Dialogando con un sobreviviente de la bomba atómica

Como el Ave Fénix, la ciudad de Hiroshima pasó de ser destruida hasta sus propias bases a renacer de sus cenizas




El autor con Sadao Yamamoto: tenía 14 años cuando lanzaron la bomba
Getting your Trinity Audio player ready...

Por Marcos Gonzalez Gava

En enero y febrero de este año, ReporteAsia fue invitada a recorrer Japón por la Embajada de ese país en Argentina, con el objetivo de entrevistar a diferentes funcionarios gubernamentales y recorrer zonas icónicas de su geografía. Uno de los lugares que más impacto nos generó, sin lugar a dudas, fue Hiroshima, donde un día como hoy, pero hace 79 años, la fuerza aérea de Estados Unidos arrojaba la bomba “Little Boy”, con cuya detonación se anunciaba el fin de la Segunda Guerra Mundial. Tres días después caería sobre Nagasaki “Fat Boy”, la segunda bomba atómica en estallar sobre territorio nipón, que marcaría la rendición total del emperador Hirohito.

Llegamos a Hiroshima desde Tokio, en un viaje en Shinkansen, tren de alta velocidad, que recorrió 1200 kilómetros en 4 horas. El periplo, que atraviesa gran parte del territorio de la isla principal de Japón, Honshu, permite ver una cantidad de geografías y climas: pueden divisarse desde el Monte Fuji a grandes espejos de agua, lo mismo que cordones montañosos en la región de Nagoya, donde están ubicados los llamados “Alpes Japoneses”, a paisajes marítimos, como sucede en Hiroshima, zona portuaria e industrial de gran importancia en la región Sur, donde se originó la famosísima automotriz Mazda.

Al arribar a nuestro destino, nos encontramos con una estación de trenes nueva, moderna, atiborrada de pasajeros que se mueven en el hall entre cafés, restaurantes y zonas de esparcimiento. Aunque hay mucha gente, la diferencia con Tokio es abismal: puede percibirse fácilmente que se trata de un lugar más pequeño, con más presencia de la naturaleza, con más calma. Y es que mientras que la capital nipona suma más de 8 millones de habitantes, Hiroshima apenas tiene más de 1 millón.

Caminar por Hiroshima es esperanzador. Como el Ave Fénix, esta ciudad pasó de ser destruida hasta sus propias bases a renacer de sus cenizas. Recorrimos sus calles en invierno: se trata de una ciudad hermosa, ubicada sobre un delta, elegante, cuyas calles son recorridas por varias líneas de tranvías, y que reúne una amplia población internacional. Lo era también al momento de la explosión de la bomba: las imágenes históricas que se pueden ver al ingresar al Museo de la Paz lo reflejan: se trataba de un lugar pintoresco, desarrollado, con muchos puentes, donde ya corrían tranvías, y donde, en su mayoría, residían ciudadanos civiles, niños, personas de edad avanzada y ciudadanos extranjeros, muchos de ellos estudiantes de la Universidad de Hiroshima.

El Museo Memorial de la Paz de Hiroshima -fundado en 1955, construido por el famoso arquitecto nipón Kenzō Tange, ganador del Premio Pritzker en 1987-, está ubicado en unos de los extremos del Parque Memorial de la Paz, una extensa zona de jardines donde el visitante se encuentra rodeado por el silencio de la naturaleza y por las infinitas preguntas que se hace sobre todo lo que sucedió en ese lugar. Se trata del hipocentro mismo de la detonación: allí hace décadas cayó una bomba atómica, es imposible pensarlo, es extraño verse a uno mismo en ese exacto lugar, mirando alrededor, buscando entender lo que habrá sido ese momento, esa mañana del 6 de agosto, cuando luego de la explosión la temperatura del ambiente alcanzó más de 5.000 grados centígrados. 

Llegamos a Hiroshima desde Tokio, en un viaje en Shinkansen, tren de alta velocidad, que recorrió 1200 kilómetros en 4 horas

El recorrido por la exhibición principal del Museo es desgarrador, no apto para personas sensibles. En un lapso de 30 minutos el visitante se encuentra ante una cantidad de imágenes difíciles de digerir, que muestran de forma explícita la destrucción que la bomba generó: sí llegó a derretir metal, imagínense el efecto que tuvo sobre los seres vivos. Así también, se pueden conocer las historias de vida de muchas de las víctimas y también de los sobrevivientes (llamados ​​“Hibakusha”), cuyas vidas quedaron atravesadas por este suceso atroz, que les generó dolor y padecimiento. Se calcula que, como resultado de la bomba de Hiroshima, más de 120 mil personas perecieron en la zona de hipocentro y alrededores, aunque el total de víctimas es mucho mayor si consideramos las enfermedades producto de la radiación que acompañaron a miles durante décadas.   

