
Matar a un elefante
De nada valdrá la intervención de la ONU en Myanmar, ex Birmania, si China no cambia de actitud frente al régimen Promediaba la década del veinte. Eric Arthur Blair era un oficial de subdivisión de la policía de Moulmein, allá lejos, en la baja Birmania, antigua colonia británica. Tronó el teléfono, temprano. Tanteó el auricular: “¡Un elefante está devastando la feria!”, reconoció en el grito la voz de un subinspector birmano. Los elefantes eran empleados para desplazar troncos de teca. Siempre existía el riesgo de que alguno se descarriara y provocara destrozos. Algo usual para un nativo, no para un blanco como él. Montó en el caballo con su Winchester 44, rifle demasiado pequeño para vérselas con un animal tan grande. Iba decidido, no obstante ello, a imponer la ley y restablecer el orden. La mañana era húmeda y sofocante, como toda mañana de la estación de lluvias. En el camino, interrumpido por birmanos alterados, Blair se enteraba de las fechorías cometidas por el elefante: había hecho añicos una choza de bambú, había matado a (leer más)