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Los partidos españoles pierden la brújula frente a las inesperadas protestas de la calle
MADRID.– Debajo de la estatua ecuestre de Carlos III, en la emblemática Puerta del Sol, Juan Rubio resume su malestar: “No queremos ser las marionetas de los políticos y los banqueros”. Ronda los 30 años y se declara “quema’o”. Pertenece a “la generación mejor formada y peor pagada” de la historia reciente. En un país con cinco millones de desempleados, cuatro de cada 10 menores de 34 años están en esa frustrante situación; doblan la media europea. Una semana antes de las elecciones municipales y autonómicas de hoy, en un día doblemente festivo por ser domingo y San Isidro, patrono de Madrid, el movimiento ganó la calle, sorteó las prohibiciones y prometió quedarse “hasta que ganéis 600 euros, como nosotros”.
De la fecha, 15 de mayo, adquirió el nombre: 15-M. Y de los lemas, manuscritos en carteles, adquirió su identidad. “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”, dice uno, emulando otro mayo, el francés de 1968. “Yes, we camp”, dice otro, aludiendo a la tozudez en la acampada a pesar de haber sido vedada por la Junta Electoral Central y al eslogan de Barack Obama en las presidenciales norteamericanas de 2008. Ese año estalló la crisis global que, en España, disolvió la burbuja inmobiliaria, reavivó el fantasma de la ejecución de las hipotecas bancarias y comenzó a destruir empleos e ilusiones.
En el kilómetro cero de Madrid, donde cada 31 de diciembre se reúnen los españoles para la tradicional toma de las 12 uvas, empiezan las carreteras del país o, en reversa, terminan. De terminar con el bipartidismo también se trata la protesta, expandida en varias ciudades, frente a “la incapacidad” del oficialista Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y del opositor Partido Popular (PP) a la hora de resolver los problemas de la gente, según Rubio y los suyos. Ellos ven a la clase política como “una casta privilegiada que sólo se preocupa por preservar sus prebendas”.
El escepticismo, cual puente del malestar a la indignación, no es un reflejo de España en particular, sino de Europa en general. Y, más allá de las convocatorias por medio de redes sociales, no está ceñido a los jóvenes. En Facebook, el colectivo Democracia Real Ya lanzó el domingo una sola consigna: “¡Indígnate!”. Insiste, entre otros lemas, en que “no hay pan (dinero) para tanto chorizo (ladrón)” y en que “el pueblo unido funciona sin partidos”. En pocas horas, con grupos afines, logró que 20.000 personas salieran a la calle sin el apoyo de los partidos ni de los sindicatos ni de los medios de comunicación.
La utopía de una democracia sin partidos ni políticos señala un déficit, traducido en la crisis de representatividad. En ella, como Bill Clinton frente a los primeros arrebatos contra la globalización en 1999, el ex presidente socialista Felipe González aprecia un “fenómeno interesantísimo” que sigue la estela de las protestas en el norte de África. “En el mundo árabe piden votar y aquí dicen que no vale para nada”, contrasta. Es una comparación más coyuntural que certera. En Grecia y el Reino Unido también hubo protestas; en ambos casos, contra los recortes del gasto, no contra los políticos y los banqueros como en España.
En el último tramo de la campaña electoral, centrada en la habilitación de Bildu (coalición de la izquierda vasca) y los inminentes recortes del gasto en las autonomías, el desconcierto se ha apoderado de los políticos. Si Mariano Rajoy, líder del PP, se plantó en su defensa a pesar de las sospechas de corrupción de algunos candidatos de su partido y su correligionaria Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, se atrevió a llamar “antisistema” a los indignados, Zapatero tomó distancia de algún banquero amigo para ganarse su simpatía con “todo nuestro respeto” por su “protesta pacífica”.
Entre los indignados, el PSOE y el PP obedecen a idénticos patrones financieros y empresariales. Es lo mismo uno o el otro. “No es lo mismo”, casualmente, era el mensaje de Zapatero en el año de la crisis y su reelección, 2008. La Izquierda Unida procuró capitalizar la protesta. Rubio y los suyos desbarataron el intento con un “rechazo absoluto” a la participación de cualquier partido, porque “estamos hartos de que nos dejen en el paro (desempleo), de que los bancos que han provocado la crisis nos suban las hipotecas o se queden con nuestras viviendas y de que nos impongan leyes que limitan nuestra libertad en beneficio de los poderosos”.
Los políticos creen que la solución es política o no es. Entre ellos existen dos categorías: los que tienen problemas y los que son problemas. En momentos en que la generación de mayo de 1968 tramita la jubilación, la generación de mayo de 2011 cobra relevancia con otro lema que, entre muchos, deja de piedra a la izquierda y la derecha: “Menos Estado, más sociedad”. Es coherente con un opúsculo de 60 páginas que se ha convertido en el libro más vendido en España. Su autor, Stéphane Hessel, diplomático francés y héroe de la resistencia contra el nazismo, exalta a sus 93 años la revuelta pacífica como antídoto contra la injusticia. Lleva por título una sola palabra: ¡Indignaos! Lo resume todo.
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