Rompan todo; pago yo




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Legitimado Olmert como primer ministro de Israel, el desafío consiste en neutralizar el poder creciente de Hamas

Si de concesiones dolorosas se trataba, Ariel Sharon consumó en agosto de 2005 una de ellas: la restitución a los palestinos de los territorios ocupados durante la guerra de 1967 en la Franja de Gaza y, en menor proporción, en Cisjordania. Si de concesiones dolorosas se trataba, los israelíes rubricaron el plan de desconexión, aprobado por el Knesset (parlamento), con la ratificación de Ehud Olmert al frente de una coalición gubernamental que pretende fijar los límites del país a plazo fijo y en forma unilateral. Si de concesiones dolorosas se trataba, esa decisión selló el debut electoral de Kadima (Adelante), pero, a su vez, echó otra palada sobre la posibilidad de un acuerdo de paz con la otra parte, dominada por Hamas.

Si de concesiones dolorosas se trataba, entonces, ¿quién ganó las elecciones de Israel? En principio, la continuidad de la línea Sharon después del retiro de los 8000 colonos judíos como requisito de la hoja de ruta trazada por el Cuarteto (los Estados Unidos, la Unión Europea, las Naciones Unidas y Rusia). Detrás de ellos, sacudidos los últimos soldados por la resistencia propia y el apuro ajeno, tanto Hamas, aún en la oposición, como el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, y su partido, Al Fatah, se atribuyeron el mérito de haberlos expulsado, enfrentados, unos y otros, por la base de cualquier acuerdo allende la imprecisa frontera entre ambos: la mera existencia de Israel.

Olmert debió asumir súbitamente dos golpes sucesivos: el estado de coma irreversible de Sharon, por el que ocupó su lugar, y la victoria de Hamas en las elecciones legislativas de la ANP, por las que Ismail Haniye pasó a ser primer ministro. Debió asumir sobre la marcha, pues, que la senda unilateral, legado de su predecesor, era más realista y efectiva que revolucionaria. ¿Cómo iba a proponer el diálogo con una pared que cimentó su estructura sobre la base de los atentados suicidas y de la negación, o del no registro, de Israel?

Con Hamas pasó lo mismo que con Yasser Arafat: George W. Bush clausuró todo contacto. En su caso, hasta que repudie el terrorismo y reconozca a Israel. Olmert, seguro de que Kadima iba a ganar las elecciones aunque no fuera por el margen deseado, movió su ficha: anunció la desconexión del 90 por ciento de Cisjordania y de algunas zonas de Jerusalén, de modo de facilitar la creación del Estado palestino y de fijar los límites de Israel en 2010. Fue una forma de ganar tiempo. O de precipitarse antes de que un eventual recrudecimiento de la intifada (sublevación palestina), aplacada desde febrero de 2005 por la tregua acordada entre su antecesor y Abbas, arruine la faz política de la transición.

En ello convinieron los israelíes desde el momento en que aprobaron la continuidad de la línea Sharon, rechazada en su partido, el Likud, por Benjamin Netanyahu, cuarto, lejos, en las elecciones, y por grupos nacionalistas y religiosos, curiosamente formados por jóvenes, que procuraron impedir la desconexión. En ese trance, un sector de la izquierda moderada resultó vital.

Nació Kadima. No fue una fiesta, aclaro, sino una apuesta, coronada desde el otro lado de la carretera, después del desalojo de las sinagogas de Kfar Darom desde cuyos tejados los partidarios de los colonos judíos, identificados con camisetas y cintas naranjas, arrojaban ácido a los soldados y los periodistas, por disparos de morteros por los cuales, confieso, casi no cuento el cuento.

Tampoco fue una fiesta la victoria de Kadima, sino, más que todo, el certificado de legitimidad de las concesiones dolorosas, contempladas, en realidad, por Yitzhak Rabin en vísperas del apretón de manos con Arafat en 1993. Contempladas, pero no aplicadas.

¿Pudo haber sido menos discreta la campaña electoral, asociada, en algunos casos, con un trámite rápido de desenlace anticipado? La apatía, si la hubo, tuvo que ver con el conflicto con la ANP como tema recurrente, o excluyente, así como con la brecha creciente entre ricos y pobres como factor preocupante en medio de una bonanza económica relativa.

Si de concesiones dolorosas se trataba, la decisión unilateral de avanzar en el proceso de paz era, a los ojos de no pocos israelíes, algo así como bailar un tango a solas. A solas, uno habla solo y, a veces, incurre en contradicciones. O, al menos, en dudas: con un movimiento que niega la existencia de Israel, ¿la cesión de tierras garantiza la paz?

Con Abbas en el poder, más allá de las frecuentes denuncias de corrupción interna de la ANP desde los tiempos de Arafat, Sharon vislumbró otro futuro. O, acaso, vislumbró otro discurso. Frente a una mesa, uno puede plantear posiciones extremas si la otra silla está ocupada. Si está vacía por omisión, el diálogo es imposible, por más que el otro sea amenazado con sanciones y exclusiones si no ocupa su lugar. En cierto modo, cada uno dicta de ese modo: rompan todo; pago yo.

Durante la desconexión de los 21 asentamientos de la Franja de Gaza y cuatro del norte de Cisjordania, después de 38 años de ocupación, Hamas prometió continuar con la lucha contra Israel y reivindicó el derecho de sus miembros de portar armas. También se adjudicó el mérito de haber logrado, por la vía violenta, el éxodo de los colonos judíos. Y exaltó la sangre de los mártires (atacantes suicidas).

Lo celebró a la usanza árabe en las calles de la ciudad de Gaza: con disparos al aire, al igual que en las bodas y en los sepelios. Flanqueado por 10 fundadores del movimiento, con banderas verdes a su alrededor, Haniye desoyó la condición establecida por Bush de no mediar en la discusión por representar a un grupo radicalizado. La Jihad Islámica tampoco podía tallar en ella. Abbas, empero, no pudo controlarlos ni censurarlos. En juego estaba el apoyo económico del Congreso de los Estados Unidos para indemnizar a los colonos judíos y, a su vez, calmar los ánimos.

Mientras Abbas hablaba a estudiantes secundarios en el Consejo Legislativo de la ANP, milicianos de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, brazo armado de Hamas, encapuchados y armados, tomaron brevemente la plaza de Gaza y reiteraron que no iban a cesar los atentados contra Israel a pesar de haber evacuado los asentamientos judíos.

En Sharon, arquitecto de los asentamientos que desmanteló, no veían más que un especulador que retrocedía dos casilleros para avanzar tres o cuatro. En Abbas, primer presidente de la ANP tras la muerte de Arafat, no veían, ni admitían, autoridad alguna para manejar el conflicto. Dos semanas después de que ganó las elecciones presidenciales en Gaza, Hamas arrasó en las elecciones municipales en esa zona. En parte, por su historial de brindar los servicios sociales esenciales (en especial, salud y educación) que el gobierno de la ANP no proporciona.

Desde entonces, si de concesiones dolorosas se trataba, todo intento de neutralizarlo resultó inútil. Lógico: ningún discurso político cala más hondo que la palabra del médico o del maestro.



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