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El artículo 186 de la Constitución de Guatemala pretende ser un seguro contra el nepotismo: prohíbe que los familiares del presidente de la república de hasta el cuarto grado de consanguinidad y el segundo de afinidad puedan aspirar a sucederlo. A su vez, Álvaro Colom, presidente desde 2008, está impedido de ser reelegido y, a diferencia de pares latinoamericanos de sesgos tan diferentes como Álvaro Uribe, Hugo Chávez, Carlos Menem y Alberto Fujimoni, no tiene margen para alterar la letra constitucional. ¿Entonces? Fácil: la primera dama tramitó el divorcio exprés, autorizado el viernes por la jueza Mildred Roca.
“Me estoy divorciando del presidente para casarme con el pueblo, con la gente de Guatemala”, proclamó Sandra Torres, imitando con su presunto “sacrificio personal y familiar” a Evita y, de ser elegida en septiembre, coronando la rehabilitación del “dedazo”, aparentemente abolido tras las siete décadas en el poder del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Hasta 2000, el presidente de México designaba de ese modo a su sucesor. Esa treta tuvo un precedente reciente en la Argentina: la decisión de Néstor Kirchner de imponer en 2007 la candidatura presidencial de su mujer, Cristina, sin mediar primarias ni internas en el mismo peronismo que llevó a la Casa Rosada a María Estela Martínez, alias Isabelita, al morir Perón.
Pero no se había visto hasta ahora peor argucia que la tramada por la pareja presidencial guatemalteca en el afán de apuntalar la propensión de la mayoría de los mandatarios a extender su permanencia en el gobierno y coronar la tendencia del electorado a dejarse seducir por el linaje político imperante. La falta de renovación, usual en los partidos políticos tradicionales de América latina, ha aceitado la carrera de líderes que, lejos de honrar la cultura democrática, afianzan la democracia electoral y dependen, día tras día, de mediciones de adhesión popular no siempre confiables para evaluarse a sí mismos.
Colom se declara católico, pero reviste la originalidad de ser sacerdote maya. El divorcio tras ocho años de matrimonio y seis de noviazgo, ha dicho, es un “acto verdadero por algo superior, como es el país”. Tanto él como Torres transitaban el segundo matrimonio, contraído en 2003. Como apunta Carlos Malamud, investigador del capítulo de América latina en el Real Instituto Elcano, de Madrid, el presidente guatemalteco “tiene razón en que su matrimonio, y por ende su divorcio si quiere llegar a esos extremos, es algo que sólo le atañe a él y a su familia. Pero, y aquí el pero es fundamental, cuando su divorcio abre la puerta a una grave trasgresión de la legalidad las cosas cambian”.
Evita, “la abanderada de los pobres”, resignó su candidatura a la vicepresidencia argentina en 1951 a raíz del cáncer que iba a terminar con su vida un año después. Torres, propensa a imitarla, no renunció a nada, excepto a su matrimonio, para evitar la insoportable levedad de la vuelta al llano una vez que el marido concluya su mandato. La Unidad Nacional de la Esperanza, el partido de ambos, es tan incoherente con su nombre como con el puño en alto que, como emblema, representa la ineficaz lucha del gobierno contra el crimen organizado. Guatemala, según el Índice Mundial de la Paz y el Instituto Nacional de Ciencias Forenses, registra a diario más crímenes que Irak y Afganistán.
En las encuestas para las presidenciales marcha a la vanguardia Otto Pérez Molina, derrotado por Colom en la segunda vuelta de 2007. Es un general retirado que dirigió la funesta unidad de inteligencia militar y participó del conflicto armado en el cual el ejército mató a 200.000 guatemaltecos. El eslogan del Partido Patriota, también abocado a eliminar la delincuencia, no es mejor que el otro: “Mano dura, cabeza y corazón”.
En esta nueva instancia, la novedosa estrategia de la pareja presidencial se ve acompañada de otro frecuente abuso en América latina: la utilización en beneficio propio de la propaganda gubernamental. De la distribución de alimentos por medio de programas sociales se encargaba Torres hasta que, ventilado el divorcio, Colom empezó a hacer horas extras. En la debilidad de las instituciones y su falta de transparencia está el secreto de su inverosímil impunidad en burlarse de la letra constitucional.
Si Evita instaba a los “descamisados” a no dejarse “aplastar por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora”, Torres afirma haber “luchado durante estos tres años de administración para que tengan una vida digna, lo cual no ha sido fácil porque hemos librado una lucha con las personas que se oponen a que la ayuda les llegue a los pobres”.
Por ser mujer, ninguna primera dama tiene restricciones para intervenir en política. Tras la presidencia de Bill Clinton, Hillary debió esperar dos turnos (los ocho años de George W. Bush) para presentarse en las primarias demócratas. Lo hizo y perdió. Era, más allá del traspié frente a Barack Obama, la única vía para legitimar su candidatura. De haber tramado un ardid a la guatemalteca, el electorado le hubiera dado la espalda. Y el adiós.
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