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A trancas y barrancas

Los «indignados» españoles adoptaron el modelo islandés para expresar su malestar Era sábado. Hördur Torfason decidió apostarse con su guitarra frente al Parlamento de Islandia y preguntarles a los transeúntes qué estaba ocurriendo y qué podían hacer. Ese día, el 11 de octubre de 2008, comenzó a gestarse el movimiento Voces del Pueblo. En medio del caos económico, cualquiera podía expresar con un micrófono su desencanto con los políticos y los banqueros. Cada semana aumentaba la concurrencia. En unos meses, el Parlamento debió ser disuelto. Hubo elecciones generales. En un referéndum, los islandeses resolvieron no pagarles al Reino Unido y Holanda una deuda de 4000 millones de dólares. “Si seguís con esa, haremos la islandesa”, avisan desde mediados de mayo los españoles congregados en las plazas. Los indignados tomaron el nombre del libro ¡Indignaos!, del nonagenario francés Stéphane Hessel, pero adoptaron el modelo de protesta de un país como Islandia que, con apenas 332.000 habitantes, era el primero en desarrollo humano en 2007, según las Naciones Unidas, y  ha vuelto a ser ahora el más (leer más)

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El espejo retrovisor

¿Qué hay detrás de las expeditivas intervenciones occidentales en las crisis árabes? EL gobierno francés quiso ser el primero en repeler con su aviación el escarmiento de Muammar Khadafy contra su pueblo y en reconocer al Consejo Nacional Libio como su «único representante». ¿Temía Nicolas Sarkozy que el régimen más estrafalario del norte de África cumpliera con su amenaza de ventilar secretos comprometedores? En Siria, Bashar al Assad denunció que las revueltas en su país eran orquestadas por los Estados Unidos. The Washington Post reveló cables filtrados por WikiLeaks sobre la presunta financiación norteamericana de grupos opositores y de la cadena Barada TV, que emite desde Londres informaciones adversas a su gobierno. ¿Temía Barack Obama algo parecido? Lo temieran o no, ambos han saltado el cerco de la duda: respaldan los levantamientos en el mundo árabe no sólo con aliento, sino, también, con dinero, según acordaron en la cumbre del G-8, realizada en estos días en Deauville, Francia, con sus pares de Alemania, Canadá, Italia, Japón, el Reino Unido y Rusia. En su papel de (leer más)

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Kilómetro cero

Los partidos españoles pierden la brújula frente a las inesperadas protestas de la calle MADRID.– Debajo de la estatua ecuestre de Carlos III, en la emblemática Puerta del Sol, Juan Rubio resume su malestar: “No queremos ser las marionetas de los políticos y los banqueros”. Ronda los 30 años y se declara “quema’o”. Pertenece a “la generación mejor formada y peor pagada” de la historia reciente. En un país con cinco millones de desempleados, cuatro de cada 10 menores de 34 años están en esa frustrante situación; doblan la media europea. Una semana antes de las elecciones municipales y autonómicas de hoy, en un día doblemente festivo por ser domingo y San Isidro, patrono de Madrid, el movimiento ganó la calle, sorteó las prohibiciones y prometió quedarse “hasta que ganéis 600 euros, como nosotros”. De la fecha, 15 de mayo, adquirió el nombre: 15-M. Y de los lemas, manuscritos en carteles, adquirió su identidad. “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”, dice uno, emulando otro mayo, el francés de 1968. “Yes, we camp”, (leer más)

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Ni unidos ni dominados

Tras la muerte de Osama ben Laden en Paquistán, el presidente de Perú, Alan García, aventuró que se trataba del “primer milagro del beato Juan Pablo II”, al cual agradeció ese día, el de su santificación, “llevarse del mundo a la encarnación del mal, a la encarnación demoníaca del crimen y del odio, dándonos la noticia de que quien volaba torres y edificios ya no está”. Amén. Con menos elocuencia, aunque similar satisfacción, su par de Colombia, Juan Manuel Santos, felicitó a Barack Obama “por ese gran golpe contra el terrorismo” y, desde México, Felipe Calderón reconoció “su perseverancia en el combate y persecución del terrorismo”. En las antípodas, el vicepresidente de Venezuela, Elías Jaua, al igual que el canciller de Ecuador, Ricardo Patiño, condenaron los inusuales festejos de los norteamericanos en las calles. “Ninguna muerte debe ser celebrada”, señaló el canciller de Uruguay, Luis Almagro. El gobierno argentino tampoco se subió al carro de la victoria: “La operación militar que ha llevado a la muerte del responsable de tanto dolor inocente ocurre en momentos (leer más)

