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Con mayor presencia de los Estados y Rusia en la guerra contra el Estado Islámico, Siria se ha convertido en el escenario de combate de ambas potencias
Tarde o temprano, Rusia iba a intervenir en la guerra civil de Siria. No por amor, sino por temor. Temor de perder el puerto de Tartus, su único acceso al mar Mediterráneo. Con el aumento de su dotación en esa base naval y de la participación militar en el país, el presidente Vladimir Putin exhibe su músculo frente a Occidente, horrorizado por la expansión del grupo sunita Estado Islámico (EI) en Siria y en Irak, y por la crisis de los refugiados. También procura apaciguar las iras contra su par sirio, Bashar al Assad, impasible frente a la muerte de 250.000 personas (entre ellos, 12.700 niños) y la propagación de millones de refugiados y desplazados desde 2011.
En Siria, tanto Rusia y el régimen de Assad como la coalición liderada por los Estados Unidos luchan contra el EI, pero no actúan como aliados ni en forma coordinada. Rusia, a diferencia de la coalición occidental, incluye en sus ataques al Frente Al Nusra, afiliado a Al-Qaeda y divorciado del EI. Es una proxy war (guerra por delegación). La ayuda simultánea a las tropas sirias de Irán y los milicianos chiitas de Hezbollah, del Líbano, complica la estrategia de salida, sobre todo en momentos en que Israel, socio de los Estados Unidos más allá de los roces entre Obama y el primer ministro Benjamin Netanyahu, está al borde de una nueva intifada (sublevación palestina).
¿Es Assad parte del problema, como señala Barack Obama, o de la solución, como señala Putin? Después de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Francia, Australia, Turquía, Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Jordania, Rusia es el décimo país que bombardea Siria en 2015. La relación de Putin con Occidente dista de ser buena desde que estalló la crisis de Ucrania. Si bien cree que, con la intervención militar en Siria, puede mejorarla, no comulga con la caída de Assad y una virtual transición política como recurso. Eso alimentaría el anhelo occidental de apropiarse del petróleo y podría contagiar a otros países, incluidas las repúblicas rusas del Cáucaso.
En el medio están Turquía, que lidia con el EI y el avance de los kurdos, y Arabia Saudita y las petromonarquías del Golfo, comprometidos con los Estados Unidos en la guerra contra las milicias hutíes en Yemen, respaldadas por Irán. En Siria, Assad intenta recuperar con el apoyo aéreo de Rusia las provincias de Idlib y Hama, ocupadas por los insurgentes, entre los cuales se encuentra el Ejército Libre Sirio, afín a los Estados Unidos. De ese tenor son las líneas que se cruzan en el polvorín en el que, con rémoras de la Guerra Fría, se ha convertido la región más explosiva e inestable del planeta.
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