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Sin cuidar las formas, Berlusconi y Sarkozy azuzan el racismo contra los ilegales
Durante la campaña electoral, más preocupado por la incorporación de Ronaldhino al Milan que por los desvelos de los mileuristas (aquellos que ganan mil euros por mes), Silvio Berlusconi prometió dureza contra la inmigración clandestina. Cumplió con creces: está en vías de convertirla en un delito en medio de brotes de racismo contra los gitanos rumanos asentados en Roma, Nápoles y Milán.
En otro tiempo, la Unión Europea hubiera procurado aplacar sus ínfulas. En otro tiempo, no en coincidencia con su intención de contener a la mano de obra extranjera. De odioso, el asunto pasó a ser crucial. Nicolas Sarkozy no hubiera ganado las presidenciales de Francia si no mostraba firmeza contra la inmigración clandestina. En él, sus compatriotas intuyeron un súper presidente; descubrieron, al poco tiempo, que era demasiado llamarlo súper y presidente a la vez. En apenas un año se divorció de Cecilia Ciganer, se casó con Carla Bruni y batió récords de impopularidad. Pudo ser para hacer promedio con su amigo George W. Bush, pronto a recluirse en su rancho de Crawford, Texas.
Desde julio, Francia presidirá la Unión Europea. Sarkozy tiene planes contra la inmigración clandestina: implantar visados biométricos e impartir lecciones obligatorias del idioma de cada uno de los 27 países a los recién llegados. Todos los caminos no conducen a Roma, donde el alcalde, Gianni Alemanno, y el líder de la Liga Norte y ministro para las Reformas, Umberto Bossi, aliados de Berlusconi, a punto estuvieron de restituirle honras a Il Duce. Todos los caminos conducen a la repatriación de los ilegales.
Como en Italia, brotes de racismo afloraron en Sudáfrica. Apuntaron contra inmigrantes de Kenya, Camerún, Mozambique y Angola. De la guerra de pobres contra pobres lejos quedó el apartheid. Sudáfrica no es Italia, pero un polígamo zulú populista sin educación formal, Jacob Zuma, desplazó de la conducción del partido oficialista Congreso Nacional Africano al presidente de su país, Thabo Mbeki, formado en la Universidad de Sussex, Inglaterra. Y, pese a estar involucrado en el presunto cobro de sobornos de una compañía francesa de armas mientras era vicepresidente, en 1999, se prepara para ganar las presidenciales de 2009.
Varios países optaron por la garantía, no por el cambio, como si se tratara de un acuerdo tácito, o silencioso, con aquellos que ejercieron el poder y, una vez concluidos o interrumpidos sus mandatos, dejaron un tendal de dudas sobre su honestidad. En Italia, el conflicto de intereses de Berlusconi, dueño de una inmensa fortuna, turbó sus dos gestiones anteriores. Zafó de las críticas, y los procesos, gracias a parlamentarios dóciles, opositores fallidos y socios ocasionales.
¿Por qué reaparecieron con Berlusconi actitudes que parecían pretéritas? Por miedo al cambio en una sociedad que, en realidad, no decidió su destino. “La caída del régimen fascista, el 25 de julio de 1943, se debió a la derrota militar, que abatió el carisma y el poder militar de Mussolini, no a la iniciativa de la monarquía o de otras instituciones del viejo aparato estatal que intervinieron recién después de que el voto del Gran Consejo marcó de hecho el fin del régimen fascista –dice Emilio Gentile en su libro La vía italiana al totalitarismo–. Los italianos bajo ningún aspecto fueron protagonistas de la caída del régimen.”
De momento, los italianos optaron por la garantía, no por el cambio. Y, con el retorno de Berlusconi, pagaron un precio tan alto, quizá, como los rusos con la elección del presidente Dmitri Medvédev, pupilo del ahora primer ministro Vladimir Putin. No estuvieron solos. Los surcoreanos tampoco optaron por el cambio: Lee Myung-bak ganó las presidenciales pese a estar acusado de haber manipulado acciones bursátiles en 2001. Por la garantía, no por el cambio, también optaron los tailandeses: el primer ministro Thaksin Shinawatra, accionista del club británico Manchester City, reincidió tras ser depuesto por un golpe militar, en 2006, por sospechas de corrupción.
En varias sociedades predomina entonces un renovado contrato con aquellos sobre los cuales pesaban sospechas de corrupción. En Israel, el primer ministro Ehud Olmert, en la cuerda floja por ese motivo, podría provocar el retorno de Benjamín Netanyahu, procesado y exonerado en su momento, por instancias del actual ministro de Defensa, Ehud Barak, también procesado y exonerado por ello. En Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, mimado por la popularidad, salió airoso de las denuncias contra su partido por mercadeo de cargos, transferencia de recursos federales a caciques parroquiales y financiación de campañas con fondos no declarados de la caixa dois. Cerca, en Perú, Alan García ganó las presidenciales a pesar de las sospechas sobre su primer mandato. Y siguen las firmas.
Acaso por la cercanía del Vaticano, los italianos decidieron perdonarle a Berlusconi sus pecados y permitirle que, con su discurso xenófobo y machista, espante a los ilegales codo a codo con Sarkozy. En Italia, según Indro Montanelli, “no hay que reformar los sistemas electorales ni las leyes ni las reglas; hay que reformar a los italianos”. Vale para todos, incluidos nosotros mismos.
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