El discurso del método y otras obras de descarte




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En vísperas de los últimos comicios de la era Bush, Kerry debió explicar un chiste sobre Irak que perjudica a los demócratas

En general, las clases de oratoria no varían. En los Estados Unidos y en Europa, así como en América latina, uno aprende que debe erguir los hombros, mostrar las manos, no fijar la vista en nadie en especial ni hablar de espaldas si señala una pizarra, dar énfasis al discurso con gestos y, en lo posible, matizar en algún momento (si es al comienzo, mejor) con una frase ocurrente que haga reír, o espabilar, al público. El senador John Kerry siguió a pies juntillas las indicaciones del manual, pero fracasó en su afán de ser gracioso: contó un chiste sobre Irak por el cual sus correligionarios demócratas a punto estuvieron de extraditarlo.

Frente a él, veterano de Vietnam, los estudiantes universitarios de California que asimilaban sus consejos de formarse si no querían ser convocados para la guerra no podían dar crédito a sus palabras. Menos aún la cúpula demócrata, ansiosa de una rectificación inmediata de modo de no quedar empantanada en el tema del que, precisamente, más provecho procuró sacar en la campaña para las inminentes elecciones de medio término, las últimas legislativas de la era presidencial de George W. Bush y de sus neoconservadores. Kerry tardó en pedir disculpas. Tardó tanto, quizá, como en hacer lo peor después de contar un chiste: explicarlo.

Más allá de las similitudes con otras latitudes, el humor en los Estados Unidos tiene un valor agregado. Sobre todo, entre los políticos. Cada año, el presidente de turno concurre a una cena de gala con los periodistas acreditados en la Casa Blanca en la cual suele mofarse de sí mismo. En 2004, a menos de ocho meses de su reelección, Bush desató una tormenta con una parodia sobre las armas de destrucción masiva no halladas en Irak. Las buscaba debajo de los muebles y en los cajones de su escritorio, e invocaba la ayuda del jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, ausente con aviso. Su rival demócrata, Kerry, no pasó por alto aquello: era una burla a los soldados y sus familias.

Dos años después, él mismo cometió el error de mofarse de los soldados y sus familias. En el fondo, uno debe ponerse en la piel de una madre angustiada que recibe un día la peor noticia de su vida: su hijo no murió en vano. No murió en vano en una guerra convencional contra un agresor convencional, pero ¿en Irak? Esa madre tal vez no supo de su existencia hasta la primera Guerra del Golfo, en 1991, y tal vez tampoco supo de las fechorías de Saddam Hussein hasta la voladura de las Torres Gemelas. Ni supo, seguramente, de su conexión inexistente con Osama ben Laden ni qué peligro entrañaban sus delirios nucleares.

En sus primeros años en la Casa Blanca, Bill Clinton elevaba una ley al Senado y se convertía en un chiste; Hillary Clinton contaba un chiste y se convertía en una ley. Era, entonces, una broma usual. En la década siguiente, Bush no deja de ufanarse de la victoria en Irak mientras la suma de todos los muertos desde marzo de 2003, entre soldados norteamericanos y aliados, se acerca a las víctimas de los atentados del 11 de septiembre de 2001: 3000.

Kurdos y chiítas notaron el cambio después de haber padecido el yugo de la tiranía sunnita: tuvieron, por primera vez, libertad para expresarse y, a pesar de las intimidaciones, libertad para votar. ¿Es un consuelo para la madre de aquel que no murió en vano?

El entusiasmo inicial se derrumbó como la estatua de Hussein. En Irak no mejoraron los servicios básicos, como el suministro de agua, electricidad y combustible, ni creció la economía. El miedo a la policía gubernamental se trasladó a las bandas que cometen crímenes en nombre de Al-Qaeda o que aprovechan el caos de la guerra civil para hacer baza en enclaves determinados.

Sustituir la tiranía por la anarquía es limitarse a pasar de un círculo del infierno a otro, según el historiador británico Timothy Garton Ash. Suscribo. En 2004, mientras Kerry criticaba la parodia de Bush sobre las armas de destrucción masiva, la plataforma electoral demócrata no se diferenciaba en absoluto de la republicana.

Ni una ni la otra esbozaban una estrategia de salida de Irak. ¿Qué madre cuyo hijo no murió en vano entiende que, en realidad, cometió el error de no haber insistido en que se formara en la universidad si quería seguir con vida?

Después de más de tres años de múltiples matanzas y diversos horrores, el Capitolio, en el cual conviven republicanos y demócratas, procuró atenuar el desencanto popular con la promesa de una sustitución gradual, en 12 o 18 meses, de los 140.000 soldados enviados a Irak. Sustitución no implica retiro, sino reducción. Retiro implicaría, señora, que su hijo murió en vano. Sustitución implica mantener la premisa de la invasión: un gobierno dependiente de los Estados Unidos en una región rica en petróleo y atestada de amigos poco fiables, como Arabia Saudita, y de enemigos que, como Irán y Hezbollah con el respaldo de Siria, gastan sus propias bromas con misiles y amenazas.

En el discurso del método y otras obras de descarte, Kerry falló. Demócratas y republicanos se ven a sí mismos en una encrucijada si de Irak se trata: la permanencia favorece el reclutamiento de nuevos terroristas tanto en ese país como en otros; el retiro favorece el recrudecimiento de la guerra civil.

En Irak, los fanáticos hallaron una excusa. La gran excusa. Los espías norteamericanos, en su valoración nacional, concluyeron que la mayoría de los atentados posteriores a la invasión, incluidos Madrid y Londres, tuvo como excusa el repudio a la guerra y la ocupación. El régimen talibán, supuestamente derrotado en Afganistán, usa como excusa de futuras represalias contra medios de transporte, a la usanza de Mahoma, la permanencia de las tropas norteamericanas y, también, la construcción de bases militares, cuatro al menos, que no sugieren retiro alguno.

En Irak, a su vez, la milicia del Ejército Mahdi, comandada por el clérigo chiíta Moktada al-Sadr, controla un bloque de gran predicamento político en el Parlamento y no deja de complicar los planes de las tropas extranjeras después de los combates sangrientos que entabló en 2004, por más que las tropas de la coalición hayan sido su virtual reaseguro contra los sunnitas depuestos, reagrupados en la Brigada Omar y otras facciones. Los ataques con cohetes y morteros se centran en la zona verde de Bagdad, la más protegida.

En ese rompecabezas, la madre cuyo hijo no murió en vano entendió, gracias a Kerry, que pudo haber evitado la peor noticia de su vida. Que su hijo debió «aprovechar al máximo los estudios, estudiar bien, hacer los deberes, hacer un esfuerzo para ser listo y desenvolverse bien”, de modo de no “acabar  empantanado en Irak». También entendió, gracias a Bush, que las armas de destrucción masiva eran una broma, así como los nexos de Hussein con Ben Laden.

En las clases de oratoria, el humor, más caro a los norteamericanos que a los europeos y los latinoamericanos, depende de asunto en cuestión. Kerry, patricio de Boston, siguió a pies juntillas las indicaciones del manual, pero no reparó en el impacto que iba a tener su chiste ni sus secuelas en elecciones que se perfilan como un referéndum de la presidencia de Bush y de sus neoconservadores a dos años de su última parodia.



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