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En una reunión privada con recaudadores de campaña, Mitt Romney evaluó en silencio las encuestas entre los latinos radicados en los Estados Unidos, alzó la vista y concluyó con amargura: “Auguran una fatalidad para nosotros”. El magro 27 por ciento de apoyo contrasta con el 61 por ciento para Barack Obama, con mayor adhesión en esa comunidad que entre los norteamericanos en general. Si de visión negativa se trata, un 35 por ciento de ellos promete votar contra el candidato republicano y un 23 por ciento rechaza la relección del presidente. En promedio, aunque haya habido más deportaciones en estos años que en los anteriores, el voto latino se inclina hacia los demócratas.
Poco hizo Romney para ganarse a ese segmento del electorado, más activo e influyente que otros. En los últimos años, la tasa de nacimientos en familias latinas ha cuadruplicado el promedio general. Los republicanos lanzaron el Hispanic Steering Committee con el hechizante lema en castellano “Juntos con Romney”. Proclaman como los demócratas su dudoso interés en la integración, pero ponen el acento en los errores económicos del gobierno. Obama y los suyos procuran recordar que su rival republicano vio con buenos ojos la polémica ley de Arizona que faculta a la policía para determinar el estatus migratorio de la gente y restringe los servicios estatales para los indocumentados.
Créase o no, uno de cada seis norteamericanos es latino. Esa apetecible porción, que incluye a aquellos con padres o ancestros hispanohablantes, alcanzó los 50 millones en 2010 y, según las proyecciones, será la tercera parte de la población en 2050. Muchos de ellos han nacido en el país, pero sus mayores siguen siendo indocumentados. Una forma de regularizar su situación es la Dream Act (Ley de Fomento para el Progreso, Alivio y Educación para Menores Extranjeros), impulsada por los demócratas en el Capitolio. Puede aliviar la angustia de más 12 millones de personas que viven en forma irregular en los Estados Unidos.
No way, Josei!, replicaron los republicanos después de su arrolladora victoria en las elecciones de medio término de 2010 con la efervescente colaboración del Tea Party. Algunos sugirieron sin más trámites desde deportaciones masivas y arrestos inmediatos hasta vallas electrificadas en la frontera con México. Romney estuvo cerca de esos extremos: juró vetar la Drean Act, de ser aprobada, y aplicar leyes tan duras contra los indocumentados que preferirán “autodeportarse”. No quiso emular a George W. Bush con un término tan rebuscado, sino mostrar dureza para aleccionar al ala conservadora de su partido. Es la que no entiende ahora qué cuernos significa en castellano “Juntos con Romney”.
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