
Sólo sabemos que no sabemos nada
El sesgo terrorista de los atentados ha llevado a Bush a no distinguir grises en un mundo que ya no será como antes Culebreó la sospecha y, de inmediato, toreó la certeza: Osama ben Laden dejó su huella en los atentados. Como en otras ocasiones: la bomba en el estacionamiento subterráneo de las Torres Gemelas, en 1993; las voladuras de las embajadas norteamericanas en Kenya y en Tanzania, en 1998, y el boquete en el destructor USS Cole en Yemen, en 2000. Una ristra de horrores, reivindicado el fanatismo, o la brutalidad, como el derecho de los malos, de un lado. Una ristra de errores, reivindicada la réplica, o la defensa, como el derecho de los buenos, del otro. Y, en el medio, una ristra de cabos sueltos, entre horrores y errores, reivindicado el derecho de la duda. O del escepticismo. Legítimo frente a las pistas zigzagueantes de una banda terrorista cuyo presunto líder, Mohamed Atta, ingeniero y piloto, de 33 años, nacido en El Cairo, radicado en los Estados Unidos, habría estado vinculado con (leer más)