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México se llevó una sorpresa al poner a prueba la hermandad latinoamericana

De momento, la gripe porcina pudo más que el dengue en la Argentina: convirtió en un quirófano de utilería al aeropuerto de Ezeiza. En él, algunos empleados estatales y vigilantes usan barbijos; los de líneas aéreas, a cara descubierta, no usan barbijos, sino guantes de látex. Es curioso: en la Secretaría de Salud de México, foco del brote porcino, tampoco usan barbijos. Los distribuyen para mitigar la angustia de la gente, pero saben que su eficacia es relativa. Casi nula. El virus sobrevive unos segundos en el aire. No flota como una nube tóxica. Si un infectado estornuda o tose sobre una superficie y, en las siguientes 24 o 48 horas, alguien la toca y lleva su mano a la boca, la nariz o los ojos, puede contagiarse. Si no, no.

Investigadores de las universidades norteamericanas de Northwetern e Indiana y del Laboratorio de Virología de los Hospitales Universitarios Suizos concluyeron que el virus puede permanecer hasta 10 días en los billetes. Nadie se lava las manos después de cobrar o pagar en efectivo. Por medio de ¿Dónde está George?, juego de Internet creado en 1998, siguieron el rastro de 100 millones de billetes de un dólar. Cada uno de ellos tenía una nota en la que pedía a sus ocasionales tenedores que pusieran el número de serie en la Web; lo hicieron tres millones de usuarios. De ser certeros esos estudios, por la rapidez de las transacciones, un infectado podría contagiar a 2,8 personas.

Desde 2005, las Naciones Unidas previenen sobre la posibilidad de una pandemia. Tras el primer indicio, la Argentina se apresuró a bloquear durante más de dos semanas el puente aéreo con México. La decisión confirmó la escasa vocación integracionista del gobierno de los Kirchner, puntilloso en subestimar las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS): evitar el pánico. En un aeropuerto en el cual uno se topa cada dos pasos con aparentes cirujanos, difícilmente se sienta seguro. Sobre todo, si el zumbido de un mosquito osa recordarle que el problema es el dengue, no la gripe porcina. Por ahora, al menos.

En los Estados Unidos hay más infectados de gripe porcina que en México. En los aeropuertos Dulles, de Washington, y JFK, de Nueva York, sobre alguno que otro barbijo perdido sólo parpadean ojos rasgados. Es comprensible: la gripe aviaria y el síndrome agudo respiratorio severo (SARS) causaron estragos en Asia. Son más frecuentes los guantes de látex, pero, si se trata de mostrar preocupación por la salud de la población, el barbijo resulta más fotogénico. Lavarse las manos previene el contagio: apenas bajó la temperatura, y el mosquito del dengue se replegó, la Argentina restableció los vuelos a México.

Como resultado de las restricciones, México pasó a engrosar la lista de países molestos con la Argentina, como Uruguay por las pasteras y Chile por el gas, entre otros. A los ojos de los mexicanos, los “pinches gringos” dejaron de ser los culpables de sus pesares: se comportaron, esta vez, como amigos. Excepto expresiones desafortunadas del vicepresidente Joe Biden, el gobierno de Barack Obama privilegió la solidaridad con el vecino en apuros: no impidió el normal tránsito por la frontera. Terminó honrando con más énfasis que otros la declamada hermandad latinoamericana.

En Buenos Aires, los “pinches argentinos” comenzaron a discriminar a los mexicanos por portación de acento. Olvidaron la generosidad de ellos en acoger a los perseguidos por la dictadura militar y en favorecer el nacimiento de familias mixtas llamadas argenmex. Olvidaron, también, los favores recibidos tras la crisis de 2001.

La estrategia de la crispación, usual en los Kirchner, no reparó en esos detalles ni en sus consecuencias. El mensaje al pueblo, mientras el dengue queda debajo de la alfombra, es claro: ¿quién va a cuidarte mejor que yo? El mensaje al mundo es confuso: quiero acertar en estrechar la mano de Obama, pero rompo con uno de sus principales aliados en la región y me regodeo con Hugo Chávez. En ese caso, tras el escándalo Antonini Wilson, existen casi 800.000 posibilidades de contagio de la gripe porcina.

El brote coincide con la crisis económica: ambas provocan iras y miedos. En la precaución de cortar el vínculo aéreo directo con México, el gobierno argentino se inspiró en el pujante régimen cubano: Fidel Castro insiste en sostener que Felipe Calderón ocultó el brote de gripe porcina hasta el 24 de abril para no alterar la visita a su país de Barack Obama. Si la hipótesis tuviera asidero, el presidente norteamericano debería remover al personal de seguridad, cortar de cuajo la relación bilateral y acusar a su par mexicano de haber faltado a la verdad o de haberla omitido.

De ser coherente, en 2007, mientras el dengue asolaba a Paraguay, el gobierno argentino bien pudo haber levantado un mosquitero en la frontera. Optó por cooperar con equipos de fumigación, médicos y técnicos. En dos años, las autoridades migratorias no pudieron impedir el ingreso en el país del vil mosquito, alias Aedes aegypti. La gripe porcina, en expansión, no mostrará pasaporte mexicano. Más allá de las derivaciones políticas y de las complicaciones diplomáticas, la decisión de los Kirchner lejos estuvo de honrar la declamada hermandad latinoamericana: la gente de un país y del otro quedó expuesta ahora al yugo de la discriminación y la desconfianza. Da pena.



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