Otro ladrillo en la pared
Todos los caminos conducen a Al-Qaeda, mientras el padre de todos los atentados, Ben Laden, sigue siendo una incógnita Entre el martillo norteamericano y el yunque islámico, la realidad fragua, golpe a golpe, la silueta del nuevo mundo. Menos seguro, como auguró Bush. Más dañino, como convino Blair. Más o menos parecido al conocido antes del fatídico 11 de septiembre. Cada vez más familiarizado, empero, con las paradojas: un general de apellido Sánchez (no Motors), y nombre Ricardo (no Richard), comandante de las tropas de ocupación en Irak, promete mano blanda, o advierte la inutilidad de la mano dura, en coincidencia con el coche bomba que detonó en la embajada de Jordania en Bagdad y, cual broche, con la invasión de gente de a pie, o no tanto, que terminó el trabajo sucio, destrozando los retratos del rey Abdallah II y de su finado padre, Hussein. Tan visceral es el odio entre árabes por haber apoyado al Gran Satán en la segunda Guerra del Golfo, en el caso de Jordania, que ni el refugio concedido (leer más)