Vísteme despacio que llevo prisa




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El gobierno norteamericano ha dejado entrever que existe otra prioridad: comprometer a América latina en el Plan Colombia

En el Placer del Sacerdote, solaz a la vera del río Támesis, algunos profesores de Oxford toman sol en verano. No hacen otra cosa que conversar amablemente, cabecear siestas o leer diarios. Tiene su gracia, sin embargo: están desnudos. Es una tradición licenciosa. Y silenciosa. Lejos de miradas indiscretas y lejos, también, de mirarse a sí mismos.

Cierta tarde, según cuenta Garrett Thomson en el primer capítulo de su libro Flies on the Brain, unas damiselas de Oxford, flor y nata de la sociedad británica, perdieron el rumbo en su bote. Y pasaron lentamente frente al Placer del Sacerdote. “¡Oh, Dios mío!”, exclamaron los profesores. Imagínense: viejos sabios de modales elegantes y verba pausada, reputadísimos, perplejos ahora, al igual que ellas, echando mano de los diarios con tal de cubrirse las partes íntimas. Sólo uno, profesor de filosofía, se cubrió la cara.

Superado el trance, con el bote y las risitas de las damiselas en lontananza, los otros se volvieron hacia él: “¿Por qué no se ha cubierto las partes íntimas, mi estimado colega?”, preguntó uno de ellos, aún sonrojado y azorado. El profesor de filosofía respondió con tono grave y seguro: “Mis queridos colegas, en Oxford sólo soy conocido por mi cara”.

Por la cara, precisamente, no son conocidos los terroristas, salvo Osama ben Laden y su banda talibán. Estigma que ha apremiado desde el 11 de septiembre al gobierno de George W. Bush. Expuesto, o desnudo, como casi todos, frente a un enemigo sin identidad y, sobre todo, sin territorio. Un Estado con bandera e himno, como en las guerras convencionales.

¿Afganistán? Es el refugio de la plana mayor. Razón por la cual la represalia de la coalición multinacional, con la fuerza de Bush y la voz de Tony Blair, está legitimada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU): negar cobijo a los terroristas y suprimir sus fuentes de financiamiento, según la resolución 1373.

Una forma de prevenir, antes que curar, la vergüenza de la desnudez. Y de enfrentar el desconcierto, o el temor,  ante asuntos tan cotidianos, en apariencia, como un avión o una carta. Y ante otros, no tan cotidianos fuera de su radio de acción, como los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y del Ejército de Liberación Nacional (ELN), y los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).

Contra ellos embistió la embajadora norteamericana en Bogotá, Anne Patterson, comparando a Tirofijo con Ben Laden. Trato poco sutil, o descarnado, que desnuda la certeza de las asociaciones ilícitas de unos y de los otros con el narcotráfico, el lavado de dinero, el tráfico de armas, los secuestros y el crimen organizado. Penados, como derivaciones del terrorismo, por la resolución de la ONU.

Con un objetivo de los Estados Unidos, en este caso: capturar y extraditar a sus cabecillas. Es la letra chica del Plan Colombia, ayuda millonaria otorgada por Bill Clinton al gobierno de Andrés Pastrana. Firme, desde fines de 1998, en apostar al área de despeje cedida a las FARC con tal de entablar el diálogo de paz. Con mil tropiezos. Y, últimamente, con crismas partidas por la sugestiva presencia de tres militantes del Ejército Revolucionario Irlandés (IRA) y de otros extranjeros en San Vicente del Caguán. Motivo de disgusto. De la Unión Europea, en especial.

La paciencia es la ansiedad vestida de virtud. De ella se armó Bush después de los atentados contra las Torres Gemelas y un ala del Pentágono. Pero la réplica ciega contra un enemigo tuerto, sin cara ni Estado, no prometía ser suficiente. En principio, los guerrilleros y los paramilitares eran una cosa y los terroristas eran otra. La resolución de la ONU, en contra de la violencia en general, ha apretado las clavijas. Al punto de equipararlos. Y de obligar a los 189 países miembros a cercarlos, sofocarlos… Eliminarlos.

El Plan Colombia contempla la sustitución y la fumigación de cultivos ilíticos con tal de terminar con el narcotráfico. La sucursal FARC no ha tenido contemplaciones con ciudadanos y con compañías del exterior. De los Estados Unidos, entre ellos. Le cabe, en el nuevo léxico, el mote de terrorista. ¿Es el acta de defunción del proceso del paz? Tiene poca vida, al parecer. O esperanza.

El conflicto no termina, ni empieza, en Colombia. Es una responsabilidad compartida que, no obstante ello, pocos han asumido, o admitido, en América latina. Como si la culpa debiera recaer en el pobre infeliz que no tiene mejor sustento que el cultivo de coca. O, en el otro extremo, como si las tropas norteamericanas debieran emprender otra guerra, cual teoría de los dos demonios, en selvas no menos espesas y pegajosas que Vietnam.

Casi en coincidencia con los signos de impaciencia de la embajadora Patterson, su par en la vecina Venezuela, Donna Hrinak, salió al cruce de comentarios del presidente Hugo Chávez, cercano a las FARC por conveniencia, cercano a Fidel Castro por amistad, cercano a Saddam Hussein por el petróleo, sobre las matanzas de civiles, o los daños colaterales, en Afganistán. Los consideró inapropiados, así como las fotos de chicos muertos que exhibió en su programa de televisión.

En el Brasil, mientras tanto, una comisión del Congreso aprobaba con renuencia un proyecto de acuerdo que permitiría que la NASA use la base espacial de Alcántara, sobre la línea del Ecuador. Clave, en realidad, para el escudo antimisiles que proyecta Bush. Y la Argentina y el Uruguay eran informados, en forma simultánea, sobre la revisión del status por el cual sus ciudadanos pueden ingresar sin visa en los Estados Unidos.

Señales, todas ellas, de presencia. O, acaso, de presión. Con la Triple Frontera como foco, o alerta, de la Argentina, del Brasil y del Paraguay. Por las sospechas de que en ella operen, o hayan operado, terroristas islámicos y de que hayan circulado, o circulen, varias de las armas que nutren el arsenal de las FARC y de los otros grupos de similar estofa.

En Afganistán, la Alianza del Norte está formada por terroristas que trafican opio. Pecados capitales, según la resolución de la ONU. Sobre todo, si miradas indiscretas reparan en ella como en los profesores de Oxford. ¿Doble moral mientras combatan contra el régimen talibán? El Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), tildado de terrorista antes de la guerra, pasó a ser el mejor aliado de la alianza atlántica (OTAN) durante los bombardeos. Como dijo Felipe II o, acaso, Napoleón: «Vísteme despacio que llevo prisa».



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