Los visitantes salen del Museo hacia los jardines que lo rodean en busca de aire, acongojados, sensibilizados, esperando poder asimilar toda esa tristeza y sufrimiento. Uno tiene la certeza de que la población de Hiroshima no esperaba una detonación nuclear: acostumbrada a los bombardeos convencionales que Estados Unidos venía realizando, se preparaba en la jornada del 6 de agosto, cuando las sirenas antiaéreas comenzaron a sonar, para recibir un ataque típico, como los que el territorio japonés venía recibiendo. De hecho, entre el 25 y el 28 de julio de 1945 la fuerza aérea norteamericana había llevado adelante un gigantesco bombardeo que destruyó la ciudad de Kure, al sur de la prefectura de Hiroshima, donde desde su fundación, en 1903, tenía sede la Armada imperial nipona.

Pero nada hacía pensar a la población de Hiroshima que estaba por ser la primera víctima en la historia de la humanidad de un ataque nuclear, con un artefacto que había sido desarrollado dentro del proyecto Manhattan por el físico Robert Oppenheimer, como queda plasmado en el film que este año ganó el Oscar a mejor película, que por otra parte fue exhibido en Japón meses después de su estreno, generando controversias por su mirada occidental del asunto).  

Caminar por Hiroshima es esperanzador. Como el Ave Fénix, está ciudad pasó de ser destruida hasta sus propias bases, a renacer de sus cenizas

Durante nuestro recorrido por el Museo tuvimos la gran suerte de poder dialogar con un sobreviviente de la explosión atómica, Sadao Yamamoto. Nacido en 1931, tenía 14 años cuando se lanzó la bomba. Con el tiempo, este ingeniero se destacaría como músico, a través de la dirección del coro masculino Ishibumi, y se convertiría en un defensor de la abolición de las armas nucleares.

Yamamoto habla en japonés, con la asistencia de una traductora. Hoy tiene 94 años, su voz es débil, habla de manera veloz, buscando contar todo lo que puede en cada intervención.  Desde hace varias décadas, este Hibakusha está dedicado a ofrecer este tipo de presentaciones para generar conciencia en las nuevas generaciones sobre lo sucedido aquel 6 de agosto fatídico, y es realmente un privilegio poder escucharlo, considerando que quedan muy pocos sobrevivientes.

Como nos contó al inicio de la charla, él se encontraba trabajando aproximadamente a 2,5 kilómetros del hipocentro cuando explotó la bomba, recogiendo batatas. Esto evitó que siguiera la trágica suerte de cientos de sus compañeros de la Escuela Media de Hiroshima, ubicada en plena ciudad. Como todos los niños de aquella época, Yamamoto alternaba la escuela con el trabajo para derrumbar las ruinas de edificios bombardeados o para involucrarse en la producción de alimentos.

El recorrido por la exhibición principal del Museo es desgarrador

El destino hizo que esa mañana se alejara de la ciudad junto a un grupo de estudiantes, desde donde igualmente pudo atestiguar la detonación de Little Boy, con lujos de detalles: inmediatamente después de la explosión, vio una monstruosa llama que creció cientos de metros hacia el cielo, mientras que una bola de fuego de 400 metros se expandía sobre la superficie. El ruido de la explosión fue ensordecedor, la tierra tembló y el cielo se llenó de un color rosado. Y aunque se encontraba relativamente lejos, al llegar a su posición la onda expansiva lo derribó, provocándole quemaduras en parte de su rostro.

Siguiendo su relato, Yamamoto comenta que una vez recuperado del estruendo, se dirigió al santuario Onaga Tenmangu para recibir primeros auxilios, y luego se dirigió a la ciudad a buscar a su familia, donde se encontró con imágenes dantescas, indescriptibles, entre la destrucción de la ciudad y las situaciones descarnadas que se vivían en las calles, donde los sobrevivientes, quemados, sin piel, mutilados, buscaban ayuda en forma desesperada, entre miles de cadáveres esparcidos por doquier, muchos de ellos flotando en el río Motoyasu, al que muchos ingresaban buscando agua.