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Licencia para matar

Los claroscuros de la ejecución de Ben Laden, empañada por sospechas de ilegalidad En forma unánime aprobaron  los norteamericanos la decisión de Barack Obama de liquidar a Osama ben Laden. Ocho de cada diez, según Gallup, creyeron “extremadamente” o “muy” importante” la ejecución del líder de Al-Qaeda en su madriguera urbana del norte de Paquistán. La euforia inundó las calles de los Estados Unidos al filo de la medianoche, algo inusual. Tan inusual como la perplejidad que, superada la embriaguez de la victoria o la resaca del desquite, despertó en otras latitudes el expeditivo proceder de las fuerzas de elite Navy Seals, así como el pronto despacho del cadáver a las profundidades del mar Arábigo para no crear un santuario en tierra firme. Lo justo no siempre es legal y lo legal no siempre es justo. ¿Tiene necesidad el país más poderoso del planeta de violar los derechos humanos para obtener información, torturando prisioneros sin condena en el limbo ilícito de Guantánamo, y de ejecutar sin piedad a un terrorista que, en principio, estaba desarmado, (leer más)

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Pertenecer tiene sus privilegios

En la novela La balsa de piedra, de José Saramago, un tal Joaquim Sassa teme haber provocado la separación de la Península Ibérica del continente europeo. La convierte en una isla, supone, tras arrojar al mar una piedra “pesada, ancha como un disco, irregular” que, a su juicio, no estaba en su lugar. “Como no llevaba bolsillos ni bolsa para guardar sus hallazgos, devolvía al agua los restos muertos cuando tenía las manos llenas, al mar lo que al mar pertenece, la tierra que se quede con la tierra”, se excusa. La grieta se abre en forma espontánea a la altura de los Pirineos, no por su culpa, “convirtiendo ríos en cascadas y avanzando los mares unos kilómetros tierra adentro”. Desde la isla, aparentemente creada sólo porque el tal Joaquim no tenía dónde poner aquello que encontraba, nada se ve igual que antes. Ni Portugal, ni España, ni Andorra, ni el territorio de Gibraltar son los mismos. El aislamiento dinamita las impresiones del mundo conocido. Todo parece lejano ahora: desde la crisis económica hasta los (leer más)

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Hasta que la política nos separe

El artículo 186 de la Constitución de Guatemala pretende ser un seguro contra el nepotismo: prohíbe que los familiares del presidente de la república de hasta el cuarto grado de consanguinidad y el segundo de afinidad puedan aspirar a sucederlo. A su vez, Álvaro Colom, presidente desde 2008, está impedido de ser reelegido y, a diferencia de pares latinoamericanos de sesgos tan diferentes como Álvaro Uribe, Hugo Chávez, Carlos Menem y Alberto Fujimoni, no tiene margen para alterar la letra constitucional. ¿Entonces? Fácil: la primera dama tramitó el divorcio exprés, autorizado el viernes por la jueza Mildred Roca. “Me estoy divorciando del presidente para casarme con el pueblo, con la gente de Guatemala”, proclamó Sandra Torres, imitando con su presunto “sacrificio personal y familiar” a Evita y, de ser elegida en septiembre, coronando la rehabilitación del “dedazo”, aparentemente abolido tras las siete décadas en el poder del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Hasta 2000, el presidente de México designaba de ese modo a su sucesor. Esa treta tuvo un precedente reciente en la Argentina: la decisión (leer más)

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Fisuras en el frente

La represalia contra Khadafy desnudó las diferencias entre los socios de la coalición A diferencia de Irak y a semejanza de Kosovo, el establecimiento de la zona de exclusión aérea en Libia no supone promover la democracia, sino proteger a la población civil de la masacre que se proponía consumar Muammar Khadafy. Es la primera intervención militar no heredada de Barack Obama, Nicolas Sarkozy y David Cameron, entre otros líderes involucrados en la resolución 1973 del Consejo de Seguridad. En ese ámbito hasta el embajador libio pidió ayuda: “Por favor, Naciones Unidas, salven a Libia –clamó Mohamed Shalgham, desmarcado del régimen vitalicio de su país–. Le digo a mi hermano Khadafy que deje en paz a los libios”. La resolución, discutida en un primer momento entre los Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Alemania, contempla la zona de exclusión aérea y un pedido a la Corte Penal Internacional para investigar posibles crímenes de lesa humanidad. Crucial ha sido el respaldo de la mayoría de los países de la Liga Árabe, excepto Siria, Argelia y Mauritania. (leer más)

