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Política

Siempre fuimos compañeros

El arribo del nuevo embajador norteamericano en la Argentina coincidió con un giro conciliador en el discurso de Kirchner En vísperas de la guerra contra Irak, George W. Bush creó un club de reacios a cooperar y, por ello, debió hacerse cargo de los platos rotos. A diferencia de él, en 1991, su padre había armado una coalición compacta antes de ordenar el envío de tropas. Apeló al poder blanco (soft power), estrategia de seducción que, según el léxico de Joseph Nye, profesor distinguido de la Universidad de Harvard, viene a ser el reverso del poder duro (hard power), basado en el poderío económico y militar o, en última instancia, en el uso de la fuerza. Apeló, entonces, al poder blando en beneficio del poder duro. Los gobiernos (el argentino, entre ellos) evaluaron el rédito de su eventual participación en la guerra. Decidieron sobre ese supuesto, no en respuesta a una cruzada excluyente: están con nosotros o están contra nosotros. Con su discurso, más allá del impacto emocional de la voladura de las Torres Gemelas, (leer más)

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Daños colaterales

Los norteamericanos siguen preocupados por el terrorismo, pero ya no confían en los republicanos para el día a día En 2004, a menos de una semana de las elecciones presidenciales, de la nada apareció Osama ben Laden: se atribuyó la autoría de los atentados del 11 de septiembre de 2001, amenazó a los norteamericanos con nuevos infiernos y, con ello, facilitó los planes de Karl Rove para apuntalar la reelección de George W. Bush, cómodo en su papel de presidente de la guerra. En 2006, un par de días antes de las legislativas, un tribunal de Irak condenó a la horca a Saddam Hussein por crímenes de lesa humanidad cometidos durante su oscuro régimen; la coincidencia no obró esta vez en beneficio de los republicanos, pasajeros de un tobogán aceitado por sus errores. O por sus obsesiones. En apenas dos años, la percepción de los norteamericanos cambió en forma drástica: aquellos que entendían en 2004 que los Estados Unidos estaban en guerra y desconfiaban de los demócratas, más divididos y radicalizados que de costumbre, concluyeron (leer más)

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El discurso del método y otras obras de descarte

En vísperas de los últimos comicios de la era Bush, Kerry debió explicar un chiste sobre Irak que perjudica a los demócratas En general, las clases de oratoria no varían. En los Estados Unidos y en Europa, así como en América latina, uno aprende que debe erguir los hombros, mostrar las manos, no fijar la vista en nadie en especial ni hablar de espaldas si señala una pizarra, dar énfasis al discurso con gestos y, en lo posible, matizar en algún momento (si es al comienzo, mejor) con una frase ocurrente que haga reír, o espabilar, al público. El senador John Kerry siguió a pies juntillas las indicaciones del manual, pero fracasó en su afán de ser gracioso: contó un chiste sobre Irak por el cual sus correligionarios demócratas a punto estuvieron de extraditarlo. Frente a él, veterano de Vietnam, los estudiantes universitarios de California que asimilaban sus consejos de formarse si no querían ser convocados para la guerra no podían dar crédito a sus palabras. Menos aún la cúpula demócrata, ansiosa de una rectificación (leer más)