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Política

África mía

La decencia política exaltada por Obama tropieza con una realidad estremecedora En 1989, la casi ignota República Togolesa tenía la única comisión gubernamental de derechos humanos de África. En 2000 llegaron a ser más de 20. Eran puras pantallas: no protegían a la gente; encubrían los abusos y los crímenes ordenados por las autoridades. Esas oficinas nacían camufladas con la venia y la financiación de las Naciones Unidas y, después, quedaban a merced de los gobiernos. Sólo las instaladas en Sudáfrica, Uganda y Ghana, entre más de 50, trabajaban con cierta eficacia y relativa independencia, según Human Rights Watch. En el reino de Tarzán, las atrocidades aceitan la corrupción y, a su vez, la corrupción legitima las atrocidades. El presidente de facto de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, y su hijo homónimo, alias “Teodorín”, gastaron varios millones de dólares en propiedades en los Estados Unidos, según una comisión investigadora del Senado norteamericano; la mayor parte de la población del país, rico en petróleo, sobrevive con menos de un dólar por día. En el traje de teflón (leer más)

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Política

Yo o el abismo

¿Por qué ciertos presidentes, como Zelaya, tienen tanta necesidad de ser reelegidos? De imprescindibles están llenos algunos cementerios. De imprescindibles, también, están hartos algunos pueblos. ¿Qué presidente no se siente en algún momento, o desde el primer día, superior al resto de los mortales? El exceso de confianza obra en su contra. Lo hace vivir ensimismado. Desde César, dictador perpetuo por decisión propia, la megalomanía afecta al que, como Tales de Mileto, cae en un pozo por mirar las estrellas. Lo rescata «una sirvienta tracia, jocosa y bonita», según Platón; le explica que, por no bajar la cabeza, perdió la noción de lo que estaba «ante su nariz y sus pies». Perdió la noción de la realidad. Los griegos llamaban hybris a la desmesura, al exceso de confianza en uno mismo. El héroe que la sufría comenzaba a comportarse como un dios. Tenía la sensación de poseer dones especiales hasta que, temeroso de engaños y complots, tropezaba con sus errores y caía en un pozo. Les sucede a menudo en América latina a los presidentes (leer más)

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La gran estafa

Con la condena del financista Madoff, cae el telón de una época y una generación  En 2008, la generación que alcanzó la cima después de la Segunda Guerra Mundial empezó a hacer las maletas. Kathleen Casey-Wilkens, nacida en los primeros minutos de 1946 en los Estados Unidos, alcanzó la edad de jubilarse. Señaló, a sus 62 años, el destino inexorable de los baby boomers, responsables de la expansión demográfica y del auge del consumo en más de medio siglo. Con ella, símbolo de la camada de Vietnam, los derechos civiles y la Guerra Fría, concluye el ciclo de la primera oleada de los 78 millones de norteamericanos nacidos entre 1946 y 1964. Concluye el ciclo de Bill Clinton, George W. Bush, Steven Spielberg y Donald Trump. Concluye el ciclo, también, de uno de los grandes estafadores de la historia y de esa generación, por más que haya nacido unos años antes, en 1938: el financista Bernard Madoff, condenado a 150 años de prisión por haber embaucado a un sinfín de incautos en varios miles de (leer más)