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La última trinchera

Los gladiadores, sostiene Séneca, “están protegidos por la destreza, pero se quedan indefensos por la ira”. Es la ira, precisamente, el motor de la protesta árabe. No se ha prendido fuego por otro motivo el humilde vendedor de frutas y verduras tunecino Mohamed Bouazizi; su muerte desencadenó la revuelta que aplastó al régimen represivo y corrupto de Zine el Abidine Ben Alí. Tampoco estallaron por otro motivo los egipcios, impotentes como los tunecinos frente a los abusos de las autoridades con sus demandas de baksheesh (propinas traducidas en coimas). Ni tampoco arde por otro motivo Libia, sometida a los caprichos de Muammar Khadafy. Facilitaron la faena las redes sociales, a menudo bloqueadas por esos regímenes y otros, pero nunca resultaron determinantes por sí mismas. El hijo favorito de Khadafy, Saif el Islam, cargó contra “el enemigo exterior” que, “con el uso de Facebook, se ha unido a la oposición interna para imitar lo que ocurre en los países árabes”. La ira es anterior a Internet, por más que una pareja egipcia haya querido rendirle tributo (leer más)

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El ocaso de un converso

En los ochenta, Muammar Khadafy estaba acusado de violar los derechos humanos y patrocinar el terrorismo; Saddam Hussein también sometía a los suyos, pero compensaba su crueldad manteniendo a raya a Irán. Era entonces un aliado de Occidente. Tres décadas después, uno pende de un hilo a raíz de la marejada de protestas árabes que barrió las dictaduras de Túnez y Egipto; el otro ha muerto colgado como correlato de la “guerra contra el terror” declarada con puras mentiras por George W. Bush, Tony Blair y compañía. En su momento, Khadafy resultó tan útil contra Irán como las dictaduras militares latinoamericanas contra el comunismo. Si Ronald Reagan se había atrevido a llamarlo “perro rabioso” al bombardear Trípoli en 1986, Blair no vaciló en abrazarlo en 2004, en la misma ciudad, por su apoyo a “la guerra contra el terror”. Compañías petroleras británicas y alguna que otra norteamericana firmaron de inmediato lucrativos contratos con Libia. Casualmente, Khadafy usó como carta de resarcimiento su renuncia al programa nuclear. Era, según él, un hombre nuevo, pero, en la (leer más)

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La imaginación al poder

Algunos gobiernos todavía no han alcanzado a percibir los cambios en el mundo árabe Superado el primer impacto de las revueltas árabes, una broma comenzó recorrer Europa: si quieres saber qué países serán los siguientes en estallar, fíjate dónde pasan sus vacaciones los ministros franceses. Entre Navidad y Año Nuevo, la ministra de Asuntos Exteriores, Michèle Alliot-Marie; su pareja, el ministro de Relaciones con el Parlamento, Patrick Ollier, y sus padres se desplazaron desde la ciudad de Túnez hasta las playas de Tabarka, en plan de descanso, en el jet del millonario Aziz Miled, socio del cuñado del dictador tunecino. En esos días, el primer ministro,  François Fillon, estuvo en Asuán, invitado por el gobierno egipcio. Tras el derrumbe casi en estéreo de Zine el Abidine Ben Alí y Hosni Mubarak, Nicolas Sarkozy se tomó la cabeza con las manos. Los padres de la ministra Alliot-Marie aprovecharon esos días en Túnez para comprar acciones de un emprendimiento inmobiliario de Miled. La casualidad resulta bochornosa, pero, hasta ese momento, eran aliados inevitables de Occidente ambos regímenes (leer más)

