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Montesinos y Milosevic cayeron por motivos distintos, vinculados, sin embargo, con una causa común: el abuso de poder
Toda prisión tiene una ventana. Y Vladimiro Montesinos, más prolífico que Spielberg mientras era el jefe de facto de la inteligencia de Fujimori, halló una apenas quedó huérfano de amparo en la Venezuela de su amigo Hugo Chávez: miles de videos, o vladivideos, de pactos non sanctos con medio mundo, filmados por decisión propia, con los cuales, al parecer, no quedaría piedra sobre piedra en el Perú y alrededores.
Son el salvoconducto que conservó hasta el final, perdido por perdido frente a la persecución del FBI. Alertado, a su vez, por el Pacific Industrial Bank, de Miami, en donde un emisario debía retirar una módica propina de casi 40 millones de dólares. No sabía que dos de los ejecutivos con los cuales se reunió eran, en realidad, agentes federales. Competidores, en los sótanos de la burocracia norteamericana, con empleados y ex empleados de la CIA, como Montesinos. Más razón aún para dar el golpe de gracia y, de paso, demostrar que Chávez, íntimo de Fidel Castro, tiene malas compañías.
Cayó, o cayeron, en una trampa. Como Slobodan Milosevic, quizá. Seguro de que un nacionalista serbio como él, Vojislav Kostunica, no iba a entregarlo al Tribunal Penal Internacional de La Haya por las atrocidades que supo cometer mientras, ciego en su cruzada, cruzado en su ceguera, parodiaba el apocalipsis de Menguele con sus limpiezas étnicas. Su sucesor, sin embargo, tuvo 1300 millones de razones, o de dólares, para reparar más en las necesidades de Yugoslavia, o de lo que continúa en pie después de cuatro guerras perdidas, que en la suerte de un tirano de la deshilachada Liga Comunista.
Montesinos y Milosevic, como Pinochet a pesar de la magra cueca que improvisó en cuanto arribó a Santiago después de sus 503 noches con pensión completa en Londres, están pagando con creces el precio de la libertad. ¿El precio o el valor? Tiene más valor que precio, pero, si de precio se trata, se cotiza en forma proporcional con su contenido: la libertad sin justicia degenera en anarquía y termina en despotismo, según Octavio Paz. Sin libertad, a su vez, ni hablemos de justicia.
Dejémonos sorprender, pues. Por más que estos meros imitadores de El Gran Hermano auténtico, capaz de controlar con su policía del pensamiento hasta los sentimientos del pobre Winston Smith en la novela de George Orwell, sean sólo la nariz, o la cola, del monstruo que aguijonea con chantajes, sobornos, financiaciones ilícitas y comisiones ilegales las democracias con pantalones cortos, como las latinoamericanas, y las democracias con pantalones largos, como las europeas.
La corrupción, testaferro frecuente del atropello contra los derechos humanos, está en alza en todo el mundo, según el informe anual de Transparency International. Lacra y reflejo de los abusos de poder que ha ido perfeccionándose, y multiplicándose sin panes para repartir, desde la caída del Muro de Berlín. Hasta Helmut Kohl, su artífice, quedó envuelto en ella.
A la cual la Argentina, con un ex presidente preso y algunos de sus colaboradores en capilla, no es ajena: tiene 3.5 puntos sobre 10 posibles y, en el ranking general, retrocedió del puesto 52 al 57 entre los 91 países evaluados. Estamos mejor que algunos y peor que muchos.
¿Es consuelo? De tontos. Como tontos creyeron Montesinos, Milosevic y Pinochet, y siguen las firmas, a aquellos que confiaron en ellos. O, en el Perú, en Chinochet, mote de Fujimori, refugiado con lujos en el Japón. Un retiro venturoso para el modelo de dictador de una democracia latinoamericana.
Milosevic, el modelo europeo, no ha sido extraditado a otro país, sino puesto a disposición de un tribunal de las Naciones Unidas. Sutil diferencia con la detención de Pinochet en Londres por pedido de la justicia española y, al mismo tiempo, con la captura de Montesinos en Venezuela. Puntadas, todas ellas, de un orden cada vez más globalizado, no uniforme, que, en casos extremos, actúa como El Gran Hermano en contra de El Gran Hermano.
Con alguna que otra licencia, convengamos: Henry Kissinger, secretario de Estado de Richard Nixon en momentos en que la Operación Cóndor comenzaba a desplegar sus alas sobre América latina, se negó a declarar ante un juez francés mientras permanecía en París. ¿Qué tan pareja es, entonces, la justicia globalizada?
El comportamiento es un espejo frente al cual cada uno recoge su imagen. Edificada, muchas veces, sobre una pila de intereses particulares, no generales, de los cuales sacan provecho los hombres fuertes como Montesinos, Fujimori, Milosevic y Pinochet en desmedro de valores tan esenciales como la libertad, la democracia y la justicia.
Durante una década, Montesinos hizo y deshizo a su antojo en el Perú. Pero cometió un error garrafal: triangular fusiles AK-47 para las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en coincidencia con la ayuda de los Estados Unidos al Plan Colombia. Por muy buen espía de la CIA que haya sido, al igual que el traficante de armas Sarkis Soghanaglian Kupelian, con presuntos vínculos con la Argentina durante la Guerra de las Malvinas, también hubo 1300 millones de dólares, o de razones, para sacarlo de juego.
Quedó en evidencia desde el primer vladivideo en el aire: un congresista opositor jura lealtad a Fujimori por un manojo de billetes. En otro, filmado el 21 de abril de 1999, Genaro Delgado Parker, propietario de Global Televisión del Perú, especula con la posibilidad de que el Plan Colombia derive en la creación de una suerte de alianza atlántica (OTAN) para América latina. Y Montesinos replica: “¿Sabes por qué no se puede hacer? Porque, en primer lugar, Mahuad (entonces presidente del Ecuador) no está de acuerdo. El loco de Venezuela, el Chávez, tampoco está de acuerdo. Y el único que apoya eso es Menem, pero Menem está muy lejos del escenario. Cardoso (presidente del Brasil) tampoco quiere. Entonces, la única alternativa que tienen los americanos para solucionar el problema de Colombia es la invasión, que la van a hacer este año”.
Error de cálculo y de pronóstico. O, acaso, argumento convincente, como el mal personificado en los albaneses de Kosovo por Milosevic o el fantasma del comunismo fomentado por Pinochet, para obtener beneficios.
Pero tanta impunidad terminó cerrándoles la ventana, por más que toda prisión tenga una y que Montesinos, Milosevic y Pinochet, entre otros, conserven sus salvoconductos. Más efectivos, habitualmente, que las promesas de amistad entrañable de las películas de Spielberg. Como Jurassik Park.
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