
El cadáver exquisito
El Tribunal de La Haya se ahorró un veredicto sobre derechos humanos que hubiera puesto en tela de juicio a Europa En vida, Slobodan Milosevic padeció los suicidios de su padre (se voló la tapa de los sesos en 1962) y de su madre (se ahorcó una década después). Padeció, también, el suicidio de la Unión Soviética. En el ínterin, aquel hombrecillo gris de la nomenklatura que trepó el palo enjabonado de la Liga Comunista de Belgrado, en donde obtuvo el título de abogado, apuró el suicidio de una nación, Yugoslavia, desgajada en Estados, o en simulacros de Estados, divididos, a su vez, por fronteras más étnicas que políticas. Divididos por fronteras trazadas con el odio que supo contagiar con un discurso nacionalista y provocador con el cual quebró el legado del mariscal Tito, todopoderoso entre 1945 y 1980. Con su muerte, signada como su vida por el fantasma del suicidio como posibilidad casi limítrofe con el envenenamiento, el Tribunal Penal Internacional para los crímenes en la antigua Yugoslavia (TPIY), cerró el caso. Sobre Milosevic, (leer más)