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La tormenta perfecta

Mubarak cayó bajo el peso de la corrupción y la represión que instauró como sistema En junio de 2009, durante su histórico discurso en la Universidad de El Cairo, Barack Obama mencionó apenas tres veces la palabra democracia. Las suficientes. La primera, al referirse a la guerra contra Irak, para diferenciarse de su antecesor, George W. Bush, y señalar que “ninguna nación puede imponer o debe imponer a otra sistema de gobierno alguno”. La segunda para aporrear a “algunos que defienden la democracia sólo cuando están fuera del poder y, una vez que llegan a él, son despiadados en la represión”. Y la tercera para instar a sus pares a “respetar los derechos de las minorías” y aclararles que “las elecciones por sí solas no constituyen una democracia auténtica”. Era para alquilar balcones si el anfitrión, Hosni Mubarak, hubiera acusado recibo de sus palabras, pero, convencido de que era más cómodo para Obama conciliar con un déspota como él que apuntalar una rebelión en cadena en el mundo árabe, ni se mosqueó. No veía entonces (leer más)

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Hipocresía a plazo fijo

Es el estrepitoso final de los regímenes árabes, antes confiables, ahora despreciables Lejos de las ambiciones de un hombre humilde como Mohamed Bouazizi estaba apurar el derrocamiento de un déspota que se hacía llamar “el líder”, “el iluminado”, “el salvador”, “el combatiente supremo”, “el sol que brilla sobre los tunecinos” y “la ambición que nutre al pueblo”. La mera mención de Zine el Abidine Ben Alí acarreaba un deseo reservado al profeta Mahoma: “Que la paz esté con él”. Eso ocurrió hasta que el 14 de enero, por primera vez en 23 años, los imanes omitieron en la oración que Alá preservara su salud y la de su familia. Era un indicio del cambio: los tunecinos le habían perdido el respeto, si no el miedo, pilar del principio de autoridad entre los árabes. Bouazizi, vendedor de frutas y verduras en la plaza de un ignoto pueblo de Túnez, había perecido 10 días antes. Tenía 26 años. Estaba harto de los abusos. Lo amenazaba a menudo la policía, entrenada en sobornos. La mañana decisiva, el 17 (leer más)

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El diluvio que viene

Tras las inundaciones, Chávez se propone gobernar por decreto durante un año y medio De haber ganado Hugo Chávez las legislativas de septiembre con holgura suficiente como para asegurarse los dos tercios de los escaños en la Asamblea Nacional, no habría solicitado por cuarta vez en casi 12 años de gestión una ley habilitante para gobernar por decreto. La ley habilitante es un recurso extraordinario, no una herramienta para preservar el poder cuando amenaza con menguar como consecuencia del desgaste natural del presidente. Este tipo de artimaña en nada se parece a un golpe de Estado, pero escasos favores termina haciéndoles a las instituciones de Venezuela. Tanto celo por centralizarlo todo y no dejar resquicio alguno a la oposición no hace más que debilitar la democracia. Todo aquel que disiente con Chávez es un “escuálido” o un “pitiyanqui”. Si el modelo venezolano es tan eficaz, ¿por qué los otros presidentes de América latina son tan cortos de miras que no sacan provecho de una buena vez de los beneficios del socialismo del siglo XXI? Ni (leer más)

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Una de piratas

Los documentos de WikiLeaks muestran cómo se forman opiniones los gobiernos En sus orígenes, las normas de los diplomáticos eran poco elevadas: “Sobornaban a los cortesanos; fomentaban e incitaban rebeliones; alentaban a los partidos de oposición; intervenían en los asuntos internos de los países donde estaban acreditados en la forma más subversiva, mentían; espiaban, y robaban”. Un embajador “se consideraba a sí mismo un honorable espía”. Esta descripción descarnada del diplomático británico Harold Nicolson no es de ayer ni de anteayer, sino de 1939. Cobra actualidad, como su libro Diplomacy (Diplomacia), tras la avalancha de documentos secretos y confidenciales del Departamento de Estado que ha ventilado sin pudor el sitio digital WikiLeaks. Si los diplomáticos, como expone Nicolson, “tienen tanto miedo de que se les acuse de falta de juicio que a toda costa se abstienen de expresar juicio alguno”, en las comunicaciones dirigidas a sus superiores, llamadas cables, se despachan con retratos indiscretos de los mandatarios y los políticos de los países en los cuales prestan servicios. Este procedimiento no tiene copyright de los (leer más)