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Política

Rutas palestinas

La violencia desatada en los países árabes llevó a Bush a advertir que la guerra contra el terrorismo continúa Indicios, o sospechas, había. Colin Powell, empero, decidió seguir viaje. O la hoja de ruta, otro ensayo de paz para Medio Oriente. En Riad, Arabia Saudita, estallaron las bombas. No de estruendo. Ni de bienvenida. De terror: en el filo entre el lunes y el martes dejó huella Al-Qaeda de su supervivencia a los bombardeos en Afganistán. Siete muertos, sobre un saldo lamentable de más de 30 en tres atentados simultáneos contra barrios residenciales, eran norteamericanos. Otros 40 muertos, o más, iban a cobrar, cuatro días después, ataques simultáneos de igual estofa contra blancos occidentales en Casablanca, Marruecos, firme aliado de la coalición que derrocó a Saddam. Entre los escombros quedaban los mensajes. O las advertencias: rechazo a la guerra, y la posguerra, en Irak; oposición a la política de doble rasero (de contentar a unos y otros) de la casa real saudita, en particular, y de los gobiernos árabes, en general, y reivindicación de la (leer más)

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Política

El porvenir de mi pasado

Bush no disimula su disposición con los que apoyaron a la coalición y su malestar con los que reprobaron la guerra En ese momento, dramático, la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, recordó que los hombres del viejo Bush habían resuelto con excesiva rapidez la guerra de 1991. Entre ellos, el vicepresidente Dick Cheney, entonces secretario de Defensa, y el secretario de Estado, Colin Powell, entonces jefe del Estado Mayor Conjunto, empeñados en cumplir con la resolución de las Naciones Unidas: expulsar a las tropas iraquíes de Kuwait. Y ya. Sobre todo, en vísperas de elecciones. Nada de ir detrás de un ejército destrozado ni de destrozar a un gobierno extranjero. Que, según los partes de inteligencia, iba a caer por su propio peso. Como Galtieri después de Malvinas, llegaron a pensar. El primer Bush no resultó reelegido en 1992, empero. Y el rais, con sus cuatro dobles y sus siete vidas, superó los dos períodos de Clinton. Incluidos 650 bombardeos, y otros tantos misiles, como consecuencia de haber echado a los inspectores de armas (leer más)

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Política

El tiempo ya no está a favor de los pequeños

Powell hizo una distinción poco sutil entre los países de América latina que apoyaron la guerra y los que la rechazaron Alguno que otro espíritu sensible, o nostálgico, habrá advertido la magra mención de la Argentina en el discurso del secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, durante la conferencia anual del Consejo de las Américas. Salvo para referirse a «las dificultades diarias de los argentinos». O para abogar, el día después de las elecciones, por «la esperanza de que el nuevo gobierno, cuando sea elegido e instalado, pueda llevar adelante a esa gran nación». Mensajes de circunstancia, no más. Coincidentes con los buenos augurios para Paraguay, recurrente en elegir, y en reelegir, también en la víspera, al Partido Colorado. Una rutina desde 1947. No entró esta vez la Argentina, o su gobierno, en el reparto de agradecimientos «por su valiente postura en pro de lo que es correcto, lo que es necesario y lo que es justo». Música para oídos menemistas hubiera sido. Lo correcto, lo necesario y lo justo, según Powell, era apoyar a (leer más)

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Sociedad

Relato de un náufrago

La decisión de Duhalde de abstenerse, después de haber condenado a Castro, es otro valioso aporte a la confusión general Tres náufragos habían decidido la suerte de otro náufrago en una isla del Atlántico. La canciller española, Ana Palacio, desgranaba con su par argentino, Carlos Ruckauf, en Nueva York, aspectos de la cumbre entre Bush, Blair y Aznar en las Azores mientras, en Buenos Aires, el embajador británico, Robin Christopher, sondeaba al subsecretario de Política Exterior, Fernando Petrella, sobre el virtual apoyo político del gobierno de Duhalde a la coalición. El fracaso del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas era tan inminente como el comienzo de la guerra. En el revuelo, o aprovechándose de él, otro náufrago, Fidel Castro, decidía la suerte de 75 náufragos (disidentes y defensores de los derechos humanos) en otra isla del Atlántico, imponiéndoles penas de hasta 28 años de prisión por conspirar con el jefe de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, James Cason. Era la guerra dentro de la guerra mientras Bush estaba (leer más)

