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En 2040, por primera vez en la historia, habrá en el mundo más ancianos que niños
En un asilo de la ciudad norteamericana de Great Falls, Montana, reside Walter Breuning; tiene 112 años, uno menos que Henry Allingham, británico, fallecido el 18 de julio. Pasa a ser desde ese día uno de los hombres más ancianos del planeta. Si no, el más anciano. Ambos viven en tres siglos. Breuning nace el 21 de septiembre de 1896 en Melrose, Minnesota. Aprende a leer a la luz de una lámpara de kerosén. Su primer voto en las elecciones de los Estados Unidos data de 1912: apoya a Woodrow Wilson, presidente desde 1913 hasta 1921.
La longevidad no es hereditaria. El secreto, dice Breuning, es mantener en actividad el cuerpo y la mente, comer poco, caminar mucho, tomar una aspirina por día y ser bueno con los demás. En la India ha muerto 11 meses antes que Allingham, el 18 de agosto de 2008, Habib Miyan, de 139 años.
Estos fenómenos, frecuentes en los récords Guinness, tal vez dejen de ser sorprendentes dentro de poco. En el planeta nacen 264 personas por minuto y perecen 107. Vienen al mundo, en ese lapso, 237 personas en los países en vías de desarrollo y sólo 27 en los desarrollados. La población total, de 6810 millones de habitantes, será de 7000 millones en 2011. En un par de años nada habrá cambiado: continuará el envejecimiento de algunas sociedades desarrolladas como consecuencia de la baja tasa de natalidad.
La Unión Europea roza este año los 500 millones de habitantes, según su oficina de estadística, Eurostat, gracias a un alza del número de nacimientos en unos pocos países. Encabezan esa tendencia, desde 2004, países no centrales como Lituania, Irlanda, Chipre y Polonia. En países centrales como Alemania, Francia y España aumenta la tasa de fallecimientos.
En cuatro décadas, de acertar en sus proyecciones el Population Reference Bureau, organización dedicada a estudios demográficos desde 1929, la población española será inferior a la argentina. La española decrecerá de 46,9 millones de habitantes en 2009 a 46,2 millones en 2025 y 43,9 millones en 2050; la argentina crecerá de 40,3 millones a 45,9 millones y 50,9 millones, respectivamente.
En 2050, China, con 1437 millones de habitantes, dejará de ser el país más poblado de la Tierra; la India, con 1748 millones, ocupará su lugar. Será el resultado de la política draconiana de un solo hijo por familia adoptada en China en 1979 en coincidencia con la era de reforma y apertura. En los últimos años, la expectativa de vida, favorecida por las mejoras de las prestaciones sanitarias y los descubrimientos de la medicina, ha trepado de 68 a 73 años. La legión de mayores de 65 años, o jubilados, ha crecido del 4,9 por ciento al 7,7 por ciento de la población. Como correlato de ello, los ingresos fiscales disminuyen y las tensiones sociales aumentan.
En toda sociedad, la población activa paga impuestos para mantener a la pasiva. Si la población pasiva se dispara por menor cantidad de nacimientos y más expectativas de vida, las cuentas no cierran. Así como en 2050 habrá más argentinos que españoles, en África se duplicará y hasta se triplicará la población. En China, experimento capitalista en territorio comunista, empieza a desmoronarse uno de los pilares de la economía: la mano de obra barata. Faltan trabajadores. El éxodo de compañías extranjeras a países vecinos es una señal.
En 2040, por primera vez en la historia, la población mundial mayor de 65 años superará en número a la menor de cinco años, según la Oficina del Censo de los Estados Unidos. Y vivirá más. Esa inquietante perspectiva tendrá un fuerte impacto en los regímenes de retiro y salud. En 2009, 506 millones de personas son mayores de 65 años; en tres décadas serán 1300 millones. Los abuelos paternos y maternos pelearán en los fines de semana por pasear con el nieto único. Si lo tienen.
Desde 2008, también por primera vez en la historia, poco más de la mitad de la población mundial reside en ciudades y casi la mitad subsiste con menos de dos dólares diarios. Mil millones comen a rachas. Y, a su vez, crece en todo el planeta una copiosa clase media que será multitud en 2030. Crece, también, una irritante desigualdad: 225 personas ganan más que 2700 millones. La crisis no ayuda: en el Reino Unido, uno de cada siete menores de 24 años (2,4 millones, en total) engrosa la indigna legión de desempleados. En salarios, por más estudios y especializaciones que acrediten, no superan a los mileuristas españoles ni a los seiscientoseuristas griegos.
El futuro abruma. Del otro lado del globo, en vísperas de las elecciones presidenciales de Chile, el 13 de diciembre, Michelle Bachelet se ve forzada a lanzar una campaña para convencer a los menores de 30 años de inscribirse para votar. La participación de esa franja ha caído del 35 por ciento del padrón en el plebiscito coronado en 1988 con el rechazo a la permanencia de Pinochet en La Moneda a menos de un 8 por ciento en las elecciones municipales de 2008.
Es un indicio de la llamada “democracia gerontocrática”. En Chile, como en los Estados Unidos, la gente debe inscribirse para votar. La apatía cunde entre los jóvenes. Ocurre en todo el mundo, en realidad. Sólo Barack Obama puede movilizar a 13 millones de voluntarios para apuntalar en el Capitolio su plan de salud. Son los muchachos que han votado por primera vez en 2008.
Un plan de ese tipo está pendiente en los Estados Unidos desde la última campaña presidencial de Theodore Roosevelt, en 1912. Lo derrota Wilson. Breuning vota por él. Es el único que vive para contarlo. En principio, gracias a su rutina: poca comida, mucha caminata y una aspirina por día. De afianzarse la tendencia hacia la “democracia gerontocrática”, quizá sea, también, el pionero de una pujante generación de abuelos con los nietos contados.
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