
Provócame otra vez
En un mundo unipolar, todo país en conflicto espera las respuestas que los Estados Unidos se imponen dar En el Paralelo 38 hay un puente de madera. Lo llaman el puente del no retorno. Si uno pone un pie en él, la suerte está echada: te capturan o te matan, según me advirtió un mayor del ejército norteamericano. El puente conduce al país más raro del mundo: Corea del Norte. Es el país de un solo hombre, Kim Jong-Il. Una dictadura de corte stalinista que, arropada por China a pesar de la hambruna de su gente y de las restricciones de sus libertades, sobrevive custodiada, en la frontera con Corea del Sur, por una banda de bromistas y matones con uniformes militares. Son soldados que, a escasos metros de sus pares surcoreanos, cambian de manos los fusiles y, desafiantes bajo gorros de piel, suelen sacarles brillo a los borceguíes con la bandera de los Estados Unidos o golpear con los nudillos las paredes de las casillas en las cuales se reúnen dos veces por día (leer más)