La encerrona entre Ucrania y Gaza

En un año electoral, Biden enfrenta el dilema de equiparar la invasión de Rusia a Ucrania con la represalia de Israel contra la Franja de Gaza




Revés doméstico para Netanyahu mientras continúa la guerra
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Entre dos fuegos, Joe Biden condena la invasión de Rusia a Ucrania y procura aplacar la represalia de Israel contra la Franja de Gaza después de la masacre cometida por el grupo terrorista Hamas el 7 de octubre. Una es una guerra de convencional y de desgaste de un enemigo de Estados Unidos, Rusia, contra un Estado constituido, Ucrania, con casi 700 días de rutina sin visos de desenlace. La otra está aún en carne viva, con rehenes israelíes en tierra de nadie. O de un brazo de Irán, también enemigo de Estados Unidos, al cual el primer ministro israelí, Benjamin Netayanhu, pretende exterminar.

El doble rasero es un juego peligroso, concluye Patrick Wintour en el periódico británico The Guardian. Como dejó dicho Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations, “la coherencia en política exterior es un lujo que los responsables políticos no siempre pueden permitirse”. Solo ocho países, entre ellos Israel, Estados Unidos, Micronesia y Nauru (el más pequeño del mundo después del Vaticano y Mónaco), se opusieron en diciembre al alto el fuego en la Franja de Gaza durante una sesión de la Asamblea General de la ONU. Otro reflejo de la impotencia del organismo patentado después de la Segunda Guerra Mundial.

Estados Unidos ve un mundo cada vez más fragmentado por la ampliación del BRICS, más allá del rechazo de Argentina a formar parte de él bajo el liderazgo de Vladimir Putin durante 2024, y coaliciones alentadas por el régimen comunista con aires capitalistas de China. Malas noticias para Volodomir Zelenski, pendiente tanto del avance de la ultraderecha, afín a Putin, en las elecciones de la Unión Europea, en junio, como de la eventual reelección de Biden en las presidenciales de noviembre en Estados Unidos. El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, y la oposición republicana del Capitolio obstruyen la continuidad de la ayuda a Ucrania.

Biden procuró renovar las alianzas que había denostado su antecesor, Donald Trump, carne y uña con Netanyahu

Rusia combate contra un ejército regular después de haber vulnerado la soberanía de Ucrania. Israel repele grupos terroristas organizados y pertrechados como ejércitos. Biden despachó a los suyos a Medio Oriente para evitar una escalada de la guerra contra Hezbollah. Contra Líbano, en realidad, presa de una severa crisis económica y de una descomunal orfandad gubernamental. ¿Cuál es el riesgo? Que Netanyahu, juzgado por corrupción, reedite la guerra de 2006 contra Hezbollah en busca de su propia supervivencia política por la imprevisión frente al ataque de Hamas y por la ola de protestas previas contra su invalidada reforma judicial.

La Corte Suprema de Israel rechazó el control legislativo sobre las decisiones judiciales. Punto final, en principio, de una disputa que llevó a la gente a las calles durante meses. La agresión de Hamas unió voluntades, pero no aunó a la ciudadanía. El gobierno de unidad, creado después del fatídico 7 de octubre, lejos estuvo de empoderar a Netanyahu y los suyos, cultores del ultranacionalismo impregnado de religión frente a una pregunta clave: ¿quién administrará la Franja de Gaza cuando termine la represalia? ¿Acaso Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina en Cisjordania, relegado en la contienda? No.

En 2022, cuando estalló la guerra en Ucrania, la OTAN salió de su letargo. Biden procuró renovar las alianzas que había denostado su antecesor, Donald Trump, carne y uña con Netanyahu. El período de westlessness, juego de palabras entre Occidente e intranquilidad que aplica Wintour, recicla el malestar provocado por Trump frente a un país, Ucrania, que enardeció a Putin por su adhesión a la Unión Europea. Había reverdecido el orden liberal, hecho añicos en Irak y en Afganistán por el resultado de las campañas de George W. Bush. La apuesta norteamericana por el sur global quiso ser un freno a la expansión de China, cercano a Rusia.

Putin no actuó en legítima defensa, sino en beneficio de su esfera de influencia

En ese andamio, Biden intenta hacer equilibrio frente al rechazo al intervencionismo dentro de su propio país. “¡Alto el fuego ahora!” y “¡Cuatro años más!” dividieron a gritos a propios y extraños durante un discurso suyo en Charleston, Carolina del Sur. Señal de una polarización que excede sus diferencias con Trump, nuevamente en carrera para la Casa Blanca a pesar de los cargos en su contra. La onda expansiva de la Franja de Gaza despertó recelos en todo el mundo, más allá de la tentativa de contrastar como actos de legítima defensa las embestidas de Israel contra la Franja de Gaza y, en el reverso, de Rusia contra Ucrania.

Dista de ser proporcional la réplica de Israel después de la opresión terrorista frente a la agresión de Rusia. La venganza de uno supone una suerte de copia de las guerras derivadas de la voladura de las Torres Gemelas en contraposición con la otra, cual presunta reivindicación del nacionalismo en la madre de todas las ciudades rusas, Kiev. Putin no actuó en legítima defensa, sino en beneficio de su esfera de influencia. La encerrona entre una guerra y la otra llamó a silencio a aquellos que, frente a la muerte de civiles en la Franja de Gaza, habían reparado en el derecho internacional humanitario.

Superado el Grupo Wagner tras la muerte en un raro accidente aéreo de su líder, Yevgueni Prigozhin, Rusia contrató al ejército privado Hispaniola (Española) para continuar la arremetida contra Ucrania. Algunos de sus miembros, ultras del fútbol y radicales neonazis, pertenecen al Batallón Vostok, que forma parte de las fuerzas prorrusas en Donbás y en la región ucraniana de Donetsk. Su líder, Stanislav Orlov, alias El Español, nada tendría que ver con España. La confianza de Putin en los mercenarios se asemeja la de Irán en los homicidas de Hamas y de Hezbollah, blancos de asesinatos selectivos en Gaza y en Beirut.

Jorge Elías

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