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Política

Matan a pobres corazones

En una posguerra que no tiene aspecto de tal ha habido 3000 bajas de civiles iraquíes, tres veces más que las norteamericanas Sorprendido por un ataque contra una comisaría de Najaf, en agosto, el primer ministro de Irak, Iyad Allawi, pidió ayuda a George W. Bush. Las tropas norteamericanas respondieron de inmediato con bombardeos, desplazamientos de tanques y asaltos de infantería en un cementerio en el cual, entre tumbas y catacumbas, habían hallado refugio las milicias radicales chiítas. ¿Eran ellas? En medio del fuego cruzado, Allawi declaró que el clérigo Moqtada al-Sadr, líder de la insurgencia, no era el responsable, en realidad, sino presuntos delincuentes liberados por Saddam Hussein. E invitó a participar de las elecciones de enero a su enemigo aparente. Insinuó, a su vez, que el gobierno de Irán estaba detrás del ataque, instituyó la pena de muerte, expulsó del país al corresponsal del canal de televisión qatarí Al-Jazeera y, cual broche, convalidó la orden de arresto que uno de sus jueces había dictado contra su primo y rival político, Ahmed Chalabi, antes (leer más)

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El mismo afán, la misma furia

A raíz de la masacre de Beslan, Putin prometió aplicar la fórmula de Bush que rechazó antes de la guerra contra Irak En la Convención Republicana, George W. Bush se mofó de sí mismo. De sus furcios frecuentes, en realidad, recopilados en hilarantes antologías llamadas «bushismos». Entre ellos, uno, quizá, defina como ningún otro la dinámica de acción y reacción de su gobierno. Debía hallar una fórmula eficaz para evitar los incendios forestales; la halló de inmediato: talar los bosques. Provocó asombro, pero, por tratarse de quien se trataba, se ganó un lugar de privilegio en la agenda. Terminaron desechándola, desde luego. Otras ocurrencias de Bush no han corrido la misma suerte. Debía hallar una fórmula eficaz para evitar los atentados en los Estados Unidos; la halló de inmediato: ir por los terroristas donde fuere, vulnerando soberanías nacionales y reglas internacionales. Provocó iras, pero, por tratarse de quien se trataba, se ganó un lugar de privilegio en la agenda. Terminaron desechándola muchos. Entre otros, Vladimir Putin, renuente a convalidar la guerra contra Irak en el (leer más)

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Estamos mal, pero vamos bien

El presidente de la guerra, como se define a sí mismo Bush, reforzó en la convención republicana el legado de Clinton En medio del acalorado debate previo a la invasión de Irak en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, George W. Bush tenía clara la premisa que redondeó el jueves en su discurso de cierre de la convención republicana: “Estamos a la ofensiva, golpeando a los terroristas en el exterior, para no tener que afrontarlos aquí, en casa”. La casa, más allá del 11 de septiembre, está en orden. Sobre todo, por el mensaje de fondo: la continuidad de la política agresiva, en un contexto dominado por la violencia, garantiza aquello que Bill Clinton legó como prioridad. ¿De qué se trata? No de la economía, estúpido, como machacaba en su primera campaña electoral, sino de un mundo moldeado, o forjado a golpes, a imagen y semejanza de los Estados Unidos ante la insoportable levedad del imperio. Una red, digo, por si alguna vez Washington corre la suerte de Roma. La tejió Clinton, pero, (leer más)