El último apaga la luz
Epimeteo, el primer hombre de la mitología griega en desmedro del Adán bíblico, comete dos imprudencias: casarse con Pandora, la primera mujer creada por Hefestos, y abrir la famosa caja de la que salen todos los males de la humanidad. En ella queda, cual último orejón del tarro, la esperanza. Desde entonces, lo último, cuya novia, La última, lleva por título un tango de Julio Camilioni (no confundir con La última curda, de Cátulo Castillo), merece el mismo trato que la esperanza, virtud de virtudes habitualmente relegada. Abundan datos sobre el primero que hace tal o cual cosa, pero poco y nada se sabe del último que, quizás en peores condiciones, harto de tal cosa o tal otra, hace por última vez tal o cual cosa. El que apaga la luz. ¿Qué sería de los historiadores si tuvieran que poner de relieve las primeras palabras de Edipo («Ma-má», seguramente) o de Freud («Li-bi-do», tal vez) en lugar de las últimas? Ni el legado del sargento Cabral («Muero contento, hemos batido al enemigo») habría perdurado. El (leer más)