Europa levanta sus propios muros

El rechazo a los refugiados y migrantes se traduce en una inversión millonaria para sellar el tránsito y el tráfico por el Mediterráneo desde Libia




El final del cruce del mar es apenas el comienzo del drama | Foto de MSF y Greenpeace
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Sobre la playa, frente al Mediterráneo, 74 cadáveres alineados dentro de bolsas numeradas dan cuenta de otro naufragio de una barcaza precaria repleta de migrantes y refugiados. Ocurrió esta vez cerca de la ciudad libia de Zawiyah, enclave de contrabandistas de almas, armas y drogas. La barcaza había zarpado de Sabratha, patrimonio de la humanidad y, en otros tiempos, polo de atracción turística. El destino era Italia, relevo de Grecia como principal puerta de ingreso en Europa de aquellos que huyen de guerras y de otras miserias. Las víctimas eran africanos subsaharianos. Pagaron un precio vil por la ilusión de una vida mejor.

Mientras Donald Trump prometía tapiar la frontera con México y firmaba el veto migratorio contra nacionales de siete países de mayoría musulmana, Europa se curaba en salud con una inversión millonaria para sellar el tránsito y el tráfico de refugiados y migrantes por el Mediterráneo desde Libia. Rubricó, en la cumbre realizada a comienzos de febrero en La Valeta, Malta, una estrategia menos ruidosa que la del presidente de los Estados Unidos para repeler el arribo a su territorio de “bad (malos) hombres”. De ese modo, Europa quiso dificultarles la partida antes de prohibirles el ingreso. La última tragedia puso en duda la eficacia del plan.

Durante la cumbre, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, acusó a Trump de «demagogo» y de entrañar una «amenaza para la Unión Europea». Puro chisporroteo verbal, luego descafeinado. En los papeles, los 28 países colocaron otro ladrillo en la pared. El arribo de migrantes y refugiados por el Mediterráneo trepó un 46 por ciento en un año, según la Agencia Europea de Fronteras (Frontex). En 2016, en el intento de cruzarlo, murieron más de 5.000 personas, cifra récord. La Organización Internacional para las Migraciones cifró en 132.000 los ingresos en Italia desde comienzos de 2016.

Cerrada a cal y canto la ruta de los Balcanes, que comenzaba en el Egeo y avanzaba por las islas del sur de Grecia, y acordado con el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, el reasentamiento de migrantes y refugiados en su territorio, la Unión Europea, con Italia a la cabeza, puso el ojo en Libia, sumida en un caos desde la intervención militar que terminó con la dictadura de Muamar el Gadafi en 2011. Más de un millón de personas se encuentra en emergencia humanitaria. Tres facciones disputan el gobierno mientras el Daesh o Estado Islámico y las milicias, aún en guerra, secuestran, apresan y extorsionan a los extranjeros que pretenden ir a Europa.

Lo mismo ocurre en México con los centroamericanos, en su mayoría deportados. La diferencia radica en el que el muro de Libia es invisible. Depende de los guardacostas a pesar de ser sospechosos de mantener vidriosos vínculos con las mafias que trafican personas. El mensaje es el mismo, más allá de las críticas contra Trump: los migrantes y refugiados no son bienvenidos. Ese mensaje, como ocurre en Australia con el pronto despacho a las islas Nauru y Manus, donde son maltratados, dejó de ser parte vital del discurso de xenófobos y ultraderechistas con aspiraciones de poder. Ganó la ancha avenida de los moderados.

Mientras Trump permite contratar miles de agentes fronterizos y aduaneros y autoriza la deportación masiva de indocumentados, el Parlamento de Hungría procura aceitar la propuesta del primer ministro Víktor Orban de encerrar en centros de detención a todos los solicitantes de asilo durante el trámite. Es un paso más en contra de los migrantes y refugiados después de haber levantado un muro de alta seguridad en las fronteras con Serbia y Croacia. En Alemania, el consejo de ministros contempla acceder a los teléfonos celulares y las computadoras de los peticionarios con la excusa de prevenir el terrorismo. Y así sucesivamente.

Las guerras en Siria, Yemen, Irak y Ucrania, entre otras, dejan tendales de víctimas. El discurso del odio y la satanización de las minorías calan hondo en sociedades democráticas que deben su identidad a los flujos migratorios. El papa Francisco abogó en el Foro Migración y Paz, celebrado en Roma, contra ese “egoísmo amplificado por demagogias populistas” y plantea la necesidad de “abrir canales humanitarios accesibles y seguros” en lugar de preservar “los grandes campamentos para refugiados y para quienes piden asilo” porque “han creado nuevas situaciones de vulnerabilidad”. Predicó en el desierto, a la sombra de los muros que pueblan Europa y otros confines.

Publicado en Télam, 23 de febrero de 2017

Jorge Elías

@JorgeEliasInter | @Elinterin
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