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Política

Otro día para morir

Con la guerra contra Irak, Bush ha consumado el paradigma de la seguridad preventiva en desmedro del viejo orden Apenas 24 horas después de la voladura de las Torres Gemelas surgió, en el círculo íntimo de Bush, la segunda fase de la réplica. Le atribuyen a Rumsfeld haber planteado: «¿Por qué no vamos por Irak, además de ir por Al-Qaeda?» Tenía cierta lógica: era más fácil concentrarse en una guerra convencional que podían ganar que en otra, no convencional, que debían ganar. Ganaron, finalmente, la guerra que podían ganar. La convencional. La otra, la no convencional, debía esperar. O, como Ben Laden, Saddam, el cielo y el infierno, podía esperar. La persecución del régimen talibán, en Afganistán, iba a ser la primera fase del plan que llamó Bush la causa más noble y la tarea más difícil: superar la maldad. Con ese sesgo religioso, al cual debe su adiós al Jack Daniels y su bienvenida a Cristo en sus tempranos 40, encaró, promediando los 56, la cruzada que procuró no llamar cruzada, así como la (leer más)

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Política

La abuela de todas las batallas

Los países árabes se bambolean entre preservar las buenas relaciones con Bush y, a la vez, oponerse a la guerra Saddam estaba muerto, o andaba de parranda, el primer día. Las tropas anglo-norteamericanas eran recibidas con entusiasmo en las ciudades liberadas del oprobio del tirano (símil imperfecto del Big Brother de Orwell, con sus bigotazos negros y su mirada ladina), el segundo día. Ya caía Bagdad, el tercer día, blanco de misiles teledirigidos (perdón, bombas inteligentes) que, según los estrategos del Pentágono, eran capaces de acertar en el tejado de un cuartel sin provocar víctimas civiles (daños colaterales, digo). Iba a ser una guerra preventiva y, a la vez, quirúrgica o higiénica, como Kosovo. Hasta que, en medio de tanto neologismo, corrió como la pólvora, el cuarto día, el video del canal qatarí Al-Jazeera con los cuerpos despanzurrados de siete soldados norteamericanos y los rostros demudados de otros cinco, prisioneros. Un sudor frío recorrió las cervicales de Bush y de Blair: no tenían previsto que, a diferencia de la primera campaña del Golfo, Saddam tuviera (leer más)

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Política

La guerra no implica certezas

Fue una de sus definiciones del ultimátum previo a los bombardeos o, acaso, un aporte más a la confusión general Nunca más vivo el pensamiento de Chamberlain, aquel primer ministro británico que, por confiar en Hitler, contribuyó sin querer al estallido de la Segunda Guerra Mundial: “Para hacer la paz se necesitan al menos dos, mas para hacer la guerra basta uno solo”. Ese solo, Bush, acompañado por Blair y por Aznar en la cumbre previa a los espeluznantes bombardeos contra Bagdad, bastó para redondear su doctrina con tono de ultimátum: “La guerra no implica certezas, con la excepción de la certeza del sacrificio”. Certeza habitual desde los atentados terroristas, obsesivo el discurso de Bush en reflejar miedos en lugar de optimismos. Halloween en lugar de Hollywood, digamos. Por una causa justa al comienzo: el dolor gratuito provocado por un puñado de maniáticos suicidas. Por una causa injusta después: el pánico, también gratuito, esparcido ante la incapacidad abrumadora de los mejores espías del mundo de prevenir la tragedia, primero, y de terminar con Ben Laden, (leer más)

