigrantes, va y viene. No radica en las circunstancias, sino en los compromisos que sobreviven a los gobiernos de turno y la afinidad entre sus líderes.



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