África mía
La decencia política exaltada por Obama tropieza con una realidad estremecedora En 1989, la casi ignota República Togolesa tenía la única comisión gubernamental de derechos humanos de África. En 2000 llegaron a ser más de 20. Eran puras pantallas: no protegían a la gente; encubrían los abusos y los crímenes ordenados por las autoridades. Esas oficinas nacían camufladas con la venia y la financiación de las Naciones Unidas y, después, quedaban a merced de los gobiernos. Sólo las instaladas en Sudáfrica, Uganda y Ghana, entre más de 50, trabajaban con cierta eficacia y relativa independencia, según Human Rights Watch. En el reino de Tarzán, las atrocidades aceitan la corrupción y, a su vez, la corrupción legitima las atrocidades. El presidente de facto de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, y su hijo homónimo, alias “Teodorín”, gastaron varios millones de dólares en propiedades en los Estados Unidos, según una comisión investigadora del Senado norteamericano; la mayor parte de la población del país, rico en petróleo, sobrevive con menos de un dólar por día. En el traje de teflón (leer más)