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Política

Solteros contra casados

Mientras Bush no tolera que le lleven la contraria, Chirac insiste en ver el organismo como un parlamento global Nada que envidiarle a Paul O’Neill, el primer secretario del Tesoro del gobierno de George W. Bush, cuando prometía gratuitamente no dilapidar el dinero de los carpinteros y de los plomeros norteamericanos en una causa perdida. Es decir, en la Argentina, mal que nos pesara. Nada que envidiarle o, peor aún, nada que reprocharle a Donald Rumsfeld, el jefe del Pentágono, en su particular, o brutal, cruzada en busca de botas, y de votos, en el Consejo de Seguridad de Organización de las Naciones Unidas (ONU), con tal de aplastar al régimen de Saddam Hussein… “y después veremos”. Nada que envidiarle a O’Neill y nada que reprocharle a Rumsfeld. Intérpretes, desde áreas diferentes, del discurso de Bush. Lapidario, habitualmente. Hostil hacia Washington, desde Texas, y hostil hacia el mundo, desde Washington. No casado con nadie. Ni con sus aliados aparentes, como Tony Blair, reducido a migajas su respaldo a la guerra, por más que pague un (leer más)

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Política

Las vísperas de después

Bush está haciendo todos los méritos para establecer un nuevo orden mundial en el cual el consenso tenga una sola voz Hubo un 11 de septiembre y, por él, una guerra. La hija de la madre de todas las batallas, prima hermana de Afganistán, sobrina segunda de Medio Oriente y nieta no reconocida de Kosovo. De ella tanto se había hablado que, en realidad, era historia antes de ser, o de hacer, historia: las e-bombs (bombas electrónicas) arrasaron Bagdad y alrededores. Chau, Saddam, pues. “El tipo que intentó matar a mi papá”, según Bush, está políticamente muerto y sepultado. Murieron otros, también. Gente de a pie (bueno, iraquíes) sorprendida por las esquirlas de otra guerra, la real, entre el consenso (esa reliquia llamada respeto a las normas internacionales que los Estados Unidos supieron inspirar) y los impulsos (esas patadas contra el tablero que los Estados Unidos supieron reprobar). Como las reacciones destempladas. Que, en definitiva, degradan a los estadistas, poniéndolos a la altura de los demás. Y degradan aquello que parecía, o pretendía ser, determinante: (leer más)

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Política

Irak-contras

El eje pasa por una respuesta política que supere la alternativa militar presentada por Bush como la única vía posible BRUSELAS.– A juzgar por la calle, una guerra contra Irak sería injustificada. No por simpatía con Saddam Hussein, aclaremos, sino por los reparos que despierta la obsesión de George W. Bush y de Tony Blair de deshacerse de él. De ahí, las opiniones: casi el 60 por ciento de los británicos y más del 70 por ciento de los franceses creen que no tendría sentido, por más que sea avalada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y bendecida por el mismísimo Juan Pablo II. Ni los norteamericanos están de acuerdo con ella. El Papa, por cierto, ha procurado frenar los ímpetus bélicos de Bush y de Blair. Así como Jacques Chirac y Gerhard Schröder, más unidos que nunca por la celebración del 40° aniversario de la reconciliación que sellaron Charles De Gaulle y Konrad Adenauer con el Tratado del Elíseo. Tan unidos están el presidente de Francia y el canciller de Alemania que (leer más)

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Política

Memorias del fuego

Nada por aquí, nada por allá, los inspectores de la ONU aún no han hallado en Irak las evidencias que esperaba Bush En guerra contra el mal, Bush dice que se deja guiar por el olfato. O, según admite en la entrevista hecha libro por Bob Woodward, «no me guío por las reglas escritas; me guío por mis instintos». Confía en ellos. Más que en otra cosa, dejándose llevar por los impulsos. Como si viviera al día. Al acecho de un enemigo capaz de herirlo de nuevo. Un fantasma llamado Osama ben Laden que, amenazante desde un agujero remoto, usa por control remoto a Saddam Hussein como virtual doble. Un títere, resaca 1991, en medio de la paranoia global desatada por el terrorismo. En guerra contra sí mismo, Bush ejerce la presidencia como una experiencia religiosa: suele inaugurar con una oración las reuniones de gabinete. Sus miembros, a su vez, dedican tiempo libre a la lectura de la Biblia mientras él, según David Frum, ex redactor de algunos de sus discursos, «cada día se levanta (leer más)

