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Política

La guerra no implica certezas

Fue una de sus definiciones del ultimátum previo a los bombardeos o, acaso, un aporte más a la confusión general Nunca más vivo el pensamiento de Chamberlain, aquel primer ministro británico que, por confiar en Hitler, contribuyó sin querer al estallido de la Segunda Guerra Mundial: “Para hacer la paz se necesitan al menos dos, mas para hacer la guerra basta uno solo”. Ese solo, Bush, acompañado por Blair y por Aznar en la cumbre previa a los espeluznantes bombardeos contra Bagdad, bastó para redondear su doctrina con tono de ultimátum: “La guerra no implica certezas, con la excepción de la certeza del sacrificio”. Certeza habitual desde los atentados terroristas, obsesivo el discurso de Bush en reflejar miedos en lugar de optimismos. Halloween en lugar de Hollywood, digamos. Por una causa justa al comienzo: el dolor gratuito provocado por un puñado de maniáticos suicidas. Por una causa injusta después: el pánico, también gratuito, esparcido ante la incapacidad abrumadora de los mejores espías del mundo de prevenir la tragedia, primero, y de terminar con Ben Laden, (leer más)

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Solteros contra casados

Mientras Bush no tolera que le lleven la contraria, Chirac insiste en ver el organismo como un parlamento global Nada que envidiarle a Paul O’Neill, el primer secretario del Tesoro del gobierno de George W. Bush, cuando prometía gratuitamente no dilapidar el dinero de los carpinteros y de los plomeros norteamericanos en una causa perdida. Es decir, en la Argentina, mal que nos pesara. Nada que envidiarle o, peor aún, nada que reprocharle a Donald Rumsfeld, el jefe del Pentágono, en su particular, o brutal, cruzada en busca de botas, y de votos, en el Consejo de Seguridad de Organización de las Naciones Unidas (ONU), con tal de aplastar al régimen de Saddam Hussein… “y después veremos”. Nada que envidiarle a O’Neill y nada que reprocharle a Rumsfeld. Intérpretes, desde áreas diferentes, del discurso de Bush. Lapidario, habitualmente. Hostil hacia Washington, desde Texas, y hostil hacia el mundo, desde Washington. No casado con nadie. Ni con sus aliados aparentes, como Tony Blair, reducido a migajas su respaldo a la guerra, por más que pague un (leer más)

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Las vísperas de después

Bush está haciendo todos los méritos para establecer un nuevo orden mundial en el cual el consenso tenga una sola voz Hubo un 11 de septiembre y, por él, una guerra. La hija de la madre de todas las batallas, prima hermana de Afganistán, sobrina segunda de Medio Oriente y nieta no reconocida de Kosovo. De ella tanto se había hablado que, en realidad, era historia antes de ser, o de hacer, historia: las e-bombs (bombas electrónicas) arrasaron Bagdad y alrededores. Chau, Saddam, pues. “El tipo que intentó matar a mi papá”, según Bush, está políticamente muerto y sepultado. Murieron otros, también. Gente de a pie (bueno, iraquíes) sorprendida por las esquirlas de otra guerra, la real, entre el consenso (esa reliquia llamada respeto a las normas internacionales que los Estados Unidos supieron inspirar) y los impulsos (esas patadas contra el tablero que los Estados Unidos supieron reprobar). Como las reacciones destempladas. Que, en definitiva, degradan a los estadistas, poniéndolos a la altura de los demás. Y degradan aquello que parecía, o pretendía ser, determinante: (leer más)

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Irak-contras

El eje pasa por una respuesta política que supere la alternativa militar presentada por Bush como la única vía posible BRUSELAS.– A juzgar por la calle, una guerra contra Irak sería injustificada. No por simpatía con Saddam Hussein, aclaremos, sino por los reparos que despierta la obsesión de George W. Bush y de Tony Blair de deshacerse de él. De ahí, las opiniones: casi el 60 por ciento de los británicos y más del 70 por ciento de los franceses creen que no tendría sentido, por más que sea avalada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y bendecida por el mismísimo Juan Pablo II. Ni los norteamericanos están de acuerdo con ella. El Papa, por cierto, ha procurado frenar los ímpetus bélicos de Bush y de Blair. Así como Jacques Chirac y Gerhard Schröder, más unidos que nunca por la celebración del 40° aniversario de la reconciliación que sellaron Charles De Gaulle y Konrad Adenauer con el Tratado del Elíseo. Tan unidos están el presidente de Francia y el canciller de Alemania que (leer más)

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Memorias del fuego

Nada por aquí, nada por allá, los inspectores de la ONU aún no han hallado en Irak las evidencias que esperaba Bush En guerra contra el mal, Bush dice que se deja guiar por el olfato. O, según admite en la entrevista hecha libro por Bob Woodward, «no me guío por las reglas escritas; me guío por mis instintos». Confía en ellos. Más que en otra cosa, dejándose llevar por los impulsos. Como si viviera al día. Al acecho de un enemigo capaz de herirlo de nuevo. Un fantasma llamado Osama ben Laden que, amenazante desde un agujero remoto, usa por control remoto a Saddam Hussein como virtual doble. Un títere, resaca 1991, en medio de la paranoia global desatada por el terrorismo. En guerra contra sí mismo, Bush ejerce la presidencia como una experiencia religiosa: suele inaugurar con una oración las reuniones de gabinete. Sus miembros, a su vez, dedican tiempo libre a la lectura de la Biblia mientras él, según David Frum, ex redactor de algunos de sus discursos, «cada día se levanta (leer más)

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Por la izquierda a mano derecha

Entre los vaivenes de la resistencia y la aceptación de algunas pautas ha surgido la réplica al modelo dentro del modelo Todo chévere, salió diciendo Chávez de su reunión con Lula. No tan chévere, chico. El desayuno a punto estuvo de convertirse en la merienda por una demora de casi una hora que alteró la agenda, y los nervios, del nuevo presidente de Brasil mientras otros visitantes, como el primer ministro de Suecia, Goran Persson, y el heredero del trono de España, Felipe de Borbón, procuraban descifrar las causas de la enigmática, y frecuente, impuntualidad latinoamericana. En la sala de espera, como si tuvieran turno con el dentista. El plantón de Chávez en el Palacio de Planalto tuvo un motivo: había estado departiendo hasta las cuatro de la mañana con Fidel Castro, amigo y aliado de la causa. De la causa de ellos, en realidad, cada vez más huérfanos de imitadores, o de seguidores, en una región que no ve en sus gobiernos mejores resultados que en otros de signo opuesto. Diametralmente opuesto, en algunos (leer más)