Tanta sangre, tantos muertos

Seguramente usted conoce a alguien a quien ya no le guste andar en carretera por las noches. O haya escuchado el relato de quien ha dejado de ir a “x” o “y” lugar por el peligro que representa la zona. O sepa de familiares o amigos que modifican su destino para descansar. O quienes han dejado de ver a su familia porque ellos mismos prefieren no poner en riesgo a quien desea visitarlos




Lo peor: la naturalización de la violencia
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Por Yuriria Sierra | Excelsior

Hace unos meses unos amigos vacacionaron en Ixtapa. Rentaron un Airbnb. La casa, muy bien, aunque retirada del centro turístico, cómoda y con las amenidades prometidas. Pero me cuentan que por la noche era peligroso salir. Las calles vacías. Cuando tuvieron el arrojo de ir a un bar notaron la nutrida presencia policiaca. Un operativo que en segundos mudó a balacera. En otro episodio, aquí en la CDMX, hace un par de semanas, durante una cena en casa de unos amigos, que se prolongó hasta pasada la medianoche, de pronto, entre las risas, escuchamos una detonación, un estruendo. Un disparo, coincidimos todos. El portero del edificio no supo qué había ocurrido, pero también escuchó y dijo: “fue un balazo”. Estábamos en la zona poniente de la ciudad. Me gustaría decir que fue la primera vez que escuchaba algo así en una zona residencial, pero no. Y tampoco soy la única que ha experimentado esto. No en la ciudad y mucho menos en el país.

Seguramente usted conoce a alguien a quien ya no le guste andar en carretera por las noches. O haya escuchado el relato de quien ha dejado de ir a “x” o “y” lugar por el peligro que representa la zona. O sepa de familiares o amigos que modifican su destino para descansar. O quienes han dejado de ver a su familia porque ellos mismos prefieren no poner en riesgo a quien desea visitarlos.

No es justo. Pero tampoco nuestra responsabilidad. Los culpables de este miedo no son demonios mentales. Son estos otros que se forman de la inacción de las autoridades y el alcance que hoy tiene la violencia de los grupos del crimen organizado y el cruce de aquellos que cometen delitos del fuero común. A la inseguridad provocada por los asaltos y secuestros, se le suma el terror que provocan los crímenes que son capaces de cometer por una plaza o un ajuste de cuentas.

Así fue el cierre de la emisión de Imagen Noticias de ayer: “En las últimas 24 horas, al menos 26 personas han sido asesinadas en el país: en Oaxaca, siete; Veracruz, cuatro; Guerrero, tres; Nayarit, tres; Sinaloa, tres; Michoacán, dos; Jalisco, dos; Morelos, uno; Guanajuato…”. Es doloroso leerlo, tanto como decirlo. El hueco en el estómago sigue presente, no nos hemos acostumbrado a esto. Y no ha sucedido, a pesar de que cifras como ésta se han vuelto cada vez más recurrentes.

El último fin de semana de enero contamos 25 asesinatos. Nueve de ellos en San Nicolás de los Garza, Nuevo León. Esto, mientras su gobernador está en licencia para ir en busca de su registro como candidato independiente. Otros nueve murieron en Ciudad Juárez. Otros cuatro en Tamaulipas, donde en las últimas tres semanas, los bloqueos y enfrentamientos entre autoridades y criminales han tenido en vilo a los habitantes de ciudades como Reynosa.

Nota completa: Tanta sangre, tantos muertos



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