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Entre Sharon y Arafat prevalecerá, en principio, aquel que ceda menos mientras prevalece la ola de violencia sin control
Siete días de calma absoluta, o de tregua a plazo fijo, ha insinuado tibiamente Ariel Sharon como eventual paliativo para tender un puente hacia la posibilidad, remota en apariencia, de encarar negociaciones de paz. O algo así. ¿Cuál ha sido la respuesta de Al Fatah, la organización de Yasser Arafat? Más intifada (sublevación palestina). O algo así. ¿Por qué? Porque en la violencia, o algo así, repara la fortaleza frente a un enemigo superior.
Con atentados no convencionales, en el menos convencional de los conflictos armados, que, a su vez, provocan represalias no convencionales. O asesinatos selectivos. Cada vez peores, muerto en la madrugada del viernes, entre otros, el general Ahmed Mefrej, jefe de las Fuerzas Nacionales de Seguridad del sur de la Franja de Gaza. El militar palestino de más alto rango entre los caídos desde la declaración de la intifada, el 28 de septiembre de 2000.
En esos tiempos, vísperas de la victoria de Sharon en Israel y del recuento de boletas por el cual triunfaría George W. Bush en los Estados Unidos, el mundo permanecía invicto de espanto. De Torres Gemelas, terroristas inmolados, ántrax, Al-Qaeda. Y de Osama ben Laden, por más que haya estado detrás de las voladuras de las embajadas norteamericanas en Kenya y en Tanzania, en 1998, y del boquete en el destructor USS Cole en las costas de Yemem, en 2000. El paradigma era otro, digamos.
Un año después de la asunción de Sharon, seis meses después del 11 de septiembre, el mundo ha cambiado. Mucho. Y Bush, con el odioso unilateralismo a ultranza de los comienzos de su mandato, también ha cambiado. Mucho. Sorprendido, como sus compatriotas, por las agresiones en casa, en el corazón del poder económico, después de haber concebido, desde los bombardeos contra Irak hasta los bombardeos contra Kosovo, la guerra a control remoto. Desde el living: en vivo y en directo por CNN.
Tanto ha cambiado Bush, y el mundo, que los Estados Unidos debieron tejer nuevas alianzas. Con Rusia, por ejemplo. Con China, después de estrenar roces por el aterrizaje forzoso del avión espía EP-3 en la isla Hainan. Con Pakistán, por la necesidad imperiosa de surcar su espacio aéreo a la caza de Ben Laden y su banda talibán en Afganistán, después de haber sido aliados de la India.
Medio Oriente, mientras tanto, ha quedado librado a su suerte. Atada, en realidad, a la mediación distante de los Estados Unidos. Que, después de los esfuerzos de Bill Clinton con tal de atenuar la violencia, ha derivado en el mismo mensaje que transmitió a la Argentina desde que mordió el polvo por la crisis económica: no traigan problemas, sino soluciones. Arréglense, muchachos. Como puedan.
La mayoría de los hombres emplea la mitad de su vida en hacer miserable la otra mitad. En promedio, el primer año y medio de la intifada, segunda parte, con más de 1440 muertos (entre ellos, 1100 palestinos), ya cobró más víctimas que el primer año y medio de la intifada, primera parte. Es decir, desde el 9 de septiembre de 1987 hasta los acuerdos de Oslo, en septiembre de 1993.
Bush ha enviado ahora a la región al general retirado Anthony Zinni. Su idea, en momentos en que la violencia roza su fase más cruel, sería reflotar el Informe Mitchell, preparado por una comisión encabezada por el ex senador demócrata de ese apellido que surgió de la cumbre realizada en octubre de 2000 en Charm al Cheik, Egipto. Tenía como misión esclarecer el origen de la intifada, segunda parte: fue aceptado con beneplácito por Arafat y con reservas por Sharon.
Pero partía, cual pecado original, de premisas incumplidas después: la Autoridad Nacional Palestina debía afirmar con claridad, y por medio de acciones concretas, que el terrorismo es inaceptable y condenable, y que estaba dispuesta a impedirlo y castigarlo; Israel debía evitar represalias contra civiles desarmados, cancelar el cierre de los territorios y permitir que sus vecinos, o primos, volvieran a trabajar en el país.
Sharon ha evaluado el alto el fuego propuesto por el director de la CIA, George Tenet, mientras el príncipe Abdullah, heredero de la corona de Arabia Saudita, ha ofrecido el reconocimiento de los pueblos musulmanes, y garantías de seguridad, si Israel se retira de los territorios. Ocupados, en su mayoría, desde 1967.
En Medio Oriente todo se divide por mitades. La mitad de los errores surge de sentir, cuando uno debe pensar, y la otra mitad surge de pensar, cuando uno debe sentir. Media verdad, entonces, significa mentir dos veces en cuanto uno se propone decir la otra mitad. O la verdad a secas.
“Por un oído te escucho hablar de la necesidad de un alto el fuego, pero por el otro oigo un misil que acaba de caer al lado de mi oficina –dijo Arafat al ministro de Relaciones Exteriores de Israel, Shimon Peres, en presencia del enviado especial de la Unión Europea, Miguel Angel Moratinos–. Shimon, me están bombardeando.”
Diálogo engañoso. Media verdad, media mentira. Como los principios de Marwan Barghouti, subalterno de Arafat en Al Fatah: confía en que el incremento de la violencia, o del dolor, obrará en beneficio de las negociaciones de paz con Sharon, rechazando todo tipo de calma, o de tregua, si ambas fracciones en pugna acceden finalmente a hablar en lugar de guerrear.
Una utopía. Sobre todo entre fuerzas dispares. Con sentimientos dispares. En situaciones dispares. Tan dispares que los palestinos sienten, o piensan, que no tienen nada que perder y los israelíes piensan, o sienten, que pueden perderlo todo.
En el juego de las verdades, o de las mentiras, a medias ganamos cero a cero. Si Medio Oriente es una mitad, dónde está la otra mitad. Quizá sea la otra mitad que Bush no ha incluido en su eje del mal. Por más que sepa que el 11 de septiembre, con su secuela de espanto, remite indefectiblemente a la intifada. O algo así.
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