La redistribución de la pobreza




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Desde hace un año, Suiza insiste en enviar a Haití parte del dinero del clan Duvalier

En el Palacio Presidencial de Haití, estrujado como un papel tras el terremoto del 12 de enero, el mandatario René Preval, en jeans y camisa, es puro ojo para su teléfono móvil. Lee en un mensaje de texto que puede ser repatriada parte de la fortuna del clan Duvalier, depositada en bancos de Suiza. No es una novedad, pero ayuda: el gobierno de ese país insiste desde febrero de 2009 en devolver esos fondos “de origen criminal” al pueblo haitiano; lo convalida la Corte Suprema. Enhorabuena. Son 5,7 millones de dólares. Es parte del capital con el cual ha procurado asegurarse un exilio confortable Jean-Claude Duvalier, alias Baby Doc, hijo del difunto François Duvalier, alias Papa Doc.

Más que necesidad, en 1986 hay urgencia en Haití y el exterior en deshacerse de la dictadura instaurada en 1957 por Papa Doc y continuada tras su muerte, en 1971, por Baby Doc, presidente vitalicio desde los 19 años. Tanta es la ansiedad, con protestas en las calles un año después de reelegirse a sí mismo con una burda adhesión popular del 99,98 por ciento, que el gobierno de Ronald Reagan se precipita a anunciar su caída. La celebra con anticipación. Es un error o, acaso, un deseo. “Los Duvalier han convertido al país en un dominio personal y se han enriquecido mientras prácticamente todos los demás se empobrecían”, rubrica entonces The New York Times.

Es el 5 de febrero. Dos días después, hoy hace 24 años, concluyen 29 años de represión. En un país devastado antes de este brutal terremoto por intervenciones extranjeras, golpes militares, inundaciones, tormentas, huracanes y otros desastres tan antinaturales como el crimen y la corrupción, Preval cavila entre los escombros del Palacio Presidencial sobre el mensaje que transmitirá al pueblo. Lo resume en una palabra: kembe (en créole, aguantar). ¿Qué otra cosa pueden hacer los haitianos desde su prematura independencia, en 1804, más que aguantar? La vara colonial francesa, estrenada por el autoproclamado emperador Jean Jacques Dessalines, subsiste en tiranías con humos napoleónicos.

La ocupación norteamericana, de 1915 a 1934, no aporta nada mejor. Es ordenada por Woodrow Wilson para pacificar ciudades, cobrar deudas bancarias y enmendar el artículo constitucional que prohíbe la venta de plantaciones a extranjeros. Más de 200.000 personas mueren ahora como consecuencia de los 35 segundos de temblor y terror más largos de la historia. Persiste entre  los haitianos la marca de la familia Duvalier. Es, en su apogeo, la única monarquía absoluta hereditaria de América latina.

Papa Doc suspende las garantías constitucionales y sustituye al ejército regular por una fuerza parapolicial, los Tonton Macoutes. En casi tres décadas liquida a 30.000 haitianos y desbarata todo plan opositor. Cuatro años después del final de esas atrocidades, en 1990, el sacerdote católico Jean Bertrand Aristide gana las elecciones. Lo derroca al año siguiente el general Raoul Cédras. Los Estados Unidos reponen en 1994 al presidente depuesto. Lo sucede Preval, su discípulo. Es reelegido Aristide en 2000 en condiciones dudosas; crea su propia fuerza parapolicial.

En 2004 estalla una rebelión y se ve forzado a marcharse; arriban los cascos azules de las Naciones Unidas. Durante el interinato de Preval hay 50 muertos por mes a causa de la delincuencia común. En tres años, con Aristide reciclado, esos índices se disparan. Nada cambia. Las tres cuartas partes de la población ganan menos de un dólar por día. Uno de cada cinco niños sufre desnutrición crónica. Uno de los pocos negocios rentables son los pastelitos de barro, aceite y azúcar; los desamparados juran que “engañan el estómago” y no saben a tierra.

En la caribeña isla La Española, compartida con la República Dominicana, Papa Doc convive unos años con el déspota dominicano Rafael Trujillo. Lo llaman Chapita por su amor a las medallas. En 1930 comienza la Gloriosa Era Trujillo. Está registrada en leyes y oficios, así como en el nombre de la capital, Ciudad Trujillo, radicada en la provincia de Trujillo, cerca de Trujillo Valdés (apellido de su padre), en un país cuyo monte más alto es el Pico Trujillo. En 1937 ordena al ejército la ejecución de los haitianos que residen en su país; mueren 17.000 en dos semanas. En 1961 es asesinado él. Hasta entonces todo debe ir fechado con el tiempo transcurrido desde la Independencia, la Restauración y la Era Trujillo. En un manicomio rinden tributo al Benefactor con una placa alusiva: “Todo se lo debemos a Trujillo”.

Baby Doc no conoce a Trujillo; vive, a los 59 años, en París. De Puerto Príncipe se ha llevado más de 100 millones de dólares. Es irrisorio el monto bloqueado, pero entraña un mensaje político vigoroso contra la impunidad. La mera intención de devolver el dinero a sus dueños, los haitianos, mejora la imagen de Suiza, considerada un paraíso fiscal para fondos ilícitos. La imagen de Haití es, quizás, el Palacio Presidencial, copia del Petit Palais de Versalles; está hecho añicos, como el ánimo de Preval. No es la primera vez: el 8 de agosto de 1912, una bomba destroza su fachada y mata al presidente Cincinnatus Leconte. Es el azote de una maldición que puede borrar dos siglos o una vida en un suspiro o un temblor.

 



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