El relato de Yamamoto finaliza con un mensaje por la Paz y por la abolición de las armas nucleares, dos causas por las que viene luchando desde su lugar como ​​”Hibakusha”. Nos despedimos con un nudo en la garganta: conocer su historia de vida fue impactante, un momento desgarrador.

Caminamos por los alrededores del Museo reflexionando sobre todo lo visto y escuchado, buscando entender si la humanidad aprendió o no una lección de lo sucedido en Hiroshima. Pero por el contexto global que estamos viviendo, marcado por conflictos bélicos, la situación no parece favorable. En estos mismos momentos, como explica el profesor Nobumasa Akiyama, a quien entrevistamos en Tokio, Japón no descarta ser invadida o atacada con armas nucleares. La tensión que genera Corea del Norte, que lanza en forma constante misiles capaces de transportar ojivas nucleares, representa una hipótesis de conflicto taxativo, tanto para el archipiélago nipón como para Corea del Sur. Asimismo, el creciente arsenal nuclear de China, que ostenta 500 cabezas nucleares y espera llegar a las 1500 para 2035, también significa una fuente de temor concreta. A esto debe sumarse las tensiones -que por temas territoriales- existen entre el gigante asiático y el país del sol naciente. Rusia suma todavía más desorden a la región, tanto por su propia capacidad nuclear como por la asistencia que le brinda a norcorea en este sector.       

Se calcula que, como resultado de la bomba de Hiroshima, más de 120 mil personas perecieron en la zona de hipocentro y alrededores

Pero no importa que tan negativo se vea el horizonte, al igual que Sadao Yamamoto, Japón es inclaudicable en sus reivindicaciones por la desnuclearización y la paz, no importa el gobierno que esté a cargo del Ejecutivo.

De hecho, hace exactamente un año, cuando la cumbre del G7 se realizó en Hiroshima, preocupados por el empeoramiento del entorno de seguridad internacional, los líderes de las potencias más importantes del mundo aprobaron un plan de acción presentado primer ministro Fumio Kishida para impulsar un mundo libre de armas nucleares. El llamado “Hiroshima Action Plan” se basa en cinco pilares: continuar con la no utilización de armas nucleares; mejorar la transparencia de las capacidades nucleares; mantener la tendencia decreciente del arsenal nuclear mundial; asegurar la no proliferación nuclear y promover el uso pacífico de la energía nuclear; y alentar a los líderes internacionales y a otros a visitar Hiroshima y Nagasaki.

Pero la situación es compleja y las buenas intenciones no logran mejorar el escenario, porque, además de Corea del Norte, en los años que lleva la guerra entre Rusia y Ucrania, Vladimir Putin ha amenazado a sus enemigos en reiteradas ocasiones con el uso de armas nucleares. Irán también representa una amenaza nuclear en Medio Oriente. Y ningún especialista descarta, por más improbable que parezca, que un conflicto nuclear tenga lugar en lo próximo, dado el marco de conflictividad generalizada en el que nos encontramos

Nada hacía pensar a la población de Hiroshima que estaba por ser la primera víctima en la historia de la humanidad de un ataque nuclear

La tarde empezaba a terminar en Hiroshima, dando lugar a la oscuridad nocturna que el cielo nublado apuraba. Dando los últimos paseos por los alrededores, recorrimos varios de los monumentos que se encuentran emplazados en el lugar, como la llama que arde sin pausa en el cenotafio del Parque Memorial, en representación de la paz duradera, hasta llegar al famoso Domo de Genbaku, tal vez una de las imágenes más representativas del bombardeo de Hiroshima.

Este edificio, que funcionaba como un centro de exposiciones, fue el único que quedó en pie luego de la explosión. Las actuales ruinas de dicha construcción están inscritas en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Su cúpula, cuya estructura quedó milagrosamente en pie, representa cabalmente la fortaleza del pueblo japonés, su capacidad para sostenerse ante la adversidad, su resiliencia. Pero el estado calamitoso de sus paredes refleja, como la piel y el cuerpo de cientos de miles de víctimas, el dolor y el sufrimiento que le tocó padecer por la radiación.

La noche se va imponiendo en Hiroshima: unos potentes reflectores iluminan el Domo, alrededor todo luce vivaz, dinámico, a lo lejos se pueden ver las montañas que rodean la ciudad. De pronto, Hiroshima parece una ciudad más de Japón, moderna, pujante, y por un instante, se hace difícil pensar que allí mismo, una vez, una mañana de un 6 de agosto se vivió un verdadero infierno en la tierra.

Publicado originalmente en ReporteAsia



Be the first to comment

Enlaces y comentarios

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.