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Los correos de las FARC complican a Chávez, pero Uribe prefiere conciliar con él

Alguna vez, las FARC tuvieron un submarino. Lo confiscó el gobierno de Colombia. Apuros financieros, sin embargo, nunca padecieron. Uno de sus cabecillas, Mono Jojoy, administra la fortuna del narcotraficante Jorge Asprilla Perea, condenado en 2007 a 30 años de prisión en los Estados Unidos. De Hugo Chávez recibieron armas y efectivo por valor de 300 millones de dólares. A Muammar Khadafy le pidieron 100 millones de dólares para comprar cohetes tierra-aire.

Pudieron presentar como fiadores a ETA, el IRA, Hezbollah y la mafia rusa o, en su defecto, a Chávez, Rafael Correa, Daniel Ortega y Evo Morales. Con ellos iban a reunirse en Caracas.

Estas revelaciones, o confirmaciones, surgieron de las computadoras portátiles que llevaba consigo el segundo jefe de las FARC, Raúl Reyes, abatido por el ejército colombiano en suelo ecuatoriano. Las divulgó a cuentagotas el director de la policía colombiana, general Oscar Naranjo.

De ser ciertas, ¿cómo pudo Álvaro Uribe amigarse con Chávez y Correa, por más que, con el folklórico apretón de manos en Santo Domingo, haya neutralizado un conflicto a tres bandas que pronosticaba nubarrones de guerra?

De ser ciertas, ¿cómo pudieron los hombres de Tirofijo ser tan torpes e imprudentes para ir alegremente por el monte con la antología de sus fechorías hilvanadas en correos electrónicos?

Sobre las FARC pesan todas las sospechas y algunas más. El vicepresidente de Colombia, Francisco Santos, llegó a decir que procuraban obtener uranio para fabricar una bomba. La bomba, como Mahmoud Ahmadinejad y Kim Jong Il. Si George W. Bush se hubiera enterado, ¿Chávez habría terminado como Saddam Hussein?

En la selva, el difunto Reyes se había reunido con el ministro de Seguridad de Ecuador, Gustavo Larrea, “en adelante, Juan”. ¿Pretendía Correa imitar a Chávez en su desautorizado papel de mediador? Pretendía negociar la liberación del cabo Pablo Moncayo, secuestrado a fines de 1997 por las FARC; por él, su padre, el profesor Gustavo Moncayo, recorrió a pie Colombia y caminó hasta Caracas. Es la versión ecuatoriana de los hechos, desligada de la negada existencia de campamentos de la guerrilla en la frontera con Colombia.

Más inquietante aún resulta ser la presunta ayuda económica de Reyes a la campaña de Correa, en 2006, así como la admisión de los asesinatos de 11 diputados del Valle del Cauca, atribuido al ejército para desprestigiar a Uribe, y de Liliana Gaviria, hermana del ex presidente colombiano César Gaviria, y la autoría del “formidable ataque” contra el club El Nogal, de Bogotá, en el que murieron 36 personas.

De ser ciertas las revelaciones o las confirmaciones, ¿por qué Uribe se echó atrás con la denuncia por patrocinio y financiación de genocidas que iba a radicar contra Chávez en la Corte Penal Internacional de La Haya y por qué terminó mostrándose afable con Correa?

La actitud con su par ecuatoriano es comprensible: el ejército colombiano violó su soberanía para ir detrás de las FARC; la Organización de los Estados Americanos (OEA), más allá de la urgencia por mitigar la crisis, cometió el error de no condenarlo.

La actitud con su par venezolano guarda relación con la presión por la suerte de Ingrid Betancourt. La presión proviene de Nicolas Sarkozy, comprometido desde que asumió en el Elíseo con la causa de la ex candidata presidencial de doble nacionalidad colombiana y francesa. “Hasta donde conozco, esa señora es grosera y provocadora –dejó escrito Reyes–. Como sabe semiología e imagen, lo utiliza para impactar contra nosotros.” Para dar con ella, Uribe necesita a Chávez, convocado con la senadora colombiana Piedad Córdoba para las entregas unilaterales de rehenes. Entre ellas, la del ex senador Luis Eladio Pérez, liberado a fines de febrero después de seis años en cautiverio. El plan, acordado en la Casa de Nariño, voló con él a París.

De Chávez, disculpado por Uribe a pesar de las revelaciones o las confirmaciones sobre sus nexos con las FARC, se ocupó Bush: señaló con nombre y apellido que América latina debe optar entre terroristas y demagogos o presidentes democráticos. Poca autoridad tiene Bush en una región que ignoró durante casi toda su gestión. Apuntó, en realidad, al Capitolio, donde la mayoría demócrata trabó el tratado de libre comercio con Colombia.  Con una popularidad récord del 84 por ciento, Uribe agradeció las palabras de Bush, envió una señal a Sarkozy por medio del ex senador Pérez (el último en ver a Betancourt) y recompuso la relación con Chávez. ¿Quemó esos correos electrónicos, entonces?

Chávez, según ellos, devolvió con creces a las FARC la gentileza de haber sido mimado con 150.000 dólares cuando estaba preso por el conato de golpe militar contra el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez. La devolvió con creces e intereses, incluidos en la campaña por borrar de las FARC todo vestigio terrorista. Frente a las revelaciones o las confirmaciones surgidas de las computadoras portátiles de Reyes, cualquier otro presidente se hubiera refugiado en un submarino. Cualquier otro, no él.



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