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Política

Por la izquierda a mano derecha

Entre los vaivenes de la resistencia y la aceptación de algunas pautas ha surgido la réplica al modelo dentro del modelo Todo chévere, salió diciendo Chávez de su reunión con Lula. No tan chévere, chico. El desayuno a punto estuvo de convertirse en la merienda por una demora de casi una hora que alteró la agenda, y los nervios, del nuevo presidente de Brasil mientras otros visitantes, como el primer ministro de Suecia, Goran Persson, y el heredero del trono de España, Felipe de Borbón, procuraban descifrar las causas de la enigmática, y frecuente, impuntualidad latinoamericana. En la sala de espera, como si tuvieran turno con el dentista. El plantón de Chávez en el Palacio de Planalto tuvo un motivo: había estado departiendo hasta las cuatro de la mañana con Fidel Castro, amigo y aliado de la causa. De la causa de ellos, en realidad, cada vez más huérfanos de imitadores, o de seguidores, en una región que no ve en sus gobiernos mejores resultados que en otros de signo opuesto. Diametralmente opuesto, en algunos (leer más)

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Política

Cuesta abajo en la rodada

Pudo con los partidos tradicionales de Venezuela, pero, después, no pudo consigo mismo ni con el yugo de su palabra Tez oscura, sonrisa blanca, Chávez quiso marcar la diferencia desde el comienzo. Sin máscaras, a diferencia de Marcos, ni fusiles, a diferencia de Tirofijo. Con trajes de corte italiano, como el último Fidel, y discursos de tono agresivo, como el primer Fujimori, atribuyendo a factores tan superficiales, y triviales, como su aspecto mestizo y su origen periférico las causas del rechazo de la oposición venezolana. Tan mestizo y periférico, quizá, como Toledo, su posterior par peruano, pero, a diferencia de él, sin formación en Stanford ni entrenamiento en el Banco Mundial, sino en los cuarteles. Vozarrón en cuello, ceño fruncido, ese Chávez, el outsider mediático, con programas de radio y de televisión propios, así como un periódico, era un paracaidista en el balcón de Miraflores. El balcón del pueblo, como supo llamarlo, que, cual nariz, hizo construir Carlos Andrés Pérez para su amante, según él. Un símbolo de la corrupción en América latina, recurrente la (leer más)

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Política

Llueve sobre mojado

Bush amenaza con usar armas nucleares para disuadir al eje del mal, pero permite que circulen misiles norcoreanos Okay, dijo George W. Bush, que los 15 misiles Scud con ojivas nucleares, hechos en Corea del Norte, vayan a Yemen, no más. Que sigan viaje, digamos, después de haber sido interceptados, e incautados, por dos buques de guerra españoles, alertados por el portaaviones USS Nassau, en el mar Arábigo. Iban en un barco mercante sin bandera ni identificación, llamado So San, disimulados en costales de cemento. Que sea la última vez, advirtió el secretario de Estado, Colin Powell. Señor, sí, señor, asintió el presidente de Yemen, Alí Abdalá Saleh, aplicando como fórmula la respuesta usual de los militares norteamericanos mientras, en su fuero íntimo, cantaba las hurras. Y aquí no ha pasado nada, pues. O, en realidad, ha pasado de todo, por más que los misiles sean para defensa propia. No para ser triangulados hacia manos extrañas, como temían los servicios de inteligencia. Atados a la legislación internacional que los Estados, no sólo los Estados Unidos, (leer más)

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Política

Estados unidos contra los Estados Unidos

En la mayoría de los 44 países relevados para un sondeo, la gente mostró antipatía hacia la actitud belicosa de Bush Mejor idea, o peor gusto, no pudo tener: quería llamar a su hijo, recién nacido, Osama ben Laden. Con todas las letras. ¿Qué culpa tenía el bebé? El padre, de origen turco, residente en Alemania, insistió. En vano procuró llegar a las últimas consecuencias, convencido de que el terrorista más buscado del planeta y alrededores era un buen ejemplo para su pueblo y para su cultura. Un gran hombre, decía. Un dechado de virtudes. Como Hitler, replicó la oficina del Registro Civil de Colonia, renuente inscribirlo con un nombre tan provocador. Rara anécdota. Como el fervor, al borde del absurdo, de Mehmet Cengiz, padre primerizo, 30 años, camionero, por una causa tan poco edificante como el terrorismo. O por la causa de un terrorista en especial. Sólo dejó en claro con su anhelo frustrado que no iba a tolerar que, en lugar de Osama ben Laden, como pretendía, su hijo se llamara George ni, (leer más)